Fer Amaya
La idea de La ruta de los Cuerudos parte de un hecho histórico: La batalla del Cerro del Zopilote, acaecida en este sitio correspondiente a la circunscripción de Miahuatlán Oaxaca, el 25 de junio de 1919.
Las historias que giran en torno a ese hecho, fueron contadas por sobrevivientes que participaron en esas batallas a sus hijos, y estos a sus nietos. De ese modo, llegaron a oídos de un miembro de la cuarta generación, que se sintió impelido a contarlo en el formato de novela escrita, para recoger el testimonio y para compartir el relato.
Evidentemente hay hechos verídicos como el paredón a Camilo Luis y su sobrevivencia, la emboscada a Clemente Altamirano, el juicio sumario a Apolonio Ríos y la citada Batalla del Cerro del Zopilote en donde, después de casi cuatro años de enfrentamientos, los soberanistas o cuerudos (de perfil zapatista), vencieron a las huestes de Carranza y obligaron a un acuerdo convenido en Coatecas Altas, en noviembre del mismo año 1919. Pablo González por el gobierno federal y Enrique Brena, así como Guillermo Meixueiro, por los soberanistas, convinieron el respeto a la Constitución de 1917, y el reconocimiento a los jefes cuerudos en las demarcaciones por ellos representadas.
A partir de esos hechos, el autor reconstruye la ruta que los Cuerudos siguieron desde Pochutla hasta Miahuatlán para escapar de los Carrancistas que los habían vencido en el Cerro del Vigía y Barrio Chico. Los jefes de estas brigadas Lencho Rivera, Apolonio Ríos y Enrique Brena, buscaron la ruta que le permitió llegar a sus fundos establecidos en la Sierra Sur para reorganizarse y presentar la batalla definitiva.
No es la pretensión de esta novela asumirse como histórica, pues la reconstrucción de los personajes y los hechos particulares le deben más al trabajo del rapsoda que al historiador. El lenguaje en la relatoría y los diálogos, las formas de convivir, las hazañas bélicas, requieren del impulso creador y de la imaginación desbordada a fin de lograr el tejido que hilvana el corpus de la narración. Eso le permitió al cronista de los hechos delinear la égida de los Cuerudos en contraste a la que usó Camilo Luis para traer mezcal desde Lachigalla Ejutla, hasta Candelaria Loxicha. Por supuesto que en este ponerse a salvo, los guías fueron los Luis, con el conocimiento preciso de cañadas, despeñaderos y demás obstáculos que pudieron sortear para arribar con sus batallones de heridos e ilesos.
Y pensar que esta ruta fue abordada por las familias que se dispersaron a consecuencia de la Guerra, la peste de tifo y la hambruna que asoló a los Valles Centrales de Oaxaca a partir de los años veinte, sumando a esto la emigración que produjo la necesidad de mano de obra de las fincas cafetaleras; desde simple brecha, hasta carretera de terracería por un buen tiempo, hasta vía pavimentada en los años setentas, el itinerario en mención es recuerdo y es memoria, como otras obras hechas por el hombre a fin de comunicar y resolver las necesidades de traslado relacionadas con el comercio, el trabajo y, para estos tiempos, el turismo clasemediero.
En las sendas de este relato hay evocaciones sensibles que nos hacen comprender lo difícil que es abandonar el terruño para llegar a tierra extraña y ser objeto de discriminación y de sospecha por quienes, simplemente, emigraron antes y hasta resultan ser ramas de un mismo árbol genealógico.
Con estos detalles y pormenores Oaxaca se pinta solo, sin que haga falta acicalarla para describirla. Es la patria de todos y de nadie, de muchos y de algunos; pero, por fortuna, prevalecen el aprecio y la estima, el honor y el valor como señales de guerra o de paz, de azar y fortuna.
Finos, con sus acuerdos comunes y desavenencias, sus miedos y valentías. Y llego hasta aquí, pues a ustedes les toca desandar el resto del camino, dando por cierto los que les he contado, o desprendiéndose de su inútil catadura; al fin que da lo mismo, pues la suerte de todo es el final de su historia, su recuerdo finito o su olvido perpetuo.