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viernes, noviembre 22, 2024

Noticias desde el mar en asueto

Reportajes

 Últimos días de marzo 

del año dos veces vigésimo.

Intento escribir un informe 

de cuatro cuartillas 

¿para quien? para nadie 

¿a propósito de? sin ninguno.

Como todos los días 

escucho cantar a una tórtola 

¿es canto el de esta 

o es murmullo doliente?

Los turbios zanates 

procuran romper la rutina 

con saltos y alegres gorjeos.

Un gallo retarda su aria  

queriendo asumir 

la razón complaciente del día. 

Los ánimos han decidido guardarse 

para tiempos futuros,

si es que, acaso, existen 

esos tiempos que pensamos por venir.

Si no existieran, de todos modos 

la alegría aborda, de manera inusual,

una gabarra en el pecho 

y se va mar adentro 

en busca de satisfacciones 

mundanas y simples,

qué tal un elote de piña 

o un pastel esta vez memorioso.

Tengo muchas opciones para salir 

sin abrir la puerta:

aún pendiente el Ulises de Joyce 

y la Serpiente de oro de Ciro Alegría,

y algún título que la Youcenar 

dejó en el tintero, el cajón,

o en su bolsa de mandado 

en tiempos de asueto obligado 

y rectángula noche. 

Intento conciliar mis afanes 

de irredento viandante 

con el sentido moroso 

de estar siempre a dos metros 

de mi cama dura por ser de piedra,

y mullida por conservar un colchón 

ya en muy mal estado,

al grado que sus resortes 

se me hunden en el costado 

y mi cabeza pende 

en una hondonada que la tela 

vencida ha dispuesto 

en el lugar donde se acomoda mi nuca 

por el afán de yacer y relajarse.

Pecado menor la cama en que duermo 

y la mesa en que como, esta última 

puede ser mi butaca, 

la hamaca o la misma cama 

en donde después tengo 

que lidiar con las cucarachas 

y con las hormigas. 

He puesto el ventilador 

tratando que disipe 

el calor que se talla en la piel

como tea soportable,

noto que las aspas llegan 

a producir un ruido uniforme 

como el lenguaje 

que las algas hacen en el mar 

para prevenirse de un cardumen 

teleósteo, amarillo y hambriento.

No juegues con tu vida, me dice el ventilador,

o juega con ella a sabiendas que es tu vida 

pero no la de los demás.

Es ahí donde afloran para mí

pensamientos absurdos por ser lógicos,

o es que mi vida es sólo mía,

o es también de los que comparten 

conmigo sus sueños, sus galletas, 

y hasta el papel higiénico 

y la mermelada.

Si solo bastara con que el ventilador 

me ayudase a soportar estos primeros calores 

que la primavera trae consigo,

y no que me hundiese 

en reflexiones confusas y paganas.

Dejo por un rato mi diálogo con el ventilador 

y busco a mi perro que es más proclive 

a los conversatorios de silencio, 

mi propuesta de plática 

se resume en chistar para él

un sobrio canto de cuatro notas, 

al cual corresponde 

con un movimiento de su cola diminuta 

y con entornar los ojillos 

como cuando los entorna una dama o varón 

que han sido sorprendidos 

por una declaración más que de amor.

Mi perro diminuto se va a buscar 

el jergón donde dormita 

más allá del mediodía, y yo me planto 

frente a las hojas de una enredadera 

atada por sí misma 

al tronco de un mango 

que pasará por alto 

la disposición de cuarentena,

y se saldrá a vender la delicia 

de sus frutos una vez que aparezcan, 

por racimos, guindados 

a sus brazos verdes y fornidos. 

Quizá a partir de aquí sepan

que escucho el ultimo corrido 

que Bob Dylan le compuso 

a Kennedy y ese blues 

apasionado de burdel 

que responde en las rocolas 

al tecleo de Apartamento Tres. 

Pieza maldita, muy traicionera,

proclama en los ambages 

del bajo mundo al cual no he sido 

ni refractario ni ajeno.

Para no perderme en sutilezas,

quiero confiarles 

que estoy pensando 

alargar esta cuarentena 

a por lo menos el triple de lo recomendado,

aún cuando asuma mis roles 

esporádicos de repartidor 

de pizzas y de amenizador 

de velas y de mañanitas. 

En honor a la verdad,

el calor aprieta más 

y necesito, una de dos,

o subir al tope 

la velocidad de mi ventilador 

o buscar un perol 

de suficiente volumen 

para baldearme agua

desde el tanque que hace 

muchos años mi padre 

montó concienzudamente 

en el patio de la casa. 

Pero quizá esté hablando 

a tiempo pasado 

porque mucho me temo 

que no haya agua ni tanque,

tampoco disposición 

o voluntad para el baño. 

Regreso a mi diálogo conmigo 

mismo, me digo chambón,

no disputes con nadie 

tus propias razones,

ve a abrazar a tus musas,

a Cristal, a Lluvia,

a Nube Morada,

a Luna y a Estrella.

No depongas tu buena o mala actitud, al fin que a nadie 

le importa más que a ti mismo.

Entra al espacio de tus virtudes comunes, 

entorna y cierra la puerta, sal, busca a los incordios 

de tu vivencia corriente,

besa y olvida, ama y perdona. 

Fernando Amaya 

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