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jueves, septiembre 19, 2024

La escritura que busca conmover

Reportajes

César Rito Salinas

La escritura está hecha de gestos, memorias. Sumamos palabra tras palabra, ese mínimo núcleo le aporta ventajas a la hora de la lectura.

Escribimos para conmover, eso está claro.

Sin la emoción de quien nos lee -sus propios recuerdos- no hay comunicación efectiva con las palabras (somos la emoción del otro, buscamos su sonrisa o su odio, ahí mora el sentido de la escritura).

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En el cuarto de herramientas tengo lo que requiere. ¿Tiene luz o está oscuro? ¿Para qué quiere luz? Es que me dan miedo los animales. Hasta luego, me voy corriendo, sólo vine a hacer una pregunta, sólo pasé a preguntar a la difuntita un asunto. Mire usted, mi tía prestaba dinero. En Gloria esté. Prestaba dinero, pero no llevaba papeles. Todo lo hacía en su cabeza con un mover los labios.

El dinero es el Diablo que entra por la boca cuando se le menciona. Por eso vengo aquí, a platicar con la finada. La gente es mala, luego de que recibe ayuda se olvidan de sus compromisos. Pero los muertos tienen buena memoria.

¿Dónde tienes la herramienta?

Mi tía cuidaba muy bien sus cosas, cuando te cueste y sea tuyo puedes hacer con las cosas lo que quieras, decía. Cuando te cueste. Yo siempre estuve con ella, soy mujer sola.

¿Dónde tienes la herramienta?

Cuando te/¿dónde está la herramienta? Con la preocupación traigo la cabeza toda revuelta. Ella corre desnuda entre las tumbas, bajo la luz de la luna, como loba en celo. No viene a la media noche, como fantasma, llega recién entrada la noche, al principio, ya de oscurecido, cuando sólo se distinguen los susurros ella se desnuda y salta entre las tumbas como chapulín en tiempo de las aguas.

Ella tiene su forma de solucionar sus cosas, yo la dejo correr y la alcanzo a mitad del cementerio. Yo la dejo correr, voy primero a cerrar las puertas del cementerio, no vaya a entrar un borracho y la vea que corre sin ropa entre sepulturas. La gente se muere de susto con lo que mira. Ella corre hasta que se cansa, habla con los muertos.

Llega a la pila de agua que está en la esquina junto a la puerta oriente, con el cuerpo embarrado de tierra húmeda. Para lavar su cuerpo entramos al agua, que es como meterse a la noche dos veces oscura, donde nos hace falta oxígeno y el cuerpo busca con las manos aire en el otro cuerpo.

En el agua sólo encontramos nuestro cuerpo. Del sexo tomamos todo el aire que requieren los pulmones bajo el agua. Nos tocamos. Porque hace falta el aire entre la oscuridad del agua. Para guiarnos, para respirar, para alimentarnos de caminos. El viento mueve las hojas de mango, ensucia y barre las tumbas. Yo me pego a su pezón y en mi recuerdo se va haciendo el tiempo en que fui pez.

En el principio fuimos animales marinos. Yo recuerdo el tiempo en que nadaba dentro de mi madre.

Hubo un tiempo en esta historia en que yo estuve muerto y nadaba entre las aguas negras de la tierra, de esas subterráneas que saben a separos de la Policía Judicial.

Penetro entre las aguas hasta llegar a sus pulmones, ella pegada a mi cuerpo como rama al árbol que sube para alcanzar el aire de la noche, las estrellas. Yo voy dentro de ella como si fuera su hijo. Jala, respira el aire, montada en mi cintura mientras yo soy el muerto que anda sin voluntad dentro de su carne. 

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