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sábado, noviembre 9, 2024

Julio Cortázar en Oaxaca

Reportajes


Ciro Velásquez

Julio nació en agosto, en un día como este agosto.
Desde entonces este escritor genial no tiene fecha de caducidad en el recuerdo de sus lectores fervientes y de quienes tuvieron la fortuna de disfrutar de su presencia excepcional. La literatura tiene curiosos vasos comunicantes y a través de ellos se crean vínculos afectivos entre el escritor y sus lectores, que muchas veces son entrañables. Y uno se pregunta ¿por qué?. Borges decía que la lectura es una forma de felicidad y tal vez ahí esté la respuesta. Algunos escritores nos son queridos porque como magos o prestidigitadores de la palabra nos regalan felicidad. Y Julio Cortázar es uno de los más, de los muy, de los tan.
Ya se ha escrito copiosamente sobre él. Por eso, para no caer en lugares comunes, quiero mejor contarles sobre algunas felices coincidencias de este humilde servidor con el doblemente inmenso escritor argentino.

Hace 25 años, el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca MACO, realizó una exposición de la obra del pintor oaxaqueño Rodolfo Nieto que en su breve paso por este mundo, dió muestras de su talento ya que ganó dos Bienales en Paris y expuso en importantes Galerias Europeas. Me meti por casualidad al MACO, pues no sabía de la exposición. Además de las pinturas, se exponían también algunos objetos personales del pintor. Detrás de una vitrina se podía leer una carta hecha a mano y firmada nada menos que por Julio Cortázar, que fue amigo del malogrado pintor oaxaqueño.
En la carta, Julio le contaba entre otras cosas sobre un viaje. Y con su sensibilidad de artista le describía maravillado el espectáculo azul y blanco de las islas griegas vistas desde el avión.

En otra ocasión leí que Cortázar estaba enterrado en Paris, y de cómo visitaban su tumba lectores fervientes de todo el mundo y escritores connotados que le llevaban flores y le dejaban escritas frases de agradecimiento al santo profano que Julio fué.
En el año 2016 estando en Paris, quise ser uno de esos afortunados. Y una mañana tibia y luminosa de agosto acompañado de mi familia salimos del hotel y nos metimos al metro de Paris. Ahi preguntando pudimos llegar a la estación Montparnasse, cerca de donde se encuentra el cementerio del mismo nombre. Desayunamos café y bisquets en un lugar cercano y luego caminamos dos cuadras para llegar. El cementerio, uno de los dos más grandes de Paris, es un espacio elegante, con amplios andadores bordeados de arboles y áreas de césped cuidadosamente podado.
En la entrada principal del lado izquierdo había un plano con el señalamiento de las secciones y la ubicación de las tumbas de personajes ahí enterrados. Con ayuda de mis hijos finalmente encontramos la de Cortázar. Sentí una rara pero legítima emoción, la de estar ahí tan cerca y tan lejos de él. Previamente había comprado una flor en un mercadito callejero cercano que dejé sobre el austero mausoleo.
Y conmovido le agradeci en silencio los regalos de su literatura prodogiosa: el ingenio, la ternura y la belleza de sus letras. Le dije que con él aprendí muchas cosas, entre ellas el valor de una buena conversación, lo ilustrativo y gozozo de los viajes o el asombro por las cosas minúsculas como escondidos milagros.
Y salí de Monstaparnasse revitalizado después de esa especie de comunión espiritual con mi admirado Julio Cortázar.

Tengo entre mis libros del genial escritor uno póstumo llamado Papeles inesperados. En algunas de sus páginas hace mención de su visita a Oaxaca en los años ochenta. Ahí leí que según él, Oaxaca y Estocolmo, Suecia, tienen materializados la mayor cantidad de «cronopios» que existen en el mundo, esos seres maravillosos que él creó con su inagotable imaginación. Asi lo cuenta:
«… De Oaxaca me habían dicho muchas cosas, turísticas y etnográficas, climáticas y gastronómicas; lo que nadie me dijo es que allí además de un zócalo que sigue siendo mi preferido en México, habría de encontrar la más densa congregación de cronopios jamás reunida en el planeta con excepción de la de Estocolmo… y si ahora se desea volver a a tierras calientes habrá que pensar agradecidamente en Rufino Tamayo. Viejo admirador de su pintura, cuando supe que en Oaxaca había un Museo que guardaba una colección de piezas precolombinas donadas y presentadas por él, me precipité raudo cual flecha. Esperaba maravillas y las encontré, pero además encontré lo inesperado, el otro club inconcebible en su sede de cristales y colores. Me bastó entrar a la primera sala para reconocerlos: desde las vitrinas, muertos de risa ante mi asombro, los pequeños cronopios me miraban y se divertían…»

Finalmente, hace unos días releyendo un álbum fotográfico publicado por Alfaguara descubrí la foto de una postal con las grecas de Mitla encima de la cual le escribe a su amigo Arnaldo Calveyra y le describe a México con estas pinceladas:
«…Oaxaca a /6/9/80
Querido:
Este país es un incendio de colores y sabores, y cada día nos tiene su ración de maravillas. Yo tuve trabajo pero también largos descansos, y ahora nos paseamos en el interior viendo gentes en sus calles, mercados, conventos, minas, pirámides, y todo eso ocurre bajo un sol intenso del que nos protegemos con vastos sombreros.
Que ustedes estén bien, abrazos de Carol y de Julio”

Vayan unas mañanitas mexicanas para el querido Julio donde quiera que esté.

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