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jueves, septiembre 19, 2024

El perfumista

Reportajes

Llegó a la conclusión de que lo más importante en la vida del hombre es andar perfumado.

El perfume antes que el plato de frijoles y el kilo de tortillas, sustento providencial de quienes vivimos por estas landas de gallos acalorados y perros cruciales y nostálgicos.

Su estrategia resultó efectiva en un alto porcentaje; el caso es que ustedes, si ven a alguien corriendo a todo lo que da por las calles de la Villa de Huehuetán, es el perfumista, cuya urgencia radica en distinguir a medio mundo con el toque de un perfume instintivamente diferente a los que ofertan en farmacias y tlapalerías.

“Hay perfumes para el mal humor, mi amigo, otros para la tristeza, uno más para hacer efectiva una intención de noviazgo; el caso es que, si usted se lo pone, en lo que yo voy por otros para arreglarlos con la gente que pasa, usted ya vendrá por la banqueta de Las Golondrinas partiendo plaza con su novia de buen ver y de mucho mejor oler”.

No termina aún su dialogo conmigo y ya lo veo, perfume en mano, persiguiendo a unos amigos que vienen a vender camotes de por aquí del rumbo de los encierros. Se les apareja, los va deteniendo por breves momentos, mete la mano en su bolsa de cartón, alarga el perfume y toma el billete de a cien que uno de los camperos le alarga con el gesto característico de quién no asimila aún si ha concretado una buena compra o ha incurrido en despilfarro.

El perfumista toma el billete, pero, antes de guardárselo en la bolsa, pasa como de rayo frente a mí y me lo muestra tomándolo con las pinzas de los dedos de ambas manos, con el consabido alarde de quién ha sacado ventaja de su venta ambulatoria.

Un visitante sorprendido me dijo cierto día: “óigame pariente, pero es que en este lugar a todos les ha entrado la manía del perfume; mire nada más, todos huelen bonito, desde

el tío ya entrado en años, hasta los escuincles de brazos”. “Así es, pariente”, le respondí, “en Huehue lo más importante es andar perfumado, y nos hemos llegado a acostumbrar que ya el perfume es lo de menos, lo importante es oler a algo”.

La realidad es que esto pasó el día en que nuestro perfumista confundió las etiquetas y ahí nos hallaba usted oliendo, a los más bragados, a floripondio, y a las delicadas damiselas a humo de tabaco. Los penches ni se diga, esos olían a lo que cayera, lo mismo a semilla de cuapinole que a lejía de nixtamal. Aquel fenómeno produjo una ordalía de humores que, a decir verdad, resultaba hasta cierto punto insoportable; pero nuestro perfumista seguía empecinado en su venta diaria vaciando tibores y más tibores de petróleo perfumado.

Llegó a ser tan grande el impacto de la novedad de aquel pueblo oloroso que, a manera de una tendencia de medios para aquellos tiempos remotos, Huehue fue conocido universalmente como el pueblo-perfumado; los jueces que sometieron a escrutinio tal denominación, se levantaron un día jueves dieciocho de marzo sobre la vieja pista aérea de aquella comuna, en un colorido globo aerostático, para constatar que, efectivamente, el aroma de Huehue llegaba hasta cientos de metros de altura, y se hacía imperceptible allá donde se pierde el humo de los primeros aviones que surcaban el cielo intensamente azul de la comarca.

Antes de emprender el regreso a sus lugares de origen dudoso, dejaron una inscripción novedosa a la entrada del pueblo, visible por todos los octantes de la rosa eólica: “Viajero, has llegado a Huehuetán, el primer pueblo perfumado del mundo”; te rogamos no entrar sin antes haberte bañado en el aroma de tu preferencia; si vienes desprovisto de él, el perfumista vendrá a tu encuentro y es una obligación ineludible, so pena de un requerimiento legal, entrar a a este pueblo llevando por delante el intenso manotazo de un perfume.

Fernando Amaya

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