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viernes, noviembre 22, 2024

Si un sueño terminara en un empleo donde se bañan las letras

Reportajes

César Rito Salinas

Se tiene un trabajo, uno vive para hacer lo que hace; se cumple en el trabajo, ocupa mucho tiempo del día la actividad con que podemos obtener un recurso, la plata con la que compramos pan integral, tasajo, frijoles, crema, queso, arroz, quesillo. Tamales. Uno tiene un trabajo para defenderse en la vida, como decía mi madre.

Pero, bien pensado, pudo suscribir que uno asiste al trabajo para ocupar las horas, para no mirar la forma en que envejecen los zapatos.

El trabajo que tenemos viene de un sueño largo, muy largo.

Hace un año tuve un sueño donde me pude ver que vivía frente a la máquina de escribir, en el sueño estaba yo en un cuarto amplio rodeado de cuadros. En mi pueblo nunca había visto óleos, tintas, acuarelas, grabados. En el sueño no me separaba de mi habitación donde escribía, el espacio donde ejecutaba mi trabajo.

El sueño era largo, ya olvidé buena parte de lo soñado, pero recuerdo que era muy joven cuando me presenté en una redacción del periódico y dije, soy reportero.

El trabajo viene de un sueño, golpear el teclado de una máquina habitado por una infinidad de preguntas -la mayoría de las veces- sin respuesta.

Soy gente de pueblo, pongo mi interés hasta el final del chisme, no me canso.

En el primer trabajo me dotaron con una pequeña libreta que acompañaron con un bolígrafo de tinta oscura, buscaba respuestas, me eché a la calle.

De punta a punta caminé la ciudad. Aquella libreta tenía el don de nunca terminar sus pequeñas hojas, les puedo decir que aún por estas fechas la sigo usando para hacer este trabajo en donde ustedes me leen.

Llegaba cansado a mi escritorio, a mi máquina de escribir. Ahí le sacaba palabras, sonidos, declaraciones.

Aprendí a escribir letras que serían leídas al día siguiente u al día siguiente y al día siguiente, que nunca llego, al que nunca puedo llegar a ver.

El trabajo, la libreta, el bolígrafo, aquel escritorio viejo y rengo, aquella máquina demente, me metieron en problemas.

Mis compañeros soñaban con ocupar el puesto del jefe, yo soñaba con otro camino, los libros. De aquella redacción en bullicio saqué el oído para escribir mi primer libro de poemas, Movimiento de luz. Era el siglo pasado, 1990.

De aquel opúsculo, un montoncito de hojas de papel Bond con portada en cartulina azul ilustrada en serigrafía a tinta negra.

En el sueño una escena te lleva a otra y a otra y a otra. También en la vida real un sueño te conduce a otro, terrible y misterioso, austero y atractivo.

Soy gente de pueblo, pero, a veces, me imagino urbanita.

Seguía en el periodismo, traía cercanía con las palabras escritas, la familiar redacción entre pensar y poner las letritas en la página en blanco, ese medir el chorrito de la escritura, cagadita de mosca, darle forma, amasarla, remendarla, ponerla presentarla por arte y virtud de aquello que llamamos la forma literaria.

Y de aquel sueño de andar por las calles de Oaxaca con una libretita en la bolsa de la camisa transpirada tuve otra sueño, ilustrar el lomo de los libros con las letras de mi nombre.

Soy gente de pueblo, huérfano de padre para más señas.

Y en ese sueño estoy porque un día frente a el trasto de las palabras descubrí que se puede hacer la prosa, que la narrativa tiene el principio de la nota periodística en un diario de provincia, oculta lo que no se debe decir y se revela al final o en alguna parte del texto.

Como los reporteros nuevos que nunca encuentran la entrada del material y ponen el principio en el final.

Hay que soñar hasta reventar las venas, derramar la sangre.

Supe que si ponía en práctica ese extravío de la comunicación aldeana bien podría ser narrador.

Y salto y sueño y vuelvo a soñar, ya narrador con libros publicados me dio por tener otros sueños, alcanzar la novela porque, saben ustedes, al final de este tiempo recorrido encuentro que me gusta estar en esa habitación llena de cuadros que una noche soñé. Con una única actividad que es este trabajo de muchas horas que apenas te da tiempo para levantarse y traspasar la puerta y preparar algo para comer, beber. Metido en el trabajo dentro del más grande de los silencios.     

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