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jueves, septiembre 19, 2024

El silbido de las balas, o algo sobre la muerte del poeta José Emilio

Reportajes

César Rito Salinas
Moho, salitre, pátina, descenso
JOSÉ EMILIO PACHECO, El reposo del fuego

El llegar a la fecha del aniversario luctuoso de una persona querida, respetada nos convierte en guiñapo al centro de una balacera; ese escuchar el silbido de las balas que casi lame tus mejillas te hace sentir que no resulta fácil ser sobreviviente y que -en ocasiones- más valdría también morir o nunca haber nacido -como lo señala el epigrama griego.
UNO
En quien celebra la fecha del que muere hay algo de mala resignación, de mal querer la vida, de tristeza honda.
Cada día celebramos el aniversario luctuoso de alguien querido, amado.
Somos los vivos en duelo, dolientes.
¿De dónde viene este gusto por la celebración de los muertos?
En la primaria nos hacen memorizar las fechas de los héroes nacionales, los años de nacimiento y muerte, los días de las batallas y sus derrotas. El infante aprende no sin dolor ese gusto por la lápida, esa estética pétrea que te marca el camino.
Aprendemos a celebrar a los muertos.
Que es decir gozamos de una alegría por la muerte de alguien.
Así llegan los días de descanso, que se marcan en rojo en el calendario cívico.
Celebramos la muerte de los héroes y cantamos a su memoria -ese es el plan pedagógico- y, por añadidura, cantamos a los poetas que cantaron a los héroes.
DOS
En nuestro país no conmemoramos la fecha de la muerte de un ensayista, un filósofo, un novelista, no.
Nos sumimos en la más profunda tristeza cuando se muere un poeta.
Aún cargo los lunes de homenaje a la bandera en Tehuantepec, en la escuela primaria Benito Juárez.
La mañana de los poemas, de los poetas.
El sábado a la tarde era salir de casa a la papelería por la lámina con el rostro del poeta, los datos de su vida.
Aprender de memoria las palabras del camino andado por un finado.
Y el lunes en el patio de la escuela era el hacer uso del espacio público, sentir su peso de miradas, dar un paso al frente, detener el aliento frente al micrófono sordo y dar la cara por los muertos, arengar con la efeméride.
TRES
El aniversario luctuoso nos comparte la moral en turno.
Me gusta investigar sobre los datos de los poetas malditos, por ejemplo.
Nadie recuerda el día del fallecimiento de Baudelaire, Mallarme, Rimbaud, Poe.
Hay poetas que se defienden de la gloria póstuma, en este sábado recuerdo a Sabines.
Y hay también grandes poetas que cayeron en el olvido por el cambio de régimen, por asuntos de la política cultural, puedo citar el nombre de Octavio Paz.
CUATRO
José Luis Martínez nos dijo en un ensayo sobre la poesía que los cantantes populares gozan de una larga vida después de fallecidos, de gloria.
Recuerdo nombres que sobreviven a la muerte, José Alfredo Jiménez, Juam Gabriel, Pérez Prado, José José.
Mencionaba una cifra en años, 100.
Y decía que, para el cambio de signo en el gusto de los lectores de poesía, debían pasar al menos 100 años para entronizar la nueva forma de hacer el poema.
Pienso en Amado Nervo, crecí con su vida nada me debes; por estas fechas goza de cabal salud entre los lectores.
Y hay poetas que prefieren en vida el anonimato, que declaran y escriben como tema de su poesía que están alejados de la república de los caireles que la burocracia oficial de la cultura impone a los poetas y su trabajo.
Tenemos el gusto por los poemas nobles, que expresan sentimientos nobles.
Pero carecemos el gusto de los poemas que hablan del trabajo de los poetas y de la poesía.
Esos artefactos del lenguaje -que diría Paz.
CINCO
Preferimos los poemas que nos acompañan en situaciones en que las palabras se vuelven esquivas, un velorio, una boda, un bautizo. Y recurrimos a los poetas, al libro con los autores que trabajaron los 100 poemas célebres.
Y así con palabras prestadas salimos del tránsito conflictivo en que nos meten nuestros sentimientos, las emociones.
¿Qué se puede esperar de una persona que utiliza palabras prestadas para expresar su amor?
SEIS
Y ahí están los poetas y la poesía como combustible inagotable, dispuestos a propagar incendios. Los poemas empezaron a firmarse en Florencia, con Petrarca,Dante, hacia 1360. Antes de ese hecho la poesía era cosa de juglares, de trovadores, saltimbanquis.
SIETE
Y pasará este enero negro y volverá a llegar diciembre, enero.
Mientras escribía la colaboración se fue la luz en San martín por la secundaria.
Desde la habitación donde escribo se sintió el silencio generado por las cosas sin energía eléctrica. Ya no llegaban los ruidos de lavadoras, licuadoras, los equipos electrodomésticos que nos acompañan y hacen más fácil el entrar y salir a las horas del día.
Pude escuchar cuando un vecino preguntó a su mujer: -¿Se fue la luz?
No obtuvo respuesta (o al menos no pude escuchar la respuesta a su pregunta desde mi habitación).
OCHO
Me quedé con el silbido de las balas que pasan por mis oídos para recordarme la muerte del poeta José Emilio Pacheco, una tarde del 26 de este enero de hace 10 años, cuando al intentar levantarse de la silla frente a su escritorio para contestar el teléfono cayó y golpeó la cabeza.
Qué pena, México todo se quedó sin su poeta.
Y se siente su muerte como balas que pasan y saben tu nombre.

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