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viernes, septiembre 20, 2024

Mezcal mataperro

Reportajes

César Rito Salinas

Uno
Mezcal mataperro. Así son las cosas, dijiste mientras tus ojos buscaban en la calle a un cristiano que dejara su cooperación para comprar el marro de mezcal. La calle permanecía sola. Pero todos sabemos que detrás de las tristes ventanas están los ojos de lagarto que observan cada uno de nuestros movimientos. Desde la hora del Tentador, la madrugada, la gente nos observa, hasta que uno a uno los miembros de esta banda de ebrios consuetudinarios van cayendo en el sueño transparente del alcohol a la sombra que producen las hojas lanceoladas del pirú junto al arroyo. Mezcal mataperro. La calle del barrio es larga. Todo el barrio es esta calle. La gente mora tras cortinas empolvadas. Solo los ebrios se atreven a exhibir sin pudor el mal ejemplo. Los siguen una banda de niños y perros que adoran la libertad. Niños y perros, así son las cosas dijiste, mientras tus manos iban al tanque, el marro, cargado con un pegue de a veinte.

Dos
Las hojas de este cuaderno se agotan. No hay espacio para escribir todo lo que acosa al que escribe. Como la vida misma que se agota. Siempre existirá alguna razón para empuñar la pluma: el cansancio del cuerpo, un amor. El desamor, la esperanza, el sueño, la muerte, la enfermedad, el cansancio del cuerpo. Un sueño. Pasan hechos y personas, actos, exigiendo que uno le preste atención, que se escriba sobre ellos. Y esta vida que no da para más. Todos se confabulan contra el que escribe. El cuerpo mismo, las horas. No hay tiempo para escribir, demando un poquito de calma, de tranquilidad; una poco más de fuerza. Pero el cuerpo se niega a obedecer al hombre que empuña la pluma. Para colmo de males las hojas de este cuaderno se agotan.

Tres
Creo y defiendo la inutilidad de la escritura. Lo inútil que resulta en nuestros días el escanciar los pomos de la tinta. Nadie a nuestro alrededor lee. Mucho menos entiende. Las mujeres ya no son cortejadas con billetes de papel que llevan escritos poemas de amor. Ya no se escriben poemas. Los hombres ya no escriben recados en tarjetas diminutas. El telégrafo mismo, tan necesario para los enamorados distantes, es una invención de otro siglo, un esperpento moderno en medio del progreso. Nadie arroja una botella al mar con un mensaje desesperado. Nadie cree ahora en los mensajes. Ni los mismos perros que aúllan al Tentador en la madrugada. El demonio mismo ya no escribe en su libreta. En la última parranda que celebró el fin de siglo perdió la libreta del registro de las almas convertidas a su causa. Ya no hay causa. Ni justificada ni injustificada. Encuentra a un hombre con causa y lo calificarás de decadente. Habitamos un fin que ya no justifica escribir sobre los medios.
“Así es”, dijiste antes de cerrar los ojos y dormir a la sombra del pirú del arroyo.

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