César Rito Salinas
El olor del aliento
de una rezadora
que no se calla nunca.
Que dice sus oraciones
por mi alma.
Mañana, tarde y noche.
El número cuatro
le da equilibrio a nuestra vida.
Cuatro son los puntos cardinales.
Cuatro las puntas de la rosa de marear.
Cuatro son las patas
de la cama
que nos conduce
al sueño.
Cuatro las patas
de la mesa
en la que
como y escribo.
Sobre cuatro patas
se sostiene esta
silla en la que
descanso.
Cuatro velorios.
Cuatro entierros.
Cuatro misas de cuerpo presente.
Cuatro golpes en el costado.
Soy un remiendo invisible
de la tela que cubrió
mi infancia.
Singer, máquina realizadora
de milagros.
Desde los días de la maledicencia
desciende
este zurcido
invisible.
Por obra y gracia del crujir
de estos
pedales
existo.
Mi cuerpo fue protegido por esta
máquina
hacedora
de milagros.
Herramienta demente capaz de detener
el tiempo.
La Singer hace posible lo imposible
el remiendo
de la ropa
con la que cubro
mi existencia.
Desde ese remiendo viene la dicha y el amor.
Escribo sobre un espejo de cristal
sostenido
por la estructura
de metal
de una
máquina
Singer.
Desde aquí reafirmo letras,
sonidos,
esperanzas.
El paso de las hormigas no llega
a mi escritura.
Lo detiene ese pedaleo alado que emprendo
cuando escribo.
En la estructura de metal de
la vieja
Singer,
junto letras.
Con ellas voy haciendo remiendos
que endilgo
con amor
a los días.
Pongo a serenar la vieja máquina
Singer
a la luz
y el viento
de la madrugada.
Desde las afanosas manos de madre
llegó a mi vida
Me siento al taburete y estoy protegido,
lejos de Dios,
de los celos,
o la ira
que habita
nuestro mundo.
La vieja máquina Singer como el regreso
al vientre
materno.
Desde aquí contemplo mares y bahías,
capitanes
con sus mujeres
aguerridas.
El origen del mundo está en esta vieja
máquina
de los remiendos.
Hijo obediente escribo lo que me dicta
esta madre
amorosa
nacida
en un tiempo
anterior
a la escritura.
Y desde entonces me va bien,
contra mi voluntad.