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viernes, noviembre 22, 2024

Gordo o panzón

Reportajes

Fernando Amaya

La discusión empeoraba pues Moya y Maya discrepaban en torno a lo que es ser panzón y a lo que es ser gordo. Moya defendía la teoría de que gordo es aquel que tiene todo el cuerpo abultado, y panzón el que solo tiene abultada la panza; Maya sostenía hasta el delirio que la una y la otra son la misma cosa.

Les alcanzó la noche de ese quince de septiembre hablando de lo mismo, pepenando cacahuates mohosos que alguien, por piedad, se acomidió a ponerles sobre el butaco que usaban como mesa para también colocar sus cervezas tibias o quemadas.

En la mesa contigua unos chavales jugaban dominó y se daban el lujo de entrechocar las piezas para darle tono festivo a la apuesta; al término de cada jugada repetían la acción acompañada por los gritos del chamaco que nunca falta en estas disputas y que suele ser quien va por los cigarros a la tienda de al lado, e incluso por las cervezas, cuando el encargado de la cantinucha da por concluido su día de trabajo.

Más allá del centro de la covacha, y casi a la orilla, había un grupo como de seis personas que acometían el canto de algunas chilenas y boleros de los más escuchados en él área; por ejemplo, cantaron “Rosa blanca” como en veinte ocasiones y repitieron los versos de “Charco Choco” el mismo número de veces. Como si lo hubieran comisionado, el chamaco del otro grupo fue a pedirles que cantaran otra y no las mismas, recibiendo el rechazo de los payadores de una forma no muy cordial. En eso, los de su grupo lo comisionaron para ir por una caguama, labor que le llevó más o menos dos horas en realizarla ante la expectativa ya enfadosa de los jugadores de dominó quienes pensaron que el chico se les había pelado, como solía hacerlo algunas veces, pretextando cerrado el depósito instalado en el traspatio de una casa particular.

Moya y Maya seguían en lo mismo, ahora pronunciando sus argumentos con palabras altisonantes, qué si me lo puedes hacer valer te pago un cartón de chelas o hasta un pomo de veterano, qué ahí está mi semana si me demuestras que panzón y gordo son lo mismo. Salió el encargado del local a pedirles que bajaran la voz pues ahí tenía durmiendo a su mujer y sus críos.

Nuestros amigos en discordia, por el diferendo entre gordo y panzón, empezaron a gesticular y a alzar los brazos de manera desproporcionada, de forma tal que aquella faramalla equivalía exactamente a hacerlo con denuestos y gritos.

Casi a las seis de la mañana, por aquella discusión tan extraña, ya se encontraban rodeados por los comensales de las mesas contiguas, e incluso la policía municipal y un pelotón de ronda de la marina habían acordonado él área de la disputa, sin saber exactamente de qué se trataba el asunto.

Era de esperarse que, al enterarse del motivo, hubieran emprendido la retirada para avocarse a labores de mayor responsabilidad como desparasitar perros o refrescar las calles del pueblo con una pipa de agua que les habían proporcionado para tal efecto. Pero nomás no, optaron por llevar sus armas al armón en que las trajeron y de inmediato se sumaron a la coreografía de dimes y diretes gesticulados.

Pasaron la mañana, el mediodía y al caer la tarde, Moya y Maya se acordaron que les debían comida a sus estómagos por lo que propusieron posponer la discusión para cuando hubieran resuelto aquel pendiente. La concurrencia y las autoridades lo tomaron a bien, y se dispersaron cada cual a cumplir con sus compromisos habituales.

Fernando Amaya

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