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domingo, diciembre 22, 2024

Tres momentos de la crítica literaria que navega en aeroplanos

Reportajes

César Rito Salinas
Esta es la lista del mandado escrita en la página índice del libro La música en Cuba, de Alejo Carpentier (Letras Cubanas, 1979).
En la lista del mandado
Este es un hombre que escribe sobre el índice de un libro, al regresó del desierto. La escritura esquiva la tilde y baja al lomo húmedo de la letra C. Esta es la lista del mandado donde escribo pan integral, mayonesa, jamón, comida para gato, agua embotellada, jabón para los trastes, pasta para dientes.
Esto que escribo sobre la línea punteada y el número de página del libro; las cosas pendientes de hacer se olvidan con el ajetreo, la ansiedad. Resulta necesario escribir entre lo ya escrito para obtener la posibilidad de la acción futura.
La crítica literaria que navega en aeroplanos
Busco la tradición, las palabras que digan las cosas sencillas. Los aeroplanos hacen crecer la tierra, forman el lejano punto de referencia; rugen en las alturas, persiguen objetivos en el cielo.
El estruendo de las naves nos convierte en dioses, escrutamos el infinito. Mediodía, sol de zenit. Los aeroplanos hacen crecer la crítica.
El aire juega con tu nombre, Facunda, entre trompetas y aguaceros alcanzo un ramo de flores. Tu nombre corre sobre cerros y veredas montado en una bicicleta, te busco con vista cansada (los ojos solicitan operación con rayo láser, intervenciones quirúrgicas). Mediodía, carretera Cristóbal Colón.
La cadena de reos se detiene frente al altoparlante. El aeroplano se aleja con estruendo entre nubes obesas.
Parián
“Venir a esta esquina de la tierra a esperar la muerte”, dijo el hombre. En la tasca, no más que techumbre para obreros desempleados del ferrocarril, el mezcal ilumina las horas de la tarde. En este pueblo de obreros desempleados del ferrocarril corre un río de aguas lentas, levanta recuerdos de tiempos mejores.
Los obreros desempleados del ferrocarril esperan en la cantina la llegada del pagador de la empresa, que hace tiempo dejó de verse por este sitio.
Estos hombres viven de lo que pueden, algo siembran, algo levantan de esta tierra salada. Mientras esperan consumen en la cantina lentos, justos tragos de mezcal. Sólo esperan que ocurra el accidente, que vean entrar por la puerta al pagador de la empresa.
La mujer que los atiende escribe en el cuaderno la cuenta de los obreros desempleados del ferrocarril.
Ella también espera la llegada del pagador de la empresa. Sentado frente al mezcal el hombre dice: “Más valdría no haber hablado”. Suspira, bebe la diminuta copa. “Sería mejor ser mudo”, piensa, sentado en la cantina de obreros desempleados del ferrocarril. La mujer que atiende se acerca: “¿Va querer que anote su cuenta?”, pregunta resignada a su destino. El hombre aparta sus pensamientos. La mira. La mujer dice: “la lista es larga, el negocio lo abrió mi madre, su primer cliente fue un tal Malcolm Lowry”.

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