César Rito Salinas
Una casa para pintarla toda, sin que nadie proteste. Dejar el sentimiento de culpa sobre las vías del ferrocarril, para que se marche donde mejor le parezca.
Una casa para seguir los pasos de aquellos maestros y pintar nuestras botas gastadas sobre los altos muros de adobe. Una casa para pintarla toda. Muros altos. Dibujar la alegría en nuestra piel en la casa con ventanas de madera vieja y herrería de nuestra gente. Una casa toda para la pintura. Sin que nadie se enfade, sin reclamos de caras largas. Una casa para nuestro festejo. Una casa como un viaje.
Los rieles del tren están ahí enfrente o los imagino. Nadie escucha pasar por acá un tren. El hombre en todos los tiempos se ata al metal que resuena en nuestro nombre. Desde la era del bronce.
Desde el tiempo de fuego frente a nuestro rostro. Ahí están los rieles de la vieja estación del ferrocarril donde cabecea su olvido nuestro amor de adolescente. Para evitar la ruina que sigue a todo lo creado por las manos del hombre esta casa donde nos acercamos a la pintura como quien se sumerge en una danza antigua, rupestre, que trepa por las escaleras y sube a las alturas de la dicha.
Una casa hecha con piso de piedras de la playa de nuestro río, donde se repite la luna. Una casa con patio de piedras, un corredor para el paso del viento ligero de nuestros valles que nos traen noticias de un cielo azul y su procesión de nubes gordas.
Simona
Alguien menciona junto a mi persona el nombre de una mujer, Simona.
Creo recordar. La mañana no es más que un capricho de adolescente con todo y lágrimas. Existo en el mundo poblado por toda una federación de espíritus que se mantienen en alerta ante mis pasos.
El cuerpo que habito solo es el recipiente de espíritus que nada tienen que ver conmigo. Perol del guiso diario.
Puente que conduce al olvido, otro lado, a ninguna parte. Los espíritus que me animan aguardan pacientes la hora de mi llegada a la calle.
A una cantina; al barrio de mi infancia. Llego a los sitios de toda mi vida empujado por los deseos de los espíritus que me pueblan. Como en una película antigua, en blanco y negro y desfasada en su sucesión de cuadros por segundo me encuentro frente a un cuaderno. Escribo.
Luego la imagen me muestra frente a un albo trago de mezcal. Hasta no verte Jesús mío. Me veo caminando en los muelles del puerto. Junto al mar que se repite. Por una calle que desconozco.
En una playa en brumas donde algún desconocido se aproxima con familiaridad y pronuncia junto a mi persona el nombre de una mujer, Simona.
Y el nombre me guía y me orienta como una bandera en la batalla en medio de aquel mar desconocido.