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jueves, noviembre 21, 2024

César Rito Salinas, prefiere el olvido que una calle desolada con su nombre

Reportajes

Antonio Pacheco

Estamos en un restaurante de los portales. Un trovador canta “Lo que no fue no será”. Más adelante, desde sus recuerdos sonará “Periódico de ayer”.  Le comento que ésta no es una conversación sobre su trayectoria, de eso ya se ha escrito. Además, ahí esta su obra que desde 1989 a la fecha lleva editados más de cien mil ejemplares y habla por si sola. Si no fuera suficiente, están los premios que ha recibido lo mismo en Oaxaca que en el extranjero. Esta es una entrevista para conocer aquello que nadie quiere preguntar pero sí saber, quizá porque a diferencia de la farándula, en el mundo literario (tan solemne todo aquí, tan de hueva) esto dizque no se acostumbra, está mal visto, es de mal gusto. Aquí el chisme no existe.

—¿Por qué con tantas buenas palancas no te colocaste en una de las grandes editoriales? Sobre todo si, de todos modos, ya has sido acusado de ser encumbrado por tu hermano el político.

—Porque no soy político. Por eso. Tengo amigos que llevan la industria editorial en el país: Jorge Volpi, Guillermo Fadanelli, Marcelo Uribe.  Nunca les he pedido un favor. Quien está a favor de hacer ricos a los dueños de la industria editorial son pendejos. Las editoriales te dan el diez por ciento de una circulación que se inventan. Desde el siglo 18, el escritor siempre pierde.  

También aclara lo otro.

—El primer premio me lo dieron en 1989, en ese año mi hermano era reportero en comunicación social del gobierno del estado. No creo que un reportero tuviera tanto poder para influir en que su hermano obtuviera un premio. Me resulta singular que los que viven del gobierno me acusen de priista. Tengo un hermano que era guardafaros. Creo que ese guardafaros me inspiró más para el trabajo literario.  A los incultos que dicen que lo que soy se lo debo al PRI o a una militancia en el gobierno, les digo que antes de que sus padres reconocieran ser frustrados, un poema mío cerraba la barra de canal 13 de Imevisión. 

—¿Cuál era?

—Ballenas, mares del norte.

—¿Por qué resulta fácil decir lo que se dice de ti?

—Ignacio Ortiz, Andrés Henestrosa y otros me dijeron: “Vete de Oaxaca, acá hay pura envidia”. Pero me gusta esa parte de la sociedad donde brota el pus. Siento que reflejarla es mi compromiso como escritor.

Las respuestas lo llevan a las anécdotas. Me cuenta de su amistad con Eusebio Ruvalcaba. También se irrita de vez en cuando al mencionar algunos nombres y suelta alguna maldición. La mayoría de los artistas parecen empeñados en trascender, en que se les recuerde. ¿Y él?

—¿No temes que te recuerden como un poeta iracundo? 

—No. Da Jandra me hizo una aseveración muy cierta: “Se escribe de regreso, no de ida”. Se escribe de la guerra al regreso de la guerra, no en la batalla. Se escribe del amor después del amor, no enamorado. Se escribe del odio en la calma.

—¿Siempre fuiste broncudo? ¿Te agarrabas a madrazos con otros chamacos?

—Tengo los nudillos hundidos y ninguna cicatriz en la cara. 

Hace una relación numérica.

—Mi padre fue marino militar, tenía una 45. Él murió cuando yo tenía 9. A los 12 yo usaba su 45.  A los 13 me fui de la casa.

—¿Y de joven?

—De niño fui violento y ebrio. De joven fui ebrio nada más. 

El trovador se toma un descanso. Sólo queda el sonido de tenedores golpeando la vajilla y el murmullo de voces pronunciando frases inentendibles. 

—Mis hermanos escuchaban una música que estaba sorprendiendo Nueva York en los ochenta: salsa. Willie Colón, Héctor Lavoe…

Le pregunto si recuerda alguna canción. Hoy el maestro viene vestido muy formal y se expresa con tal propiedad, que me es un poco difícil imaginarlo como un muchacho que baila al compás de la canción que arranca de su pasado: “Periódico de ayer”.

—Sí, sí bailaba. Estaban abriendo el Kin Kong en Salina Cruz, en la zona de tolerancia. En una tarde de mayo, vi a doscientas mujeres bañándose en la fuente central de la pista. Lo tengo en la cabeza. 

—¿A quién y de qué escribías en aquellos años?

—Saturé de servilletas de la mesa de la cantina, los altares de las meseritas. Siempre se me dio la palabra y soy bien rápido para escribir.

También tiene anécdotas con mujeres intelectuales.

—En una ocasión, vino Elena Poniatowska a presentar Tinísima. Acudí a su conferencia de prensa como reportero y le hice algunas preguntas que le parecieron interesantes. En la noche fui a la presentación de su libro y me dijo: “César, por favor espérame tantito” —estaba firmando libros—. Al final le preguntó a su acompañante por mí. “Te voy a hacer una dedicatoria que siento en el corazón”, me dijo: “Para el ángel de la espera y las palabras”. Y es que eso transmito cuando quiero, y cuando no, soy violento.

Sale a colación lo que piensa de los escritores en general.

—Lo supe por Ricardo Garibay en algunas de las conferencias que le escuché en Bellas Artes: “Los escritores son la especie más miserable que habita el planeta: envidiosos, rencorosos, mala gente”. Nunca he levantado ninguna expectativa con los escritores. Entiendo que pertenezco a una tribu de mala gente; entonces, es como si el ladrón que se junta con ladrones les reclamara: “Me chingaste mi cartera”. 

Menciona frecuentemente a sus amigos cineastas.

—El arte está donde palpita la vida. Si no es rebeldía, si no es irreverencia, entonces es una técnica, una especialización sujeta, como ahora, al patrón en turno. 

También habla del futuro.

—No me gustaría ser recordado. En el 86 existía el Instituto Oaxaqueño de las Culturas y querían que los pobrecitos oaxaqueños aprendiéramos a escribir y pudiéramos publicar “cosas”. Entonces Azael Rodríguez propuso un título: Sólo para el olvido hemos escrito. Creo en eso. 

—Pero de alguna manera tendrán que recordarte, ¿cómo crees que será?

—Mira, de los pensadores de Oaxaca, encuentro recuerdos amargos como ejemplos. No me gustaría que mi nombre fuera puesto en una calle donde se mearan los perros.  

En el zócalo está sonando música andina. Los turistas van y vienen a paso lento. Sus rostros reflejan la tranquilidad que les proporciona este Oaxaca que cada día es más a su medida.

—Álvaro Ruiz, que es un gran poeta chileno, me dijo que Oaxaca era una ciudad antiestrés. Le dije: “Sí, a condición de que no seas oaxaqueño, de que seas chileno”.

—¿Te gusta tu ciudad?

—La amo, la camino mucho. Me gusta su cielo, su gente. No pregunto, frecuento los espacios culturales.

—¿Y su música?

—La música oaxaqueña actual no es música de Oaxaca, es música de la industria del turismo de Oaxaca. Macedonio Alcalá murió en la miseria, fue despreciado por las élites de Oaxaca. Muere de hambre y se vuelve célebre. ¿Qué nos dice su historia? Los que se dedican al arte están equivocados. Los que se dedican al dinero y obtienen la fama, esos son los chingones.

Han pasado más de dos horas y se hace necesario meter el acelerador a la entrevista.

—¿A qué le temes?

—A nada.

—¿Qué te hace llorar?

—Amo a una mujer joven y no habrá tiempo. La conocí tarde.

—¿Crees en el amor?

—Claro.

—¿En el de para toda la vida?

—Se trabaja cotidianamente, es una construcción. Es difícil. 

—¿Qué te hace reír?

—Las ideas preconcebidas de la gente. 

—¿Qué te hace odiar?

—La sinrazón, un gobierno sin razón, una administración sin razón, un grupo de personas que creen que tienen la razón.

—¿Qué época de tu vida añoras?

—Ayer. Ayer fui feliz. Hoy deseo ser feliz como ayer.

—¿De qué te arrepientes?

—De nada. Fui alcohólico 38 años. Niño ebrio, adolescente ebrio, joven ebrio, señor ebrio, 

—¿Cuál es tu plan más inmediato?

—Promover la acción cultural en el norte de la ciudad. Creo que la tenemos muy descuidada. 

—¿De qué y a quién le pedirías perdón?

—A todos lo que me quieren o me odian, que ambos sentimiento son similares, vienen desde dentro, les pediría perdón por no cumplir sus expectativas. Ni ser lo suficientemente culero para que me odien lo necesario, ni ser lo suficientemente generoso para que me amen lo indispensable.

—Un libro

Curso de literatura europea, de Nabokov.

—Una película.

Mezcal, de Nacho Ortiz

—Un disco.

—Charles Mingus, Moanin, hizo una fusión de jazz clásico y cumbia. Me quedo con esos ejercicios.

—¿Qué tienen en común esas tres obras?

—Parten de la maestría a un ejercicio de variación. 

—¿Cuál es el adjetivo que mejor te calza?

—Anónimo, si lo juntas con alcohólico ahí lo tienes.

Trepado en el camión, me pongo los audífonos y busco la canción de Lavoe. No la conocía. Por alguna calle de esta ciudad el César Rito Salinas experimentado se dirige a San Martín, por la secundaria. En algún universo paralelo, de esos en los que el pasado se repite constante, está el joven César Rito Salinas con algunos mezcales dentro y, quizá, con una cuarenta y cinco al cinto, en una pista de baile, con una fichera o una prostituta de las cantinas del puerto, entre luces neón, haciéndola girar al compás de alguno de los extraordinarios puentes musicales de esta salsa: “Tú amor es un periódico de ayer que nadie más procura ya leer. Sensacional cuando salió en la madrugada. A medio día ya noticia confirmada. Y en la tarde materia olvidada”.

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