Últimos días de marzo
del año dos veces vigésimo.
Intento escribir un informe
de cuatro cuartillas
¿para quien? para nadie
¿a propósito de? sin ninguno.
Como todos los días
escucho cantar a una tórtola
¿es canto el de esta
o es murmullo doliente?
Los turbios zanates
procuran romper la rutina
con saltos y alegres gorjeos.
Un gallo retarda su aria
queriendo asumir
la razón complaciente del día.
Los ánimos han decidido guardarse
para tiempos futuros,
si es que, acaso, existen
esos tiempos que pensamos por venir.
Si no existieran, de todos modos
la alegría aborda, de manera inusual,
una gabarra en el pecho
y se va mar adentro
en busca de satisfacciones
mundanas y simples,
qué tal un elote de piña
o un pastel esta vez memorioso.
Tengo muchas opciones para salir
sin abrir la puerta:
aún pendiente el Ulises de Joyce
y la Serpiente de oro de Ciro Alegría,
y algún título que la Youcenar
dejó en el tintero, el cajón,
o en su bolsa de mandado
en tiempos de asueto obligado
y rectángula noche.
Intento conciliar mis afanes
de irredento viandante
con el sentido moroso
de estar siempre a dos metros
de mi cama dura por ser de piedra,
y mullida por conservar un colchón
ya en muy mal estado,
al grado que sus resortes
se me hunden en el costado
y mi cabeza pende
en una hondonada que la tela
vencida ha dispuesto
en el lugar donde se acomoda mi nuca
por el afán de yacer y relajarse.
Pecado menor la cama en que duermo
y la mesa en que como, esta última
puede ser mi butaca,
la hamaca o la misma cama
en donde después tengo
que lidiar con las cucarachas
y con las hormigas.
He puesto el ventilador
tratando que disipe
el calor que se talla en la piel
como tea soportable,
noto que las aspas llegan
a producir un ruido uniforme
como el lenguaje
que las algas hacen en el mar
para prevenirse de un cardumen
teleósteo, amarillo y hambriento.
No juegues con tu vida, me dice el ventilador,
o juega con ella a sabiendas que es tu vida
pero no la de los demás.
Es ahí donde afloran para mí
pensamientos absurdos por ser lógicos,
o es que mi vida es sólo mía,
o es también de los que comparten
conmigo sus sueños, sus galletas,
y hasta el papel higiénico
y la mermelada.
Si solo bastara con que el ventilador
me ayudase a soportar estos primeros calores
que la primavera trae consigo,
y no que me hundiese
en reflexiones confusas y paganas.
Dejo por un rato mi diálogo con el ventilador
y busco a mi perro que es más proclive
a los conversatorios de silencio,
mi propuesta de plática
se resume en chistar para él
un sobrio canto de cuatro notas,
al cual corresponde
con un movimiento de su cola diminuta
y con entornar los ojillos
como cuando los entorna una dama o varón
que han sido sorprendidos
por una declaración más que de amor.
Mi perro diminuto se va a buscar
el jergón donde dormita
más allá del mediodía, y yo me planto
frente a las hojas de una enredadera
atada por sí misma
al tronco de un mango
que pasará por alto
la disposición de cuarentena,
y se saldrá a vender la delicia
de sus frutos una vez que aparezcan,
por racimos, guindados
a sus brazos verdes y fornidos.
Quizá a partir de aquí sepan
que escucho el ultimo corrido
que Bob Dylan le compuso
a Kennedy y ese blues
apasionado de burdel
que responde en las rocolas
al tecleo de Apartamento Tres.
Pieza maldita, muy traicionera,
proclama en los ambages
del bajo mundo al cual no he sido
ni refractario ni ajeno.
Para no perderme en sutilezas,
quiero confiarles
que estoy pensando
alargar esta cuarentena
a por lo menos el triple de lo recomendado,
aún cuando asuma mis roles
esporádicos de repartidor
de pizzas y de amenizador
de velas y de mañanitas.
En honor a la verdad,
el calor aprieta más
y necesito, una de dos,
o subir al tope
la velocidad de mi ventilador
o buscar un perol
de suficiente volumen
para baldearme agua
desde el tanque que hace
muchos años mi padre
montó concienzudamente
en el patio de la casa.
Pero quizá esté hablando
a tiempo pasado
porque mucho me temo
que no haya agua ni tanque,
tampoco disposición
o voluntad para el baño.
Regreso a mi diálogo conmigo
mismo, me digo chambón,
no disputes con nadie
tus propias razones,
ve a abrazar a tus musas,
a Cristal, a Lluvia,
a Nube Morada,
a Luna y a Estrella.
No depongas tu buena o mala actitud, al fin que a nadie
le importa más que a ti mismo.
Entra al espacio de tus virtudes comunes,
entorna y cierra la puerta, sal, busca a los incordios
de tu vivencia corriente,
besa y olvida, ama y perdona.
Fernando Amaya