Fernando Amaya
Estaba terminando los folios sobre Finisterre, su alocución a los fines por los medios en el agotamiento de dos milenios improbables, cuando le asaltó el deseo de escribir una biografía extensa sobre Ademir da Guía, un probable futbolista con gustos especiales por la novela rocambolesca, aligerada y gótica.
Con un buen avance en ambas pesquisas, le asaltó la curiosidad por probar el inicio de dos historias bizarras; la primera, referida a la posibilidad de emular a los ángeles viajando en avión de pasaje barato; la segunda, un argumento referido a la posibilidad de terminar por la mitad el famoso “cuento de nunca acabar”. Con los cabos sueltos de estas cuatro composiciones sudorosas, le asaltaron los inquisitivos deseos de emprenderla con otras cuatro y pensó hacer disponible para sí el índice de cuatro más, abordadas con los ímpetus febriles que lo tenían escribiendo para publicar en andanada sobre la hoja electrónica del estado veinte.
La historia de la verdad oculta en las mentiras de Lord Cántaro y Míster Coyote, La Cultura Abyecta de los programadores subalternos de festejos y festividades desnudas y embozadas, Los Nodos Verbales de quienes asumen responsabilidades en donde el discurso es elemento indispensable para la recolección de rábanos gratuitos en los lares del cortejo, La Balizas Presuntas alojadas en un color distinto al que proclaman, Las tribulaciones de la reina desculada que optó por remediar su dolencia con una terapia de imanes pendiendo de sus glúteos.
Escribe. Los ballenatos no succionan la leche de los pezones de su madre la ballena adulta. La madre expele, por unas ventanas lácteas, la leche más espesa de toda la tierra habitada que, en un ochenta por ciento, es mar de agua salada; en otro diez, agua dulce, y el resto, sí es que nos salen las cuentas, es tierra firme salobre, dulce y con pintas de morcilla y arcilla. Escribe. No existe evidencia respecto a que Beetovhen no hubiera podido escribir la Novena Sinfonía en el caso de no estar sordo; tampoco que Van Gogh hubiese podido pintar Los Girasoles sin el riesgo de perder una oreja.
Migu centraba sus aciertos y desaciertos en el longevo arte de piedra llamado literatura, pensando que lo definitivo no se encuentra escrito ahí, sino en otra parte aún por descubrir o por obviar sin precedentes para objeto de lo mismo. Curiosidad por saber como se le hace para que la cara de uno aparezca en un trozo de lona, o de impermeable, aludiendo a uno mismo como una persona proba, y hasta dulce y amable, cuando todos saben que es uno lo contrario, además de deshonesto, vulgar e indecente. El sueño de la iguana tiene dos vertientes, la roca que la cobija y el sol que le hace falta. Ya les he hablado sobre la domesticación espontánea de las iguanas, que antes se ocultaban en la espesura del monte, y ahora lo hacen en los tejados de las casas del pueblo, las tejas son sus alcobas y, seguramente, comparten sueños con los dueños de esas casas, quienes difieren esta vecindad a una causa fortuita y pronto cesante.
Los Ángeles, Xoxocotlán, Missouri, Tamazulapam, Cuaji, Houston, Seattle, Pochutla, Tenango, Florida, Florida, California, Los Ángeles, Puebla, Pueblo Nuevo, Santa Rosa, Jamiltepec y Río Grande. De aquel sueño de pueblos y ciudades, Guigu tenía pensado elaborar la crónica de la presentación de su libro para no quedarle mal a Migu. Pero la avalancha de textos que, en este caso, su pariente estaba publicando, lo tenía sumido en un vendaval de improperios y mazorcas, de palabras alentadoras y vocablos derrotistas. Prefirió seguir acuñando esta fantasía sacra inspirada en su visita a Tonatzin y al privilegio que tuvo de tener un recorrido por una escalera plana que le permitió hacer una toma móvil de su musa inmóvil.
Migu en lo suyo, escribiendo y publicando desaforadamente, como cuando funcionaba el rastro de San Agustinillo, proveyendo a la peletera quelonia de material para la elaboración de bolsos, calzado y hasta fracs en pro de los habitantes del entonces primer mundo, más bien mundo de privilegios y comodidades. En la acera de su pantalla el Búfalo dijo una verdad irrefutable: para triunfar en el medio artístico no se necesita talento, se necesitan relaciones y mucha suerte para conseguirlas. Migu recordó cuando en el Almendro bebía caguamas enfriadas en hieleras con su carnal Bigu y se iban a escuchar a Coy Coy, quien en el negocio de su dama furtiva entonaba para ella Por Cobardía, u otro tema del cual había olvidado el título pero que decía más o menos así: si me han visto llorando, también de amor se llora. Quiere decir que, el del amor, es un llanto marginal y bastante sopeado.
“La jara sucia no”, le dijo Migu a Guigu, “la jara sucia es sosa y bastante deprimente”. “Mejor apúrate con la crónica de la presentación de tu libro de marras y escribe un poema largo sobre la fortuna de los desafortunados y sobre la alegría de quienes llevan Triste por apellido”. Guigu aprovecha el momento para coincidir con Drexler en lo inoportuno del regreso al futuro, y lo importante que es considerar a la guitarra como un avance de la tecnología más por sus aportes ergonómicos, e igual por sus dotes de espacio sonoro y halagüeño.
Aquí termina la enumeración librera de Migu y empieza la crónica vegana de Bigu, puesto que el viaje a ese espacio denominado Guie Huini en la ciudad de los palacios y las procesiones, le hizo saber que es lechano por nacimiento y vegano por crecimiento en su Colonia Jordán de Tehuantepec, tambienamente conocida como “El Ocho”.
Casi en punto de las ocho de la noche o quizá después, empecé a referir el argumento de “La ruta de los Cuerudos”, relato largo o novela corta, pensado entre el 24 junio del 2016 y el 16 noviembre del 2019; escrita, sin fecha precisa entre los años pandémicos del 2020 y 2021 y publicada a finales del 22 una vez superados, parcialmente, los estragos que ocasionó en nosotros la temida covid.
En un preámbulo noctámbulo, referí la importancia que tiene para nosotros, los escribientes oaxaqueños, la edición independiente, (curada de la intromisión de las culturas oficiosas y del dinero fino), que es una lucha de esfuerzo y perseverancia. Referí a Yaza: Manuel Matus, Cuajilote: Cesar Sandoval, Cabros: Cesar Elí García, Matanga: Kurt Hackbart, FR Editor: Omar Fabián Rivera, 1450: Cuauhtémoc Peña, Pandemia: Rodrigo Islas Brito, Cuatro triángulos: Alan Vargas, Astromelia: Alejandro Aparicio, Zopilote rey: Karina Sosa, Pharus: Jesús Rito, Dilema editorial: Israel García, Reyes Pérgola: Víctor Díaz Quintas, entre algunas. Y, descubrí junto con mis primos Venustiano, Juan, Olimpia y Carmen, que las fechas de la concepción de la ruta coinciden con el período que duró la justa zapatista del Ejército Soberanista Oaxaqueño para, finalmente, lograr la consecución de sus propósitos y el inicio del cumplimiento de sus demandas, entre 1916 y 1919; al arribo de los generales zapatistas Cal y Mayor a Pochutla, y Andrew Almazán a Tlaxiaco, en el inicio; y en la firma del Acuerdo de Coatecas, al final. Comenté que la novela no es, estrictamente, de contenido histórico que, a ese respecto, podría tener errores factuales o conceptuales, se admite, pero que hechos y escenarios se construyen a partir de la referencia de quienes tuvieron información de primera mano y la compartieron con nosotros amorosamente.
Sabemos que en la lucha política como en la guerra no son los intereses del pueblo la prioridad, sino los de grupos o líderes que se disputan el poder. Sin ahondar en ese punto, referimos que la ruta de los Cuerudos es el trayecto que estos recorrieron de Pochutla a Miahuatlán, cuando fueron derrotados por los carrancistas; los guías de ese repliegue estratégico fueron los arrieros del mezcal quienes llevaban este producto de El Rincón Lachigalla (en el Valle Ejuteco) hasta Candelaria Loxicha, ya en la Zona cafetalera de Sierra Sur y Costa. Los Cuerudos, llamados así por portar una chamarra de cuero, se reagruparon y fortalecieron en Miahuatlán, y vencieron a los carrancistas el 25 de junio de 1919 en el Cerro del Zopilote, perteneciente a esa demarcación territorial.
Al final cerramos la presentación con canciones compartidas por Oscar Guzmán de Tlaxiaco en la Mixteca y Venustiano Altamirano del Rincón Ejutla en el Valle. Recordamos a un personaje sobreviviente de esas batallas, Esteban Altamirano, y a otro en memoria, Antonino Altamirano. Ellos, como héroes del relato, franquearon y custodiaron la presentación de nuestra novela. Agradecimos a los presentes y a quienes nos permitieron el espacio Guie’ Huini en Ciudad de México, y dimos por terminada la actividad.
Ciudad de México, enero 27 del 2024.