César Rito Salinas
Las tardes del domingo recogen, en sus horas de aire fresco, las posibilidades pedagógicas de la conversación. Puedo decir que en la tarde del domingo se fraguan las lecturas del tiempo por venir, los días de la semana, su sentido práctico, el pensamiento. ¡qué nos genera el pensamiento? La relación que tenemos frente a la hoja, el lenguaje escrito y nuestro acervo, la cantidad de palabras con las que contamos al momento de la lectura y que se ponen en juego para concretar en nuestro cerebro aquello que llamamos comprensión lectora.
Tuvieron que pasar miles de años para que el género humano obtuviera una herramienta con la que generara el pensamiento, las letras, la escritura.
El ojo humano solo alcanza a leer de a dos palabras en un instante y envía esa información a la memoria, y ahí, en ese arroyo de agua clara, se forma el sentido con los materiales del lenguaje -la experiencia- que ya poseemos.
¿Qué característica de la escritura nos provoca la expresión de que nos enfrentamos frente al trabajo de un buen escritor? La interrelación que nos provoca, ese acto de sumirnos en nosotros mismos hasta decir convencidos: sí, le entiendo.
¿Cuále serán las dos palabras que une por miles del autor para otorgar el sentido? Esa es la pregunta que jóvenes y viejos escritores se hacen. ¿Dónde está el secreto de esa contundente unión?
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El poema lo escribí junto a la lumbre una mañana de lunes de octubre, hacía frío y la ciudad ya avisaba el viento de Muertos, noviembre.
En la ciudad los rápidos, los veloces inclementes de las tiendas ya preparaban la campaña navideña. O sea, ya se escuchaban las campanitas de Santaclós. Pero el humo que salía de la madera mojada, el siempre humo me hizo paladear el mezcal.
La madera quemada de la jacaranda tiene esa virtud, su aroma convoca a la sed. Un nudo en la garganta, que es decir justo en el momento en que me alcanza la tristeza la sed surge y me acompaña (¿la sed será el sexto personaje que me habita?). Se hace presente con el nudo en mi garganta y entonces hizo las veces de una bisagra que mueve el tiempo, o de un dinamo que proyecta el tiempo en diferentes direcciones.
Las cosas se complicaban aquella mañana de lunes del octubre, el Proyecto de octubre. Que la campaña navideña de las tiendas había ya indicado anticipadamente la dirección hacía que la tristeza desde septiembre. La soledad del desgraciado, el huérfano, y que el tiempo se hiciera grande, pesado.
Diciembre es un tiempo terrible. Sobre todo, para el que está solo. Y esas teníamos, sin gas, sin agua caliente, sin café caliente, con la perra pisando mis talones, con la leña mojada. Y desde aquella adversidad mi cerebro se dedicó a buscar la cara de la redonda madera (el que no se derrota y busca solución será un séptimo personaje que me habita). En esas estaba cuando la lumbre me dijo su nombre, mezcal.
Y ahí fue que mis papilas gustativas trabajaron en favor de un proyecto que me sacara de ese estado imposible que, con toda certeza, me conduciría a la desgracia. Desear mezcal salva la vida, eso lo tengo claro. Contar con un deseo al momento de la catástrofe salva la vida.
Tanto, como desear riqueza, dineros, placeres. La satisfacción. Un deseo y su satisfacción hacen la dicha, la vida. Y aquí voy. Recibo el agua caliente en el patio donde corría un viento frío que baja de Monte Albán. Y el cerebro resiente y ataca, con toda su escuadra de seres que me habitan.
El agua genera paz. Así sea el agua fría. Y aquí estoy alejado de la tristeza, remontado ya mi cuerpo del tiempo malo, y con la cabeza puesta en una idea, compartir mezcal con los amigos. El solo cuenta con muchas estrategias para enfrentarse a lo adverso.
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El instante de las dos palabras, ese es el juego. Hay gente que entrega la vida para alcanzar esas dos palabras que le quiten la cabeza al lector, que se apoderen de sus pensamientos. Hay gente que hace pacto con el Diablo por llegar a poseerlas.
