César Rito Salinas
Mal rayo te parta, poeta, dijo la voz.
Pero su maldición no pudo alcanzarme. Las barcas habían soltado amarras. Atrás quedó el patio de mi casa con sus árboles, las flores. Se alejaron para siempre de mi vida algunas calles, Juana C. Romero, Plutarco Gallegos, Margarito M. Guzmán. Mi barrio. Los lugares desde donde me adentré al sueño, la adolescencia.
“Mal rayo te parta, poeta”, dijo. El antepuerto de Salina Cruz protege de tormentas, ventarrones, mal tiempo, y de las maldiciones que envían mujeres en horas de dolor. “Mal rayo”, las maldiciones se pierden en el pequeño bosque de pinos, entre las balizas, la arena blanca.
El puerto entero navega que sin rumbo en mi memoria. “Mal rayo te parta”. Regreso a las embarcaciones en la tarde bermeja, con la alegría de mi niñez.
Mi padre me conduce a los muelles, al aire salitroso golpea mis labios. No recuerdo por qué salimos a caminar con mal tiempo. En los muelles las labores se realizan sin descanso. El mar no espera amores pasados, requiere atención como una mujer o un amigo. Los barcos dieron certeza a mi existencia. “Mal rayo”. La arena junto a la espuma blanca creció, hizo la esperanza. Pies descalzos, manos humedecidas.
Pescador.
Todo el sol del mar sobre mi cabeza. Las mujeres arrojan maldiciones, con buen tiempo y mar picado. No queda más que huir, embarcarse. Buscar otra costa, otros mares, otro puerto donde esperan los amigos, el trabajo. Otras aguas, otros mares. Otro puerto.
“Mal rayo te parta, poeta”. La maldición ilumina la vida. Para que crezcas en verdad tendrás que ser maldecido.
Las mujeres del puerto lo saben, y maldicen a su amado. “Mal rayo te parta”. “Mal rayo te parta”, iluminación repentina en la noche de nuestros días afligidos.
Maldición, súbita poesía. Maldición que revela con amor el poema. Las mujeres del puerto lo saben, y maldicen a su hombre.
