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domingo, diciembre 22, 2024

La Calle del Alhelí | El Mechudo

Reportajes

Nando habló del salvaje, una narración que me hizo recordar otra característica de la gente que habita junto al mar, el espacio donde el mar nunca se calla; son tres: salvajes, contadores de historias y hacedores de política. 

La gente de mar es adicta a contar historias. Y al baile, y en consecuencia son buenos para hacer política. Al Mechudo le gustaba la música, y leer. Era un negro cabello chino, de anchos hombros, piernas fuertes, comprometido con la pesca y la gente marinera; el mechudo fue el primer político que llegué a conocer en aquellos años de la infancia, en Salina Cruz.

Fue dirigente de la Federación de Sociedades Cooperativas de Producción Pesquera para todo el Pacífico mexicano, en los años 70-80 negoció el precio del camarón de exportación con la Ocean Garden, que sacaba el peneus (nombre científico de la especie) del país y lo enviaba al Japón y a los Estados Unidos.

Podría decir que se llamó El Mechudo, por su apodo lo conocían sus vecinos, su padre, el Negro Katt, le puso por nombre Francisco Xavier.

Por mi hermano Xavier decidí a estudiar en la Escuela Secundaria Técnica Pesquera número 20, allá en Playa Abierta, colonia San Juan. Tenía por director a un capitán de Tampico, Tamez, alto y flaco, los dientes arruinados por el tabaco, hacía milagros para que los alumnos se hicieran a la mar, prácticas de marinería y pesca, en una embarcación singular de acero y cemento, hecha en Cuba, el Ferrocemento.

Tantas historias, en el ferrocemento enfrenté por primera vez la muerte.

Lo capitaneaba un pariente mío, otro negro Katt. En la Pesquera conocí de los quelonios, su ciclo de reproducción, en las instalaciones del taller de Combustión Interna y Acuacultura observé bajo la guía del profesor Robinson Chiñas la eclosión de los huevos de tortuga, en una caja de unicel repleta de arena. 

En Playa Abierta, cruzando la calle principal que venía del Panteón, junto a la casa de Fredy León Coy Coy y de su esposa Pola,  nos esperaba la espuma blanca como una madre amantísima aguarda el regreso de su hijo marinero, con su arena dorada y tibia que en todo tiempo fue grata a la planta de los pies del adolescente  que fui.

En la pesquera, me enseñaron de las especies del camarón, de la medida para la exportación, los nombres científicos y los ciclos para su captura y veda. Peneus brevirostris, Peneus estilirostris. Las medidas con que se completa una marqueta de cinco libras, desde el U-10 hasta el 40 broken. 

Nando fue alumno de la Pesquera de Puerto Ángel, sitio del matadero de tortugas propiedad de benjamín Hernández, como buena gente de mar me hace recordar historias del pasado. 

El acierto de las historias, cuando son bien contadas, es que provocan en quien las escucha el deseo de contar historias propias, por lo fácil que parece el hecho de narrar, que agregue de su cosecha, que se ponga palabrero y contador y comparta de su cosecha, de su ronco pecho pues.

Les decía del Mechudo, falleció frente a las costas de Chiapas, en una zona que va de Boca del Cielo a Cabeza de Toro, cerca de Tonalá, era motorista en un barco sardinero, que venía del norte, de Mazatlán o Guaymas, abordó en Salina Cruz; del Mechudo conocí la política, la forma de negociar (¿cuánto es dos más dos?, preguntaba y respondía: tres para mí y uno para ti, lo interesante es saber cuándo te toca el uno y cuándo el tres, en distinguir esa posición está el arte y la suerte).

Con la historia de Nando recordé la historia de mi hermano, le decían el Mechudo porque en su infancia nunca se cortó el pelo, lo traía tan largo y alto, elevado, a lo afro.

Bueno, ya dije acá mi origen, gente de mar, marineros pescadores de camarón, embarcados de septiembre a junio por 25 días, 25 noches sin detener la marcha ni apagar el motor. En otra ocasión les cuento cómo el Mechudo me enseño a contar historias, por ahora es suficiente.

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