Antonio Pacheco Zárate
Desgarbada, lépera, malhablada, sincera, grosera, libertina. Si se siente humillada, ríe de la situación, de sí misma, de quien la humilla. Sin la frustración ni el resentimiento del relegado. Sin problemas con los pronombres: “Yo no me considero una mujer, siempre he dicho que soy una chica transexual”, declaración que le trajo problemas en una comunidad que, al parecer, se siente más representada por ella que por María Clemente García Moreno o Jesús Ociel Baena.
Wendy Guevara no es la bandera, es el viento. No quiere contribuir a nada ni a visibilizar a nadie. En “lenguaje de taller literario” se diría que no cuenta, muestra desde su individualidad y honestidad, lo que es una mujer trans. En palabras de Wendy —”Pues eso dí, jota”—: no es “una cosa” que se pueda estudiar para entender a otros.
Parte de lo curioso en su fenómeno, es que como Juan Gabriel, quien consiguió ascender a los altares de un país considerado machista y homofóbico, Wendy ha superado el discurso del rechazo proveniente de la homofobia o la simpatía pro LGBTQ+. Las pasiones que desata se sustentan en su personalidad más que en su sexualidad. En las redes sociales se puede comprobar la seducción que ejerce en distintas edades, géneros y estratos sociales.
Otro detalle llama la atención en Guevara. Todos hemos sabido o sido testigos de historias en las que el de “origen humilde” se ve un día encumbrado en el éxito. Pero estos suelen tener un talento que los respalda. Lo sorprendente en su caso, es que sólo cuenta con un gran carisma que la convirtió, además de en influencer, en cantante, actriz y modelo, sin importar a sus seguidores si lo hace del modo correcto. Y a diferencia de otros personajes que surgieron de un video viral, ha conseguido no sólo mantenerse vigente, sino avanzar.
Wendy ya era famosa antes de entrar a “La casa de los famosos México”, el reality que rompió récords de audiencia y popularidad en una moribunda programación de televisión abierta, pero quizá desde el inicio del encierro le fue imposible dimensionar los niveles a los que esa fama se elevaría. Hoy sus frases se replican incluso entre gente que asegura no conocerla. Su nombre es mencionado en textos y vídeos de opinión, en pláticas de café o convertido en apodo express. Su imagen está en memes, piñatas, videojuegos y murales.
Los expertos sabrán los porqués de su éxito, ellos podrán analizar su contribución o afectación a la comunidad LGBTQ+; aunque siempre pudorosos y aclarando que lo hacen por tratarse de un fenómeno social. El que esto escribe sólo se ha dejado seducir por quien tiene todo para convertirse en un personaje entrañable en la memoria colectiva popular, que es sin duda la mejor fuente de inspiración a la hora de escribir.
“Si yo ganara sería un escándalo. Dirían: ¡Ay!, la jota que ganó”, comentaba Guevara hace poco. Su triunfo y su fama serán algo que probablemente gozará y luego alucinará. Y mal haría si no, en una sociedad de consumo que necesita de nuevos rostros para sus banderas cada poco tiempo, y que encumbra personalidades antes que personas: la Yalitza Aparicio que no vestía ropa de diseñadores, la Lila Downs de las cejas juntas y pobladas, el Tenoch Huerta de los papeles secundarios, por citar algunos ejemplos. Una sociedad que trata como su juguete preferido a los personajes de moda, los lleva a lo más alto de la cima, los pasea en hombros y luego, si bien no los olvida del todo, inexorablemente y a veces para bien de ellos, los relega.
En cualquier caso, Wendy Guevara ya no es el chavo que por maricón lo golpeaba el padre, el niño que tuvo que abandonar la primaria cansado de agarrarse a golpes con los que le gritaban joto, la travesti que recorría de madrugada calles semi oscuras y solitarias para prostituirse. Es ahora la que después de tantos madrazos de clientes, de policías y de la vida, se convirtió en un referente social de ésta década; la que mereció un artículo en El País; la que recuerda que envalentonada por una canción de Gloria Trevi se soltó el cabello y se vistió de reina; el rostro de quienes viven todavía en las sombras; la Sor Juana de la putería; la “yo quiero ser esa” de muchos y muchas. La primera mujer trans que obtiene el premio principal en un programa de la conservadora televisión mexicana.
Antonio Pacheco Zárate es integrante del Colectivo Cuenteros. Autor de la antología de cuentos “Sol de agosto” y de la novela “Centraleros”.