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sábado, octubre 5, 2024

La Calle del Alhelí | La luz que oblicua se cuela entre los libros

Reportajes

Fernando había enviado las letras del instante previo a las detonaciones, los segundos que anticipan la muerte; aquella tarde de lluvia mis pasos me habían llevado a la biblioteca del Iago-Juárez; me sentía morir, pero no había escuchado el zumbido de las balas. Tomé la tableta y en un acto previo a la agonía empecé a escribir. 

11. Ubicó el numeral al inicio de las letras. Esto indica que no sé del rumbo qué tomarán las palabras. El numeral utilizado como una seña, un asterisco, una muesca; pongamos por caso el 11. Que indica algo menos de la docena, pero más de la decena. ¿A dónde voy? A ninguna parte, solo entreno el dedo gordo de mi mano derecha, prevengo de la artritis reumatoide. En este ejercicio de gimnasia pierdo el sueño, el habla, el humor. Me vuelvo dedo que escucha, insomne. Inquieto. Sin mano, manosea. Toda la experiencia acumulada en la yema del dedo pulgar. Ahora bien, el dedo mismo tiene gobierno, el lomo que lo hace doblarse; me gusta la posición del dedo que escribe. En atisbo, pareciera en bostezo, insatisfecho.

12. Es cuestión de práctica, recién abordé la docena de pequeñas historias que iluminan la madrugada. La mano agarra vuelo, helicóptero sicalíptico. Avanzan las letras sobre lo oscuro, parecieran fieras que toman por asalto la noche cargada de silencios. Carraspeo, toso en bajo tono como el que habla dormido. Y escucha. Esta parte de la escritura de madrugada tiene eso, un avance con la quilla rota, un surcar el agua sin destino; silencioso. ¿Para qué sirve la derrota? Nunca nos movimos de una tierra, una lengua, ciertos rostros. Siempre por siempre seré el chamaco prieto, greñudo, el feo que fui en mi adolescencia. Ahora escribo.

14. Se derrumban mis pestañas, pero estos desvelos traen más cuerda que el sueño. Se trata de esto, de dar salida a las palabras opositoras hasta formar un río de aguas donde el niño que fui deposite barcos de papel y se entretenga en la tarde con aguacero, imaginando un viaje irrealizable. Inútil. La derrota del patio, travesía entre ventanas sobre charcos de lluvia. El agua forma el sentimiento de la dicha cara de una infancia junto al camino, la carretera, en la tierra que arde de calores y maldiciones. Ahora saldrán las piedras, el partido de béisbol en el patio. La jardinera donde papá y mamá miran alegres el encuentro, orgullosos de la labor de la Emulsión de Scott en los pulmones de sus hijos.

15. Ladran los perros, crece el silencio. ¿Será necesario el sonido que rompa silencios de la noche para sentir tanto silencio? Ahora llueve o cae fuego, nadie podrá saberlo en este espacio de letras poblado por fantasmas. Me agrada sentarme en posición de yoga y desde ahí, con los latidos de mi corazón entre las sienes, soltar la respiración que alimenta mi sangre, el cerebro. A veces uno se convierte el criminal de su propia persona, insatisfecho.

16. Un vaso de agua, en el piso, añoro, imagino un vaso con agua. ¿De qué extraños juegos de la perversión se vale mi cabeza para imaginar que saboreo una copa de mezcal? El deseo es grande, las palabras escasas, repetidas, vueltas a acomodar para ocultar la verdad de los deseos. Quisiera escribir palabras sin doble intención, sin otro significado. Escribir, por ejemplo/(y acá pongas ustedes las palabras de Neruda, el poema 20).

17. En Avenida Juárez los autos pasan a gran velocidad junto a los altos muros de las casas; ocultan, desde siempre, el jardín interior, altos árboles, silencios. El agua de la fuente. En un tiempo la ciudad no contó con servicio de drenaje, los desechos eran arrojados al arroyo que partía en dos la calle. En calores, el olor era intenso; en aguas, la suciedad se aferraba a los tobillos. Los altos muros de las casas, el jardín interior era un estar aquí y odiar este sitio, negarlo hasta en su paisaje. La mierda fue de los tiempos de Juárez, el olor de los jardines profundos llego con Porfirio Díaz.

18. Un rayo de luz cae sobre los libros. Tarde bermeja, biblioteca Iago-Juárez. Los nombres repetidos un millar de veces van sobre lomo de libros, Francisco Toledo fue su fundador, habitó esta casa de paredes altas, pintó los muros y cuando ya no hubo espacio para sus dibujos pintó su pecho, sus brazos. Llenó su soledad con tanto silencio, imágenes. De esta necesidad de espacio para agitar las manos nació la biblioteca. No hay relación más clara de la obra que en su manifestación de hojas en miles de historias que buscan tu rostro y el mío. La figura del pintor viene con la imagen de los pensativos libros dispuestos, alineados, sobre la madera -el orden de los libros obedece, quizá, al orden de las líneas que salen de una mano febril mientras, tras la ventana protegida por forja de acero, el ruido de los autos anuncia la ruina que vendrá sobre la ciudad de todos. 

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