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viernes, noviembre 22, 2024

San Lunes

Reportajes

César Rito Salinas

La semana comenzó con canciones románticas que rebotaron sobre los peldaños del edificio, las noticias del lunes en la radio sobre el clima estancado entre sopores y desganos. 

La eternidad comienza en lunes, escribió el poeta cubano Eliseo Diego y a buena hora decido meterme en la materia de las horas del lunes.

Me empantano.

¿Dónde buscar un poquito de alegría para salir de las horas del lunes?

Las noticias traen el sabor metálico que dejan las fiestas cuando el tiempo se hunde hondo en la esponja de la rutina; de ese sitio nos salva la palabra escrita, su carácter de nueva creación cuando, el que insiste, encuentra alegría en la construcción de las oraciones.

Se narra una muerte, un asalto, el accidente, el llamado a una audiencia ausente por parte de una candidata a la presidencia. La audiencia no atiende el llamado, sigue por su rumbo de las recriminaciones. 

En las letras se rescata la acción que hace diferente un acarreo político de un día sentado frente al televisor, a media sala, al mediodía, en ropa interior.

El que escribe siente el llamado de las manos, las letras. El trasto de las palabras urge a ser encendida para iniciar el reparto constante de su alimento cotidiano, de granos de arroz, que le pongo en el escritorio con superficie de cristal. 

Llego al escritorio, enciendo la máquina, tardo en poner la página en blanco porque pierdo media mañana en actualizarme, enterarme de los sucesos pasados mientras corrían las horas del sábado y domingo.

Me como las uñas, la cutícula, sangro. 

Escribo.

El momento de mayor ansiedad de la semana lo siento el lunes, cuando arranco la jornada pasado ya el descanso.

¿Dónde arrojo el hedor de la molicie? 

Bien pensado descanso el lunes, cuando escribo. 

Cuando no lo hago ando desconectado. 

Entiendo que la vida termina en las letras, en las páginas, en las hojas de un libro (en las oraciones con las que se escribe una noticia, una crónica). Y mientras no entrego ese registro la vida no existe.

En la construcción de la oración me agradan los modos adverbiales de tiempo, lugar, modo. Elaboro los ejercicios mientras registro: te quedó bien el bizcocho. Me llena de alegría cuando leo y practico con las figuras gramaticales.

Los ejercicios que recomienda la academia.

Los ejercicios del lenguaje alejan el sueño, me llenan de risa, alegría. Ana compra mucho. Los lunes pienso que los señores de la academia viven en marte, o son chilangos, gente que habita su propio espacio e intenta imponer -con sus ejemplos- la forma del uso generalizado de la lengua.

La casa de mis tíos está muy lejos. 

Ahora bien. Entiendo al lenguaje escrito como el espacio de la ironía, un modo casi perverso de tan jovial, cargado de la inteligencia humana, de la experiencia de cada individuo. 

Del color local.

¿Qué sería del lenguaje si en él no se pudiera derramar el tono de la tierra en la que habitamos?

Si con él no se pudiera decir nuestra experiencia.

Sería un manual de uso, un instructivo dedicado a manos rutinarias de un taladro con broca metálica utilizada para perforar paredes, los espacios de la tabla roca, en Alaska.

En el edificio pasaron ya las horas románticas de la mañana, la música gemidora; ahora llega el tiempo del rock.

Eliseo Diego, el poeta cubano, dijo que la eternidad comienza el lunes, y sí. Escribo para mitigar mi ansiedad.

Mis dedos sangran.

Las noticias en las redes siguen su hilo de hormigas esforzadas, tengo hambre, voy a ver en el refrigerador si quedó algo de las tortas mandadas a pedir ayer.

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