César Rito Salinas
Algunas veces un grupo de palabras salva tu vida. Para mí que uno debe observar el tiempo propio con mucha honestidad, para que las palabras formen ese grupo de vocablos que te tocan, que te arrebatan de tu tiempo y te dejan en el instante de tu piel.
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Como se marcha el amanecer, sin rencores.
Como entra la noche, entre parpadeos. Como el mar mira la espuma blanca entre las olas, concierta dicha. Como cantan los pájaros sobre el alambre, sin equilibrios. Como suena la música en los restaurantes, sin recuerdos. Como aparece el agua en la tubería, súbita. Como llega la temporada de Muertos a la ciudad, entre colores encabezados por el naranja. Como permanece el plato en la mesa, solo, sin el trastero. Como los pasos que se miran tras las puertas de cristal en el café, sin sentimientos.
Como crece la alegría en tu pecho.
Como cuando estalla tu pecho cuando respiras, cotidiano. Como crece el olor del café en la tarde, inesperado. Simple como la llamada y su final. Como el lago que refleja las nubes entre aves que vuelan distantes. Como los colores del huipil pegado a la voz de mi madre, indelebles. Como la rosa, magia del amanecer. Como las flores del camino que se besan con el aire. Como el camino que te dice ¿cuándo llegaste?, ¿cuándo te vas? Como el alba, oro viejo de los zapotecas. Como el adiós que se agita entre pañuelos blancos en los muelles. Como el mar que está y nunca se marcha de mi alma. Como mi alma, vagabunda.
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Con asombro descubro la fuerza de la repetición del símil utilizada como esa forma de la enumeración dispersa. La forma literaria llega a socorrernos, el uso de las figuras gramaticales. Si la columna periodística resulta lo mismo que el poema, artefacto de palabras.
