César Rito Salinas
Comunicar es poner en escena, un performance.
Al final de cuentas los cuerpos humanos
somos el teatro de las palabras.
Aunque no lo parezca, hay cosas cotidianas que nos salvan la vida; ejemplos tenemos mil, la costumbre de llegar tarde nos puede salvar la vida; la permanente sonrisa en el rostro; el cambiarse diario de ropa. El tomar el aire de mañana; por la tarde, pegado al trasto de las palabras, la máquina de escribir.
Contar historias forma la existencia, realizar ese registro de los hechos, encontrar el gusto por la existencia ya pasada.
Zavala dijo sí, hay espacio en el portal de noticias. Y acá me tienes metido en los espacios cotidianos. El reporteo, la pluma junto a la mano. Samuel dijo sí, acepto la entrevista. Y acá me tienes fuera de uso, con una pregunta sobre los labios, ¿cómo grabar la entrevista con el nuevo teléfono?
Ante la miseria en que se convierte el que escribe cuando lo rebasa la tecnología, no queda más que tomar la rutina. El ejercicio sostenido durante años. La voz de Samuel, el entrevistado, sonaba en el teléfono y yo hecho mierda con el aparatejo en las manos, inútil (el aparatejo y yo, y las palabras que sonaban, la lista con las preguntas que previamente había elaborado).
Hecho mierda. Y entonces en la aflicción y el abandono recurro a lo que tengo, el puro mirar. Y descubro una antología de José Emilio pacheco puesta en el escritorio. y que me paro y voy por ella mientras la voz del entrevistado, Samuel, sonaba confiada por el teléfono en altavoz.
Ya de regreso, busqué la página legal, la de respeto y la de dedicatoria de aquella edición monumental del maestro Pacheco y que me pongo sin misericordia a escribir las palabras que Samuel decía. Porque uno es eso, pura repetición y olvido; y recurso, improvisación. Por ahí encontrarán la entrevista que le hice al dueño de Rosita de borracho, los nuevos caminos del mezcal.
La historia apurada, escribí casi todas las palabras que dijo Samuel al teléfono; no creo faltar a la profesión con tantas fallas, de alguna manera el argen de error agudiza los sentidos. Hace años que practico el periodismo, por lo regular no utilizo la grabadora, menos el teléfono, confío en la memoria sobre el tono de las palabras. La entrevista es énfasis, gesto, la voz del declarante en ese espacio deposita su intención. Los tonos. Y uno debe estar muy trucha para percibir esas pequeñas señales. Porque esto del periodista, de reportar de forma hilada una historia con sucesos, declaraciones, tiene mucho de la suerte.
Lo que llamamos “la nota” está en ese interactuar de tu persona con el exterior a partir del proceso cultural de la forma del periodismo, en este caso. ¿Cómo saber que un asunto da para una entrevista, una crónica, un reportaje? Por la piel, el espacio donde ocurre lo que llamamos suerte. La declaración de Samuel fue registrada en palabras escritas; más tarde, cuando me preparaba la cena, masticaba algunas frases, algo escuchado. Y ahí fue que encontré la nota, el para qué de la entrevista realizada minutos antes; “la entrada” de aquel volumen de palabras.
Bien pensado puede decir que el “mirar” que dicen los cronistas, el recurso necesario para la escritura, depende de un “respirar en calma”. Quien goza de paz goza del recuerdo, la paz funciona como la llave de la memoria. Para mí que las palabras llegan en el aire, son la comida del que escribe. Las percibe, saborea sus tonos, incluso las definiciones, los conceptos; y pone en circulación nuevas definiciones (uniones de palabras que formarán un concepto nuevo, mezcales buenos, por ejemplo).
Ya con eso “visto”, escuchado, el material fluye hasta alcanzar las palabras requeridas para darle cuerpo a la historia, presentarlas de tal forma que el declarante diga, “gracias”. Y acá tenemos ya las tres condiciones que exigen las academias de periodismo: reporteo, idea clara de lo que se quiere comunicar, escritura ligera.
Pongan ustedes las variaciones que deseen, las que gusten. Los maestros del periodismo van a tomar las tres o una de esas tres condiciones del periodismo para valorar tu trabajo; propondría, si me es permitido, otras condiciones: la suerte, el deseo de aventura, atascarse y cagarla y querer salir de ese agujero apestoso donde te encuentras solo. con su miseria, limitado.
Y sales porque sales, para eso están las cosas repetidas, lo cotidiano como mirar las nubes. Tomar aire o rascarse la mejilla. La escritura es gesto repetido. No es pleonasmo, pero se le aproxima. Más de un a vez he encontrado el tema de la escritura cuando me rasco la cabeza o las orejas. Algo simple, lo que ubique tu cerebro. Escuchar música o preparar la cena, porque el ritmo que necesitan las letras demanda una actividad manual previa, nada de lecturas difíciles o de ejercicios de concentración. La escritura deber ser algo tan próximo y necesario como el respirar. Sí, así fue aquella noche del reingreso al periodismo; estaba hecho nada, una mierda, y un acto repetido, la cosa cotidiana me salvó el pellejo.