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viernes, octubre 18, 2024

A las imágenes de la reconciliación

Reportajes

César Rito Salinas

Todos queremos ascender. Hay que estar dispuestos a subir los veintitrés escalones y entrar por esa puerta estrecha que se abre junto a la mujer que vende películas piratas en la banqueta, mientras espanta las moscas que vuelan sobre su rostro.

Hay que llevar la sangre dispuesta a entrar por la pequeña puerta del hotel sin nombre que se abre junto a otra puerta mayor, grande, enorme, de metal pintado de negro como el infierno,

La puerta de la iglesia que nunca cierran y ofrece a un extremo -en el patio- el baño público del mercado.

Hay que estar dispuesto a subir los escalones del hotel que levanta su pequeña puerta entre el mercado y la iglesia de San Jorge o San Damián o San Luis o San Isidro Labrador y subir los escalones de concreto y enfrentarse a la cámara de vigilancia empotrada en la pared.

El posible registro de la imagen enfría al más valiente.

Algo de delito hay en el hecho de subir los escalones del hotel, entre la iglesia y el mercado. Con el tiempo y la frecuencia los clientes comprenden que la cámara no funciona, que las telarañas que la invaden no son parte de un set de televisión sino olvido, real abandono.

A nadie interesan las parejas y sus amores.

Con la frecuencia de las visitas se advierte también que la campana de la iglesia hace retumbar las paredes en el momento más impropio:

– Quiero decirte que no acostumbro esto.

Un sonido seco se escucha como el colgar de un sostén sobre el respaldo de la silla o el sonido que produce el preservativo al caer al piso:

– Quiero decirte.

El repique de campanas es el sonido apagado de la lluvia que cae sobre el techo de lámina del mercado, entre el olor a epazote y guayabas,

Ese sonido liso que hace la cerilla cuando rebota contra el piso forrado con rectángulos de falso ónix, como murmullo de rezo sin fe que se escucha en la habitación del hotel.

El murmullo sube y se mete por la ventana del baño y no se explicar de dónde y de qué lleva al recuerdo del velorio de mi abuela.

– Esto no lo acostumbro.

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