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viernes, noviembre 22, 2024

Oaxaca, 24 de junio: por las calles de la desmemoria

Reportajes

César Rito Salinas

Lo dice el corrido: El mero Día de San Juan (o la noche del conciliábulo de las brujas).
Las sociedades cuentan con diversas formas para recordar -advertir- del inicio de los ciclos de la naturaleza. El vigente, el calendario juliano (introducido por Julio César, en el año 45 a. C) se basa en números que relación con la actividad agrícola (lo que le aporta un carácter mágico).
El investigador Robert Markens, científico canadiense, realizo un sorprendente estudio antropológico sobre La piedra de la Letra, ubicada en Santo Tomás Jalieza, municipio de los Valles de Oaxaca, la piedra grabada registra el calendario que anticipa el equinoccio de invierno con la posición de los astros, 21 de diciembre, forma un mapa astral que predice lluvias y cosechas, inundaciones.
Los antiguos pobladores documentaron en piedra su calendario, las respuestas que daban las estrellas para la duda que despertaban los días del porvenir.
A la llegada de los conquistadores nuestra gente ya sabía de la clarividencia.
Los ciclos se registran en calendarios, del latín kalendarium, “libro de cuentas”, derivado a su vez de ‘kalendae’, ‘calendas’, “primer día del mes” -porque los intereses mensuales de los préstamos se contabilizaban en las calendas.
Los conquistadores, gente sencilla de mar y tierra, tuvieron muy en cuenta el paso de los días y los beneficios obtenidos en la tierra nueva, porque salieron de su lugar de origen con una mano adelante y otra atrás pendientes en todo momento del paso del tiempo y de los intereses económicos -habían zarpado a la aventura con préstamos a los que se le sumaban los impostergables intereses y el impuesto real que cobraba la corona española por permitir la vida en sus tierras.
Y las angustias por esos pagos ocuparon espacio en el calendario -y el calendario nos otorgó la lengua, el uso de las palabras y los días, el significado en la nueva lengua.
Los pueblos de América, las naciones que forman el continente surgieron bajo el signo de la deuda, de los intereses, del acoso de los bancos (Colombia y su costa Atlántica surgieron con apoyo de los préstamos de los agiotistas holandeses), nos enseñaron esta forma de hacer los días bajo el signo de las calendas.
Lyego llegó la iglesia y montó el santoral a los denominados “pueblos de indios”, concentraciones humanas a la vera del camino real -los antiguos pobladores, como lo documento Alfredo López Austín, comprendían la existencia sobre el denominado Monte Sagrado.
En nuestra ciudad, bajo el signo de las calendas -el préstamo agiotista-, se levantó la primera iglesia, que fue la iglesia de San Juan, ubicada en la calle de 20 de noviembre. La ubicación se debe a dos razones, un sitio opuesto al territorio ocupado por el gobierno, la primera Casa de Gobierno se ubicó en lo que ahora conocemos como La Casa del Mezcal, espacio alejado del sitio que ahora ocupa la Alameda de León, la Catedral y un asunto de salud pública (la única iglesia construida con el apoyo de la Corona se ubica en Santo Domingo, la catedral (1504).
Frente a edificio que ocupa la biblioteca de Investigaciones Estéticas de la UNAM, Alameda de León 2 altos, en el siglo XVII se instaló el Mercado de la Losa -sí, el mismo espacio que ahora ocupan los triquis, con la venta de artesanías y ropa típica. En el pasado no existían los baños, la gente hacía sus necesidades donde bien podía, cada mañana de las casas se arrojaba al cauce del arroyo el contenido del bacín -la nica. La falta de diseño urbano trajo enfermedades, epidemias, pandemias.
El concepto de mercado, plaza o tianguis convocaba a la concentración de personas. Y el olor era infernal. Por eso la Casa de Gobierno y la primera iglesia -la iglesia de San Juan- fue levantada lejos de la tierra que un virrey del siglo XVII otorgó a los indios para realizar su comercio de losa (con s, piedra llana de poco grosor, baldosa).
Hacer un repaso por los tiempos de la ciudad resulta fantástico -propio de la fantasía, de la irrealidad. En el registro de los días también opera ese signo de lo irreal, la magia.
Así llegamos a este 24 de junio, el mero día de San Juan.
Que para los oaxaqueños es un día gris, triste. En este día falleció una de las glorias del arte de América, nuestro Rufino Tamayo. Si hablamos del registro de los días, de las fechas y los sucesos, del tiempo pasado y del porvenir, los gobiernos festejan como nadie sus procesos electorales, pero nada sabemos de sus cuentas, de los intereses que genera la deuda adquirida por sus gobiernos ni de la fecha de pagos y vencimientos.
Porque en la tiranía y la democracia de que hay que pagar, hay que pagar.
El gobierno de este tiempo basa su imagen -su difusión- en la inauguración y en el panteón de los héroes.
El acto de la puesta de la primera piedra y del corte del listón inaugural lo impuso Porfirio Díaz, el criminal tirano, el calendario de los héroes y la estatuaria cívica la puso de moda en nuestra nación Maximiliano, el emperador austriaco. Nada de lo que ocupa este gobierno para fijar su nombre le pertenece, aunque los Flavio Sosa deliren por la trasmisión del nombre de los héroes de la revolución (ocupan una celebración de la guerrilla de finales de los 50 del siglo pasado, con los míticos Fidel Y Ernesto “Che” Guevara, pero en la vida de los pueblos existen nombres de revolucionarios que han dejado en el olvido).
Como bien lo mostró Maximiliano y Porfirio Díaz, la administración requiere de un panteón oficial, el sitio del calendario de gobierno donde conviven los muertos y las derrotas -las llamamos efeméride- que fijan en la memoria colectivo un a fecha significativa, que tiene su origen en la expresión griega ‘idos’, “de un día”.
Con Maximiliano viene el nombre de Alameda, la estatuaria greco-romana, de Porfirio Díaz la inauguración de calles y edificios públicos, escuelas y hospitales, con el nombre de los muertos, sus obras, como las Leyes de Reforma -que nos remiten al patricio de bronce, al inmortal Juárez, tan inmortal como lejano.
La periodista Elisa Ruiz destacó este día 24, que en la ciudad donde nació Tamayo no existe una calle con su nombre, Rufino Tamayo (Rufino del Carmen Arellanes Tamayo). Este hecho del olvido oficial muestra dos cosas: la ignorancia de nuestros gobernantes (por ignorancia pongo acá insensibilidad) y lo alejado que está la administración del pensamiento libre y cuestionador que genera el arte, la cultura.
Si, en el mero día de San Juan se muestra, una vez más, que a los gobiernos solo les interesa el dinero, las deudas y la celebración ociosa de las fechas del calendario, las celebraciones de fiesta que hacen olvidar por un momento el pago de los intereses (operan bajo el lema adolescente de “el de atrás paga”).

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