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domingo, noviembre 10, 2024

Calle Eucaliptos 407

Reportajes

César Rito Salinas

La mañana revienta y los árboles de jacarandá esparcen su sombra por toda la calle Eucaliptos, en la colonia Reforma. Desde una casona ubicada en el 407 salen acordes de instrumentos musicales, que manos y alientos buscan dejar a punto con la afinación del oído preciso.

Este es un día común de la semana para los músicos que forman la Orquesta Primavera. En el restaurante donde diariamente me ocupo de arreglar letras y dirimir tramas, orientar expresiones, caminar desasosiegos, dos casas delante de donde salen los acordes musicales, dos hombres que anticipan el tiempo de lluvias hacen mejoras a la estructura del local.

Esta es una calle tranquila a pesar que más abajo se encuentra un banco, unas instalaciones de Seguridad Pública y una agencia del Ministerio Público especializada en delitos contra las mujeres, el menor y la familia; una estética.

Podría decirse que es una calle de músicos y restaurantes y de gente que anda y se dedica a sus asuntos sin preocuparse por más. Mujeres y hombres que se ocupan de sus quehaceres y por un rato se detienen a escuchar la música que sale de una casa. O el canto de los pájaros.

Gente que llega a visitar a un familiar en el hospital que se encuentra en la esquina que forman las calles de Eucaliptos de Amapolas.

Por los alrededores hay una escuela primaria, la España, y un centro de nivelación o capacitación para los estudiantes de secundaria y preparatoria que van rezagados en materias como matemáticas, física o química. Como desde siempre, nada del otro mundo.
O sea que esta calle durante las horas de la mañana tiene movimiento suficiente de gente que anda y se dirige a sus cosas mientras la música sale de la casa marcada con el número 407.

Este es un regalo que los músicos que integran la Orquesta Primavera le entregan a esta ciudad, sin siquiera saber para quién interpretan las melodías o afinan los instrumentos.

Hasta mi mesa del restaurante donde apuro las letras llega Miguel y sirve una olorosa taza de café. Yo detengo mi andar por el teclado de este trasto mágico que fija ideas, sentimientos, pensamientos de un hombre detenido frente a la música que sale de una casa vecina.

Miguel me observa mirar el vacío y escuchar el canto de las aves que sale de la tupida copa del árbol de mango con sus hojas verdes que celebran la música y la lluvia, el sol y la primavera con sus calores contundentes y sus aguaceros repentinos, como solidaridad humana con los caídos en desgracia.

Bebo un poco de café mientras me concentro en el canto de ese pájaro denominado en forma común o popular como Primavera.

Luego retorno a este diálogo con el teclado, el trasto silente que guarda en su interior todas las palabras del mundo que el oído del hombre puede escuchar en una vida.

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