Por Rodrigo Islas Brito
“Si hay condiciones y si no las hay, las vamos a hacer nosotros”, comenta decidido un guerrillero de la vida real en unos de los muchos recuerdos citados en las Crónicas intempestivas, historia del ascenso del EZLN 1987-1994, del escritor y periodista Egbert Méndez Serrano. Conjunto de relatos vivenciales de quienes formaron parte del levantamiento armado que a partir del primero de enero de 1994 sentó por primera y única vez a una mesa de negociación al Estado Mexicano.
La editorial autogestiva mexicana Círculo de viento ha sacado al mercado editorial independiente, un libro luminoso y perceptivo sobre el acto de rebelarse contra un orden establecido, injusto y criminal. Y también desmitificador sobre la santidad a prueba de balas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Resulta algo puntillosa la potencia de su discurso , que al final no pretende ciertamente tirar por el suelo la visión del EZ como paradigma de la insurrección popular, sino humanizarlo en su búsqueda de lo sagrado.
Aterrizar en las tripas los sinsabores y procesos de truene de una estructura clandestina que llegó a mirar a los ojos de fuego y sangre del estado mexicano, al frente de la cual casi desde el principio se fraguó y se impuso la planeación y liderazgo del Subcomandante Marcos, del que el libro como publicación militante que es nunca se ocupa de aclarar si realmente se llama Rafael Sebastián Guillen, como lo señaló en su momento Ernesto Zedillo. Y no lo hace, porque en estas crónicas todo el mundo tiene un seudónimo con el que vivió, luchó y hasta murió con ese nombre propio que hizo suyo.
Lucha, Rodrigo, Andrés, Gabriela, Elisa, Daniel, Pedro, Vicente, Frank, Norma. Crónicas intempestivas se sucede como una especie de novela de detectives donde el lector se la vive entre casas de seguridad, intrigas revolucionarias y palaciegas y una búsqueda óptima de cohesión comunitaria guerrillera en plena selva lacandona. Los desencuentros, desacuerdos y autopurgas se tornan naturales en medio de un entramado de caos, idealismo e incertidumbre, que Méndez Serrano sabe hábilmente retratar, aunque al final como autor pueda llegar a excederse un poco en sus propios causes hegelianos.
Comandantes de improvisado protagonismo que acabaron pidiendo a sus subalternos el consumo de películas pornográficas, golpes de estado planeados a la luz de unos vinos elegantes, ausencias de cuentas claras de integrantes que por tranzas no pudieron volverse dirigentes, clasismo y cierto nivel de maltrato de los militantes citadinos a los militantes indígenas en un movimiento armado que ciertamente empezó con planeación de guerrilla urbana, hasta evolucionar en un levantamiento social indígena. En Crónicas intempestivas, los neozapatistas de corazón (y público en general) pueden darse un festín de reconocimiento.
De aquilatar como la complejidad humana tiene que adaptarse y sobreponerse a los códigos de la clandestinidad, de la sed de justicia, del idealismo y realismo cruento, de jugar el lenguaje de la razón y las armas. Para los muy clavados con la santidad “ezetaeleniana” (como el mismísimo Subcomandante Marcos, que hace poco casi le declaró la guerra a toda aquella publicación, que cuente una versión diferente a la suya) la recomendación es que no quemen el libro desde el mero alunizaje de su portada.
Que lo escudriñen y lo imaginen. Que lo vean como un recuento del costo de empeñar algo más que las palabras.