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viernes, noviembre 22, 2024

Árbol que nace torcido al pie de los abismos

Reportajes

César Rito Salinas

Como si fuera gracia.

O quizá el hondo caer en uno mismo para despertar sobre lúcidas sábanas –acaso más largas las piernas, más cortos los brazos.

Pierde el miedo, lo dijo Pavese: lo importante será el inicio, las primeras palabras -Saer dice que habrá que rebasar la anécdota, dejarse llevar por el tono.

La escritura -al conquistar la forma-ocupa el espacio de la ficción (escrito la frase busco su regreso, el pleonasmo: toda forma de lo escrito ocupa el lenguaje ficticio).

La madrugada resulta mala consejera. El día había estado malo, nada de letras; por la madrugada aparecieron, mostrencas. A esa hora recordé que temía alguna escritura del tiempo pasado, fui a ellas como el mortal que come de su misma mano.  Distancia. La música y los recuerdos, tanto abismo, suman laborioso remar de papilas gustativas mientras se encienden las rosas artificiales.

Anticipo que vendrán las lecturas, que se filtrará el nombre de algún autor.escribir es como patear la latina por la tarde, en la calle. Sin propósito alguno, por el simple hecho de escuchar el sonido de la lata al chocar contra el concreto del camino.

John Fante y sus novelas parece un lindo niño de pecho a esta altura de la madrugada.

Está la soledad y el deseo de ocupar tanto espacio con el recurso de la imitación de sonidos determinados; el chocar de la lata, el rodar de los autos por la subida del Fortín.

Acá lo tenía, ese inicio de la página. Escribo con la habitación a oscuras, solo con la lamparita de mesa que me apoya para seguir tras el sonido del golpeteo de las yemas de los dedos índice con los que escribo. Parece cosa de magia, esta escritura que surge dela oscuridad,al llamado de otras letras.

Alguien vendrá a protestar por esta letra que cobra cuerpo -forma-, pero puedo jurar que esta escritura pertenece al gato Alejo.

Viento con frío. Entre pequeñas tarjetas escritas con letra incierta respira claro, en la cama,

el libro. Lo que me sorprende en buena medida es que se puedan empatar -dialoguen-las letras del pasado con estas de esta madrugada.

De niño ebrio me gustó jurar a editar la página.

Escucho el freno de motor de un camión.

Octubre. Como si el viento fuerte de la montaña estuviera detenido ahí –sobre la calle roja de tierra-, para que la humilde letra aparezca, de pronto. De tanto pensarlo no recuerdo el día en que tuve conciencia de dedicar mi tiempo a la escritura.

Lo dijo Joyce, sería bueno pasar a la historia como el señor habilidoso con las tijeras.

Esas cosas, me digo, no son de pensar. Son de paciencia, de soportar humillación y llanto, dejar que pasen los años con sus oportunidades, de perder el rumbo y quedarse quieto como en medio de un velorio hasta que llegue el sonido que sale de tus dedos -de la yema de tus dedos que se mueven sobre un tablero oscuro, negro.

Esta forma de la escritura es la serpiente que abandona su propia piel, muda, para obtener más escamas con diferentes tonalidades.

De la nada brotó el diálogo:   

– ¿Quiere rábanos?, ¿chile canario?

En un tiempo pensé que la verdadera biblioteca nos aguarda en las cañerías, donde se depositan los pellejos que nos arrancamos con el estropajo y el jabón en cada baño que nos damos por la mañana.

Se requiere -lo reconozco- cierta habilidad para escuchar el sonido de las palabras que surgen de la máquina, el trasto. (en un tiempo decía trasto de las palabras, ahora ya no sé si sea el trasto donde come el perro).

Destreza. Entre ladridos de perros se levanta el árbol de la rama torcida mientras el polvo ahoga los huesos de y hambre invita a contemplar este abismo. Así el silencio dela casa llega a mi rescate, se llena de letras la pantalla como si inconsciente hubiera apaleado el nido de las hormigas.

Las letras aparecen como una respuesta al llamado que hice ¿Cuándo abrí la boca? No lo recuerdo. Ahí están las 470 palabras que me indican que mi labor por esta madrugada llegó a su final.

¿A qué hora se levantaron las preguntas?

No esperen respuestas, las letras no ofrecen respuestas sino espacios contaminados por las letras.

Me pregunto si el árbol de rama torcida, sostenido al borde del abismo podrá tener respuesta a mis preguntas.

– No pidas, los humanos que piden me resultan enfadosos -dijo Alejo.

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