Fernando Amaya
La primera vez que nos vimos fue tras bambalinas del Macedonio Alcalá, corría el mes de octubre del 86, por ahí. Su servidor hacía dupla con Esteban Martínez, un requintista con marcados rasgos negros, aparte mi primo en línea directa. Hebert, de mediana estatura, de tez moreno oscuro, con una seguridad en sí mismo que apabullaba. En esa edición del Premio Estatal de la Canción Oaxaqueña, todos pronosticábamos el primer lugar para él; pero, al fin concurso, el jurado le otorgó el segundo, ante los abucheos del público y nuestro azoro. Alguna vez Esteban dijo que lo que tres mensos a duras penas hacíamos con tres guitarras, él lo hacía con una sola.
La memoria de Hebert está salpicada de anécdotas curiosas, algunas suspicaces; otras, hasta ilustrativas en el sentido de la memoria histórica del mester de juglaría oaxaqueño, como cuando lo invitaron a subir al escenario en la visita de los reyes de España, y él se dirigió a estos personajes sólo en zapoteco, desgranando desde su voz potente únicamente cantos en esa lengua que fundó nuestra identidad y nuestra cultura.
Y como cuando empieza el ad libitum de cualquier charanga costeña, ahora viene lo bueno.
En el 88, más o menos por esas fechas de la lluvia que escampa, recibí una llamada de Hebert en la cual me comentaba su participación en el Segundo Festival de la Chilena a celebrarse en octubre, en Jamiltepec, me comentó que llegaría a la casa de Aquino en Pochutla, incluso con la idea de pasar a máquina la letra de su canción. Al siguiente día de su llegada le solicitamos a Mario Reyes Avilés el servicio de su taxi para trasladarnos con Hebert y Esteban a Jamiltepec, lo abordamos y nos pusimos en camino.
Por el trayecto Hebert iba memorizando la letra de su canción, en tanto Esteban y yo lo asistíamos con nuestro silencio acomedido y paciente. Eran otros tiempos, nada de apunte o cosa parecida, o tablet como ahora. Cuando Hebert se sintió fiado de la memoria de su tema, empezaron las historias, los chascarrillos, para los cuales Esteban no tiene competidor.
Por supuesto, Hebert también nos aleccionaba con respecto a la base rítmica de ese son costeño llamado chilena, y la relación que existe entre el son mexicano y el que prevalece en los otros países de la America hispana. En particular sobre éste que ha sido objeto de análisis y a veces de discusión entre legos y conocedores. Valoramos que se trata de una base rítmica donde se perciben el color y el vigor del sentimiento afroíndigena, sobre las líneas armónicas y melódicas del renacimiento español.
En esas andábamos cuando a alguien se le ocurrió comentar si no era querer venderle gansitos a la Marinela, yendo a concursar precisamente al terreno de los chileneros más destacados del ambiente costeño, de Costa Chica para redundar con tono amable a favor de nuestro reconocimientos por figuras como Baltazar Velasco, Chanta Bielma o Felix Sumano; pues sí dijo Esteban, está gruesa la parota, pero hay que labrarla.
El camino se hace corto con buena plática y por eso, sin sentirlo, después del mediodía ya estábamos en Jamiltepec con el plan de inscribir nuestras canciones. Con respecto a la mía ya olvidé hasta el nombre; pero la de Hebert, en el afán de compaginar el festejo de dos regiones (La Costa y el Istmo) se llamó Chilena con Sandunga.
Una vez inscritos, nos fuimos al lugar en donde se celebró el Segundo Festival de la Chilena, y empezamos a departir con amigos y conocidos que se habían dado cita esa vez, algunos como espectadores y otros como participantes. Mundo Amaya cuenta que su servidor no pasó ni de las preliminares, pues me aboqué a vaciar dos botellas de curado de nanche y se me olvidaron tonalidades y letra. Sin embargo pude reaccionar a tiempo para ser testigo de lo que ocurrió con Hebert Rasgado, su canción y su disputa memorable. Para empezar, la presencia de Hebert en el escenario ya era una garantía de peso, su ejecución precisa, los redobles y remates que hacía con su guitarra, más su voz de acentos broncíneos. El caso es que, sin mayor problema, paso a la final alentado por la gente que celebraba tal hecho, reivindicando a aquel negro como uno de los suyos, máxime que empezó a circular el rumor que era de Juchitán, confundiéndose al poblado de Oaxaca de ese nombre, con el de Guerrero también llamado así, aún más próximo y conocido por estas latitudes. “Es de Guerrero”, se oía, “es nuestro el moreno”. En la final final hubo un empate entre Baltasar Velasco y Hebert Rasgado, y el jurado no sabía cómo resolver ese primer lugar. Por su cuenta, el maestro de ceremonias preguntó al público que qué les parecía si lo hacían por aclamación, a lo que los asistentes, en pleno, dijeron que sí. Y ocurrió lo que ustedes ya se están imaginando; sin duda Baltazar era y es un representante valioso y genuino de la canción costeña, para este caso de la chilena cantada; sin embargo, Hebert se había ganado el corazón de la gente nada más con su voz y su guitarra y tal vez con aspecto de costeño de otros lares pero de la misma moldura. El maestro de ceremonias nombró a Baltazar Velasco y su canción “Mujeres de la llanada”, y se escucharon aplausos fuertes pero no suficientes para superar la cerrada ovación que se llevó el autor de “Chilena con Sandunga”.
Por supuesto que a la postre hubo comentarios sobre la veracidad de “Chilena con Sandunga” como tema válido, en la idea de que más bien se trata de una canción de trova referida a la forma musical dicha. Con el tiempo hemos valorado que la chilena, como son costeño, se compone sobre la idea de la copla en cuarteta o en sextina con verso octosilábico o heptasilábico, con la presencia de un estribillo que sostiene la idea temática. Sobre su base rítmica y armónica ahí está la hemiola o sesquiáltera que la resuelve con los acentos correspondientes en cada área de la Costa y Sierra Sur oaxaqueñas, y más allá sobre la misma franja en el Estado de Guerrero.
Nosotros seguimos en la línea de valorar el trabajo global de estos grandes autores, en particular el de Hebert Rasgado quien se nos adelantó hace casi una década, pero que nos dejó un legado de investigación y creación invaluable. “Dejo caminar mi canto/por senderos campesinos/de esta tierra que cobija mis latidos pueblerinos”, canta Hebert en “Chilena con Sandunga”. Escucho cantar al mar desde el sitio donde redacto estos apuntes. Es la Costa Oaxaqueña, son sus derivas históricas, es el sueño de libertad que esculpieron nuestros padres yorubas o mandingas, nuestras madres zapotecas o mixtecas, en el atanor de una opresión que no los pudo sujetar, para que siguieran sonando la charrasca y la arcusa, los caracoles y los atabales.