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viernes, octubre 18, 2024

Vuelvo a mirar los inicios del relato

Reportajes

César Rito Salinas

El hombre se aparta de la sociedad, alquila un departamento que se levanta en la ladera poniente del cerro del Fortín. Por la tarde escucha el viento que corre y golpea las láminas que cubren el patio, inicia su labor frente a la máquina pasadas las dos de la tarde. Terminará la jornada cuando inicie el noticiero de las siete de la mañana.

Se hace acompañar de un gato.

Bien. Con este inicio se espera levantar la expectación, el interés por el relato. ¿Qué idea tenemos de la figura de alguien que se aparta de la gente y decide escribir en soledad? Antes del inicio necesitamos saber algo sobre nuestro ánimo por enterarnos de alguien extraño al común de la gente, que se dedica a una actividad a la que no entregaría su tiempo nuestro vecino, escribir.

Para continuar la lectura necesitamos saber que estamos solos.

En lo singular (diferente) está el principio de la narración.

¿Por qué alguien perdería su tiempo para entretener a personas desconocidas? ¿Cuáles son las motivaciones que imperan?

Algo escuchamos en la infancia y en la edad adulta lo buscamos, un tono, una forma singular del lenguaje.

Cortázar en su infancia escribió poemas para que los leyera su madre -ella, asombrada, mandó traer a un tío que se decía lector,  luego de leer las páginas dijo: cuidado, el niño copia el trabajo de otros (Cortázar enfermó, en la convalecencia pidió libros que el doctor prohibió en nombre de la ciencia). García Márquez tuvo una abuela que le contó historias sorprendentes de su familia, su pueblo, Aracataca. En boca de su abuela los chismes del pueblo levantaron la memoria del niño.

La lista es larga, Rulfo decía, cuando lo interrogaban sobre su falta de narraciones luego de publicados El Llano en llamas y Pedro Páramo, “es que se murió mi tío, el que me contaba historias”. 

Ahora regresemos unas líneas arriba, al inicio de esta colaboración, ¿dónde inicia el relato? Porque lo que hago es contar una historia, tomar su atención y decirles algo que tome su interés, que los detenga por un momento frente a la pantalla.

Para describir al hombre que se aparta de la sociedad en un departamento del cerro del Fortín busco algo común, próximo al lector promedio de la ciudad. Las pocas palabras fueron elegidas, nombrar lo cotidiano llama la atención. Pongo otro ejemplo: le gustaba llegar al café de la esquina y pedir un expreso; una larga cadena de plata sostenía el bolso que, al tomar asiento, lo ponía sobre sus piernas.

Puede ser la historia de una sicaria.

Heriberto Yepez dice que las palabras tienen alma, pienso en el acierto de la frase; sí, las palabras tienen alga porque ellas están cargadas de futuro, nos anticipan una acción que vendrá.

Ahí está el chiste de todo, en bajarse de la oración, la frase, y abandonarse a un binomio de palabras, a una combinación encontrada y escrita por vez primera. Escribir es como conducir un auto de un punto a otro punto; llevar el volante recta por recta, curva por curva hasta llegar al destino.

Dice Piglia que un buen cuento contará con unas dos mil palabras, que esa extensión es la adecuada para desarrollar el relato breve. Hay microhistorias de diez palabras. Las hay de cien, y la narración breve (short story que dicen los gringos) lleva veinte mil palabras.

Luego de esa extensión, las veinte mil palabras, estamos hablando de una novela corta, entre cincuenta y ochenta páginas.

La narración emerge como artefacto del lenguaje que llega a nosotros -a nuestro tiempo- con marcas, usos específicos que le otorgaron los escritores. Para mí que una historian bien contada no parte de la anécdota sino de la forma en que el escritor acomoda las palabras; lo dijo Gerad Genette, elijamos palabras opositoras, vayamos más allá de la oración que designa el lugar común.

Las palabras opositoras se levantan a partir del resumen de los significados que se contrapone encontrados (encontrar viene del latín en contra, choque violento). Se Una síntesis (el resumen y la enumeración son las dos principales figuras gramaticales del texto literario).

 Dejaré un tercer ejemplo, Cervantes, Don Quijote:

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

Las historias cuentan una traslación, un viaje. Están ahí, nos piden que tengamos oídos bien abiertos para ubicar las amadas palabras opositoras.

Porque estar solos nos produce placer, imaginación.

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