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jueves, septiembre 19, 2024

Laica desde el espacio nos mira

Reportajes

César Rito Salinas

En la idea que nos hacemos de la felicidad

late inseparablemente la de la redención.

Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia

Jerome cita a Tristán Tzara: “El pensamiento se forma en la boca”. Si, yo creo en eso. Cualquier sonido emitido por la boca es medicina, pienso en una canción de cuna zapoteca. El sonido bucal es la primera medicina, pienso en los Salmos de la Biblia. En mundo está enfermo de violencia, necesitamos medicina. Pienso este amanecer en las voces que he podido escuchar en puertos, naciones, islas; navíos, océanos.

La medicina la encontramos en las palabras de la gente, nos hace César, Mayra, Rodrigo, Manuel, vivimos en boca de la gente. Ahí debemos encontrar la medicina y nuestro pensamiento.

Bien. Ya. Afuera suena la torreta del carro de los policías.

El cuchillo atraviesa el aire de la madrugada, hace la aurora (las palabras del diario serán luz del nuevo día).

Sobre la mesa húmeda busca la piel (hay calles sin nombre, sitios de la desgracia).  El filo corta el aire, se introduce hondo en la carne. Todo se hace entre la yema de los dedos y la memoria, el filo, la aurora, el corte de la carne.

La mujer alinea pescado, siente la talla de la captura por el aroma frente a su rostro. El alto número de escamas. Respira hondo. Todo se hace en la oscuridad, frente al lucero flojo que cuida a la luna. La mujer espanta a los gatos, las moscas. Las bestias que ocupan el aire. Profiere insultos ante la llama lenta que arde sobre las varas. Extiende el pescado, lo aprisiona con la palma de sus manos -entre la mesa y la noche. Busca la escama blanca como si la punta del filo fuera su dedo índice entre sus ropas. La mujer es pescado. El filo alumbra las vísceras, el rojo oscuro de las branquias. La mujer embarra la palma de su mano con la sangre del pescado; insulta al gato, que se acerca a la mesa, olisquea en atisbo.

El patio recibe al sol de la mañana, sobre el tendedero con pescados puestos a secar, colgados por la cola. Los pescados boca abajo parecen frutos del huerto antes de madurar, con los ojos bien abiertos. La mujer es pescado que guía sus pasos por el nombre de sus gatos. El gato en la ventana observa al patio repleto de piolas y peces. El viento arrulla entre los puños un montoncito de escamas, bajo el árbol de mango. Untado de tierra. El viento corre a levantar la falda de las mujeres o sube a jugar con el sol redondo del mango de sazón, y baila cumbia en tus cabellos.

El viento fuerte es un mar entre nosotros.

La mujer esconde al hombre la boca abierta del pescado, ella trabaja antes del alba. Cuando nadie me mira salgo a tocar los ojos abiertos del pescado. Bajo la luna veo los dientes, la boca entreabierta; respiro hondo frente a los ojos abiertos que me miran. Pongo mis dedos en su frente de piel y espinas. Cierro los ojos y grabo en mi cabeza la forma del pescado, su herida abierta, los ojos muertos que saben mi nombre. Los dientes, pequeños, filosos.

– Tú me celas, por eso me escribes en la madrugada, para saber si duermo con otro hombre, ella.

Traigo el nombre de un perro en la cabeza, Laica.

Ella se comunicó a las nueve y treinta de la noche, antes del noticiero:

Hola, ella.

¿Cómo vas?

Ya sabes, haciéndome presente, ella.

El viento aporreaba con fuerza las láminas del techo, con la fuerza del sanguinario ciclón del que informa el informativo. Era el mismo viento que trepó por la tarde a Monte Albán, un aire frío con molares e incisivos que me recordaron el aire del puerto de Salina Cruz. El viento que no va ni viene del mar, que nace justo encima de tu cabeza y se monta en tu cuerpo y te muerde por todas partes. El viento fuerte que se descuaja todo sobre tu persona, que te busca en la calle, que sabe tu nombre, el del sitio donde habitas y te espera.

El viento fuerte pegado la pared, al muro, que quiso morder el cigarro que sostiene mi mano derecha antes que tú llegaras al callejón.

¿Qué cuentas?

No mucho, algunos problemas del trabajo, ella.

Tengo que escribir que a esta altura del año traigo metido en el cuerpo puro cansancio, la baba que producen las letras rebuscadas de la madrugada. Corrijo, las letras no me cansan, me cansa el asunto literario. Que algo de impostado trae, algo falso arrastra, algo efectista me dijo una mujer a principios del mes al referirse a los poetas que memorizan textos interminables y cotidianos.

La palabra efectista iluminó la noche como una duda, o un insomnio o el mismo viento que rebota loco sobre las láminas del techado.

La palabra efectista es plena, como la palabra alborozo.

La escritura busca enmendar el camino torcido de mi vida con la potencia a las palabras, espero la redención. Digo rojo, digo Diablo. Existo en el sentimiento de culpa, las palabras. El viento en la calle muerde las hojas del periódico mientras se embarra al cristal de la ventana; enreda la ropa limpia sobre las piolas del tendedero.

¿Quieres comentar?

Si quiero, pero mejor poco a poco, ¿tú cómo estás?, ella.

La escritura es una aclaración que justifica la escritura.

De ella sólo tengo la fotografía que me dejó por WhatsApp. Una foto donde parece que el espectador se ubica en la esquina del techo de la habitación, dentro de su habitación que la mira de arriba para abajo, en picado y le alcanza a ver el tirante del sostén azul. El tirante izquierdo con un círculo metálico, destorcedor, oscuro. Su hombro izquierdo, su mejilla izquierda y un arete plateado en la oreja izquierda. Ella tiene el seno derecho agrandado por la posición de la cámara en el ángulo del registro.

La foto tomada por ella misma con su mano izquierda por lo alto. Ella, mentón firme, de cintura brece; me lo dice su foto a color.

Como buena poeta ya sabes, deprimida, ella.

Escribo, aunque no he publicado, ella.

Con un nuevo trabajo, y soltera, ella.

-0-

Espero un día llegar a escribir algo como el viento de esta tarde, que traiga dientes. Para que valga la pena el desvelo, el trabajo de los ojos, la espalda -las vértebras lesionadas que me traen a malvivir de puro dolor. Que muerda, que sea perro. O perra. La letra que aúlla a la luna sin sosiego. En la cabeza traigo el nombre de Laica, una perra que los soviéticos enviaron al espacio.

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