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jueves, noviembre 21, 2024

En el burdel de Mami Mamilas

Reportajes

César Rito Salinas

La puerta de la cafetería de Henry se abrió
y dos hombres entraron. Se sentaron a la barra.
ERNEST HEMINGWAY, Los asesinos

Los hombres que saben del pedúnculo caudal, otolito, branquias, la línea dorsal, agallas, escamas, espinas, los que se embriagan durante días y noches en el burdel de Mami Mamilas y salen al patio como si cualquier cosa a recibir el aire frío de la mañana, descubrieron el cuerpo flotando en la poza de las piedras.

Acá me tienen, muy a las órdenes. Por las noches cuido los riñones, me aparto del café; me acerco a las letras mientras bebo té de jengibre con la vana ilusión de que algo roto dentro de mi llegue a repararse. Armida entró en angustia, supo que se le acababa el aire.

Aquella noche después del incidente con la espina de pescado en mi garganta me despedí de ella con un abrazo; estreché la mano de su padre, “hijo”, me dijo. Yo no pude responder nada, sólo me dieron ganas de llorar, quería casarme, ella quería otra vida. Su padre me la entregó, sin que yo la pidiera. El hallazgo de su cuerpo salió en los periódicos, fue historia muy conocida. Me preguntan por la historia de la mujer que murió de amor, yo no contradigo ninguna versión.

Aquí me tienen, me ensucio los pulmones, reviso viejas fotografías de los buenos tiempos. Sirvo a la Señora; acercarse al trabajo de un fotógrafo anónimo, ambulante, es descubrir que lo cotidiano que nos rodea está lleno de trascendencia y grandeza: una calle, el rostro de una mujer, un anciano que camina, un mercado público. Desde luego, la fotografía roba nuestra alma, que está dotada de altivez. Y, al imprimirse la placa y quedar enmarcado el momento, se transmite esa energía a quien observa la foto.

El hombre pertenece a un tiempo y a un espacio. Esa es su fatalidad: ser un tiempo y un espacio. Y, desde siempre, el hombre intenta trascender esa condición que lo limita. Por eso se crearon las artes, para desplazar al hombre a otro tiempo y otro espacio sin dejar de pertenecer al que le corresponde su existir.

Solo recordemos lo que sentimos cuando en nuestro sillón preferido nos entregamos por entero a la lectura de un libro. Pareciera que en ese momento se detiene el tiempo, dijo en una ocasión Andrés Henestrosa, y nos trasladamos a otros sitios; imaginemos nuestro sentimiento cuando asistimos a una sala cinematográfica y la película exhibida nos atrapa en su trama: tal parece que no quisiéramos que se acabara nunca aquello que vemos y escuchamos desde esa oscuridad donde se proyecta el cine. Las artes nos permiten cobrar libertad en cuerpo y alma. Y así recorremos tiempos y lugares, conocemos a personas de distintos sitios y hasta creemos conversar con ellas; esa magia tiene la fotografía: detienen el tiempo porque en verdad roba el espíritu no de quien está fotografiado sino de quien está mirando.

Al ver las imágenes de otro tiempo que pertenecen al sitio que vieron nuestros ojos desde nuestros años de la infancia, nuestro pueblo, el espíritu se remonta y va hacia aquellos tiempos que habitaron los personajes de las imágenes mostradas: realizamos un viaje en lo imaginario. Por esas mismas calles caminaron otras gentes ahora ya fallecidas. La fotografía permite abolir nuestra naturaleza de esa tiranía llamada tiempo, la finitud, la muerte; y que todos, al mirar las fotos, seamos una sola expresión humana en un mismo momento; de alguna manera el trabajo del fotógrafo es contra toda biología posible: aquí no existe la muerte.

Los rostros de personas que habitaron en este sitio hará muchos años regresan como si fueran nuestros vecinos que nos dicen por la mañana buenos días, aunque ya hace mucho tiempo que no están con nosotros. Las imágenes que observamos por vez primera en los días de la infancia cobran vigencia porque se instalan en la memoria individual. Observamos las imágenes y le damos forma a los relatos que nos contaron los abuelos y nuestros padres, la gente mayor, de lo que aquí ocurrió en aquel tiempo que les tocó vivir.

Y así, al observar las fotografías viejas conformamos la memoria colectiva: que nos es más que aquello que nos dice que pertenecemos a una tierra sobre la que han pasado distintos tiempos, un lugar que cuenta con su propia historia; recobrar la memoria de un pueblo es recuperar el origen. Saber nuestro origen es contar con un destino. De aquí somos, de esto venimos y hacia esto vamos. La memoria otorga trayectoria a las comunidades. Trabajos, luchas y esfuerzos, soledades, no quedarán en el olvido. La desmemoria. Y todo esfuerzo de un pueblo tiene recompensa: agiliza la llegada de días mejores, así lo confirma la historia de la humanidad.

A veces las mujeres de la casa de Mami Mamilas me piden que las lleve a su casa, al terminar la jornada; el mal sobre la mujer nunca descansa. Ellas, cuando así lo desean, me comparten una esquinita de su cama; de esa forma -la compasión- duele menos el tiempo que pasa.

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