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viernes, octubre 18, 2024

Las criadas: El subterfugio de la distopía

Reportajes

Para Erika, con mi afecto y preferencia.

No cabe duda de que son estos tiempos duros y que la gente tiene mucho trabajo; pero además que se considera a la lectura como una actividad displicente, banal y carente de importancia.

Todo eso pudiera no importarme en absoluto; pero, sabiendo lo qué hay de por medio y el riesgo que implica vivir en una sociedad ya no iletrada, pero funcionalmente analfabeta, y gobernada igual por personas que ejercen el poder desde la miasma del desconocimiento y la ignorancia política, sino preocupa en demasía, por lo menos aturde. 

Dejo estas líneas con mucha estimación por lo menos para los miembros de mi numerosa familia que, entre otros detalles, muestran la cualidad de la sensibilidad y la vocación artística; quienes quieran tomar mi sugerencia y hasta hacerse mi familia de afecto, lean obras literarias. No afecta, no demerita, no se vuelve uno loco.

Este mes nos tocó Margaret Atwood con una obra que se intitula “El cuento de la criada”. Como para cualquiera, leer por prescripción no ha sido de mi gusto, aún cuando el proyecto nos involucre a todos en una dinámica para elegir la lectura mensual. Empero, una vez integrado al colectivo “México Lector”, me doy cuenta de que este planteamiento se asume no como una obligación estricta, sino como un compromiso de conciencia. Ahí estamos.

Respecto a la obra leída, diré que es una novela distópica, de las que no hacen fila detrás de El Quijote, que en este caso sería la novela utópica por excelencia. En la novela distópica, los tiempos y los ambientes se tergiversan, y los personajes son esperpentos o espectros disgregados y huidizos. Para el caso de El cuento de la criada, hay personajes colectivos que recorren la narración con papeles asignados por un destino opreso e irrevocable. Aunque también hay personajes individuales y en primer plano, como la voz narrativa de la obra, y que corresponde, precisamente, a una criada de nombre Defred, junto con otras que también llevan el prefijo “de” de pertenencia, y por el lado de las esposas el de Serena Joy, interlocutora de la voz omnisciente en la mayor parte de la trama, son los frentes de personajes colectivos los que le dan densidad y una característica peculiar al discurso narrativo de la Atwood.

Las tías, las marthas y los ojos, conforman el séquito que, a modo de policía criminal y política, mantienen sujetas a las criadas. Todos estos frentes provienen de un pueblo sometido a la autocracia política-religiosa de los comandantes y sus esposas.

No obstante, su denotación distópica, la novela toma de realidades habidas la cruenta vicisitud de sus personajes. La misma autora cita a los campos de concentración nazis, las dictaduras de nuestro continente y los gulags que confiscaron la libertad y la vida de quienes se opusieron a una forma de poder que usó como pretexto el beneficio colectivo, ejerciendo el sojuzgamiento personal. Percibo que, en un sentido, el discurso de la novela es contra el poder político, que ha parido aberraciones como Hitler, Pinochet y Franco; pero, en otro, es un cuestionamiento a las religiones y a su prebenda de ensimismamiento y aturdimiento; alguien ha dicho, nunca se ha estado contra un Dios factible, sino en contra de quienes han hecho de su beatitud un mercado funesto.

Cosas veredes, cosas vemos: la disputa del manejo global de la economía en el mundo pone frente a nuestros ojos ríos de gente emigrando desde el hemisferio austral, y a la norteña nación de Gilgead colocando un muro de escarmiento en donde consideran infranqueables sus límites territoriales. Prohibido leer, prohibido escribir: y una pira de textos arde en la noticia vertiginosa de nuestros días, y hay mucho trabajo, mas diversos compromisos que nos impiden reunirnos para incentivar la lectura si no hay selfie de por medio. Como otro de los compromisos que he hecho en estos días es no usar malas palabras, únicamente usaré las mismas que Defred expresa en el limitado espacio de un volumen sombrío: ternura y amor, sexo y placer. Con eso me despido de todos por hoy, lectores, no lectores y amenazas de ambos. ¿En que íbamos? Ah, sí, buenas noches.

Fernando Amaya

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