César Rito Salinas
La hora importa, lo bueno exige puntualidad. En la esquina de Hidalgo, contra esquina con Porfirio Díaz, en la calle que sale del empedrado que viene del zócalo, en punto de las ocho de la noche se ponen a la venta los mejores tamales de Oaxaca.
– Vamos a los tamales.
La noche oaxaqueña ofrece -desde hace quince años-, los mejores tamales. Una pareja de ancianos deja su camioneta en el estacionamiento de Porfirio Díaz, frente al Hotel Francia, que en 1936 hospedó a Malcolm Lowry, el escritor inglés que hizo a la Oaxaca espectral que viaja en las páginas de la novela Bajo el volcán.
Al diez y las ocho el señor y la señora empujan unos metros el carrito de tamales, frente al cajero de Coppel ya los espera una multitud de gente asidua al sabor de sus tamales. Los hay de frijol, amarillo, rajas, verde, mole en hoja de totomoxtle, mole en hoja de plátano y dulce.
Siete divinidades descienden a la ciudad del altiplano que se extiende a las faldas del Fortín; la señora, diligente, abre las olorosas ollas, el señor, esmerado, cobra y ofrece a los clientes el cambio.
Lo que llamamos milagro, aquello extraordinario -inexplicable- que nos ocurre, pasa en minutos. La misma calle de Hidalgo, contra esquina de Porfirio Díaz, frente al cajero del Coppel, vuelve a quedar vacía.
De los tamales no queda ni un rastro, ni una hoja, no perdura ni un olor; pero algo eléctrico permanece frente a la caja de los billetes -el cajero Coppel- y la banqueta de la calle vacía.
Hay señoras que cultiva, en macetas, en reducidos patios, una cactácea que florea una vez al año, a la flor se le conoce como Dama de una noche; pareciera que ocurre lo mismo con los mejores tamales de Oaxaca, aparecen por unos minutos y luego la ciudad queda abandonada a los alimentos de comida rápida, las sobras recalentadas que venden en ellos restaurantes, inventos gastronómicos sin nombre.
Rebelde a la frecuencia con que se presenta el milagro, adversario a que la dicha concluya una noche seguí a distancia a los señores que empujaban el triciclo vacío de los mejores tamales de Oaxaca; supe que entraron al estacionamiento de Porfirio Díaz, frente al Hotel Francia.
Lo que hoy conocemos como el estacionamiento de Porfirio Díaz, en el centro, fue la casa donde nació José Vasconcelos, una plaquita arriba del portón lo recuerda, pero las autoridades de la ciudad olvidan el sitio donde naciera el oaxaqueño que tuvo la visión de un México pacificado, el territorio donde la mujer, el hombre, hicieran la vida como persona integrada al mundo, instruido, orgulloso de su origen indio, el ser nacional que conocemos hoy como mexicano.