Juan Carlos Zavala |
El pudor obligó a Martín Caparrós a escribir en la clandestinidad sobre una de las cosas que más le gusta: la comida. Se inventó un seudónimo. Y desde hace 20 años, “sistemáticamente”, lo hace a través de Solís.
Siempre escribiendo sobre política y políticos con posiciones “bastante radicales”, dedicarse a algo que suena tan frívolo como la comida le avergonzaba. De ahí el pudor. La historia de Juan Díaz de Solís, el primer español que llegó a las costas del Río de la Plata en 1516, a quien los indígenas se lo comieron, siempre le interesó. De ahí el seudónimo.
Pero el escritor argentino aclara que hablar sobre comida suena frívolo porque hay quienes hacen que suene frívolo. “Y la comida es cultura de primer orden que me interesa y siempre me interesó despojarlo de esa frivolidad en la medida de los posible y darle en todo en la medida de lo posible ese contenido de cultura, de pueblo, de la sociedad, que tiene”.
En cuanto a Solís recuerda que era uno de los españoles que intentaban encontrar el paso hacia el Pacífico para continuar hacia las Indias, “estas falsas Indias” que habían encontrado. “Y entonces todo el sur del continente, básicamente la Argentina era sobre todo un obstáculo para esas intenciones”.
Solís encontró, continúa el escritor con su relato, esta entrada del Río muy ancha que llamó un mar dulce. Se internó para ver si ahí estaba el paso, desembarcó. Fue el primer hombre entonces blanco que desembarcó en el Río de la Plata y ahí estuvo durante ocho ó 10 horas, hasta que los locales se lo comieron.
“Por eso siempre pensé que Solís era el primer plato de la fusión gastronómica que América Latina dio, fusión entre Argentina y España y por eso me gustó adoptar su nombre. Hay un verso que siempre me hace sonreír de Jorge Luis Borges sobre el Río de la Plata: ‘Ese día en que ayunó Solís y los indios comieron’”.
Caparrós, sin embargo, esta vez dejó el pudor y bajo el sello de Editorial Almadía publica “Entre dientes, crónicas comilonas”. Sin seudónimo. Por eso estuvo en Oaxaca y habló sobre sí, de su gustó por la comida, de cuando comió perro, del hambre, del sobrepeso.
Con “Entre dientes, crónicas comilonas”, Almadía inauguró la colección de la editorial que ha llamado “sello culinario” o “Crónicas gastronómicas”.
Solís o Martín Caparrós nació en Buenos Aires, Argentina, en 1957. Ganó los premios Rey de España en 1992, Planeta Latinoamérica en 2004 y Herralde de Novela en 2011.
“Me gusta mucho comer, me gusta mucho escribir. Obviamente en algún punto estas cosas de cruzan¸ a veces más y a veces menos”, dice como justificación sobre el placer que le causa escribir sobre comidas y bebidas, aunque a veces le “aburra” y deje de hacerlo un tiempo.
Porque el libro que presenta narra por ejemplo, la historia de Ferran Adriá quien inventa la clave de la evolución culinaria actual para financiar unas vacaciones en Ibiza; o la historia sobre un banquete a la usanza de los antiguos romanos o la aventura para lograr comer perro en China.
Y lo interesante, dice, de todo eso es que de esos pequeños relatos que van armando la historia central del libro: “Yo no soy yo sino ese otro”. Añade que es una serie de crónicas de comidas en distintos lugares del mundo que al irse relacionando una con otras, le permitió encontrar cosas que no había visto primero, “encontrando relaciones nuevas, que los gustos se relacionan y producen de algún modo nuevas sensaciones”.
“No concibo comer perro”
En ese camino y en el placer de escribir los relatos, Caparrós se encontró con el problema de que no concibe comer perro, lo que había anhelado desde “chiquito” por las historias de Emilio Salgari y sus piratas que en cuyas aventuras terminaban en una fonda china, donde comía perro.
“Varias veces lo intenté sin ningún éxito en China y en otros lugares del sureste asiático, hasta que finalmente el año pasado lo logré en Corea, para mi desgracia. Era feo, por lo menos el que me dieron a mí era feo. Algo como un carnero que no se hubiera bañado en dos o tres años. Era realmente, la cosa más fea que he comido y me gusta casi todo, pero ese perro que era la culminación de tantos años de búsqueda fue un fracaso”.
¿Era la apariencia o el sabor? – lo interrumpe un tipo que estaba a su costado
“La comida Coreana muchas veces se termina en la mesa, siempre hay un fuego en el medio y hay muchos platitos de curtidos y de muchas cositas para acompañar el plato final que es el que se cocina en la mesa. Aquí había dos tiempos, dicen ustedes ahora, de perro. El primero era el central, una cantidad de verduras y con una salsa ponían la carne de perro y la salteaban un poco. El segundo plato fue un poco más rico porque era una sopa de perro, algo con mejor sabor”.
“No me miren así”, dice Caparrós a los periodistas, “porque empezamos a hablar de los escuincles ¿o no? Cuánto tiempo se alimentó este norme país de pequeños canes fugitivos. Estamos en un lugar, donde sabemos de lo que estamos hablando”.
Canibalismo
Hay algo que sin duda el ganador del premio Herralde de Novela 2011 no ha comido o probado: a un ser amado. Pero eso no le impide pensar que haya en ello, lo más íntimo, lo más amoroso. “Nosotros queremos mucho a los animales, ciertos animales, y a muchos los queremos en la medida en que somos capaces de comerlos”.
El escritor menciona una de las crónicas de Herodoto, en la que habla de los Masagetas, un pueblo del Asia Central que vivió entre los mares Aral y Caspio. Lo cierto es que los Masagetas, continúa, cuando morían eran comidos por sus deudos, por sus parientes más cercanos y Herodoto cuenta como sufrían por pensar que iban a morir en lugar donde no iban a ser comidos por sus parientes o demasiado enfermos.
“Y en realidad, si uno lo piensa, con menos prejuicios de los que tenemos, puedes llegar a la conclusión de que no hay nada más amoroso que comerse a su ser querido.
“Nada más fuerte integrador, nada más íntimo que hacer que los restos materiales de esa persona formen parte de nuestro propio cuerpo. O sea que, en ese sentido, comerse lo que uno quiere, en el sentido de lo que uno ama, no está mal.
“No estoy haciendo una defensa desaforada del canibalismo, pero si lo quieren tomar de esa manera es su derecho”.
Entre dientes, crónicas comilonas. En tres tiempos
El libro de Martín Caparrós que nace con el sello de Almadía está pensado en tres tiempos, como se acostumbra comer en algunos lugares. Su plática hasta este momento, se refiere al primer tiempo en el libro.
El segundo tiempo, es el relato del restaurant coreano donde finalmente comió perro y el tercer tiempo es una yuxtaposición de dos textos que a su entender, un poco, conversan bien entre sí.
El primero es un fragmento de una novela que escribió hace 12 años que se llama La Historia y que es la novela que a él “más le importa haber escrito”. Esa novela cuenta una civilización completamente imaginada y da sobre esa civilización todo tipo de datos y una de las características de esa civilización es que en las grandes ocasiones, hacen “un banquete sucesivo”.
La idea de un banquete sucesivo, explica, es que nosotros comemos en general en sincronía. “Comemos en un plano en que todo se ingiere al mismo tiempo, y hay otro plano, de la diacronía que es lo que va pasando sucesivamente. Nosotros en general comemos sincrónicamente, un plato es el resultado de reunir una serie de chiles, de caldos, de especias y a eso se le añade un pedazo de carne, de camarón o de lo que sea, y todo eso, entran en la boca al mismo tiempo y en el mismo momento. Esa complejidad de materiales es consumido al mismo tiempo. Habría otra posibilidad, decía yo, que se coma diacrónicamente, que esas cosas entren en la boca por sí mismas y sean seguidas una tras otra y que el sabor y la mezcla de los sabores se vayan haciendo en la boca”.
En la historia, los banquetes tenían cinco pasos cada uno y entonces cada trocito y por lo tanto una comida terminaba siendo como un largo relato en la que se iba contando la historia, a través de cada paso de lo que se metía a la boca.
El segundo texto es cuando fue a comer por primera y única vez en el Lurie. Cuando llegó a ese restaurante le dijeron que explicarían como comer. “Cuando me dijeron que esto tu no sabes comer y vamos a explicártelo. Lo primero que me dieron fue una cucharita, un cóctel de piña colada y entonces en la cuchara había un montoncito de colores que era un poco de ron, coco y azúcar, y entonces habría que pasárselo por el labio superior y que en la boca al mezclarse los cuatros compusieran un piña colada. Era como el banquete sucesivo de mi ciudad imaginaria”.
En este último relato, Caparrós encontró un elemento constitutivo en el cocinar: el humor, porque hasta entonces no se había reído de ningún plato. Caparrós espera que este libro de tanto placer a quienes lo lean, como a él le dio escribirlo.