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viernes, octubre 18, 2024

La fiesta de los zancudos

Reportajes

César Rito Salinas

Si martín Luis guzmán tiene ese ejemplo de la narración que se llama La fiesta de las balas, este valle de sombras intento otra fiesta, la de los zancudos -que al igual que los tiros-, los asesinos insaciables.

Mientras Alejo bosteza en el sillón, busco espacio donde escribir este flujo de palabras.

Soy un gato que ronroneo sobre el teclado.

Araño, mordisqueo las letras.

La escritura no se interrumpe acicateada por ideas fijas. Despropósito. ¿Ideas fijas, ideas propias? Me gustaría saberlo.

En la calle pasa el camión de las naranjas, naranjas, naramjas dulces de Martínez de la torre.

Alejo levanta la oreja, pone atención.

Que alguien salga y me diga. ¡Hey, tú, extraviado! Que salga y que venga al camino del espacio en blanco y me diga la diferencia.

Escribo sobre la hoja impresa de un boleto de avión.

Encuentro espacio entre el número de vuelo y el número de la puerta de abordar.

Alejo cuando duerme tiene pesadillas, lo sé porque intempestivamente mueve los remos traseros, levanta la cabeza y me mira.

“Duerme, alejo, todo está bien, solo son las letras que pasan zumbando por tus sueños”.

Alejo entiende y cuelga su cabeza del borde del sillón, exangüe.

La escritura, su flujo no se detiene y vuela con más precisión que los zancudos que no dejan de comer mi sangre.

Soy el gran pastel que alimenta la fiesta de los zancudos, en la tarde de aguacero.

Alejo duerme, hace tiempo ya que se amistó con el sonido del la lluvia al caer sobre el tejado.

Digo esto en medio de la desgracia, los zancudos aguijonean y ríen en la gran fiesta antes de abordar.

Alejo despierta, se estira un poco antes de mover la cola, satisfecho de sueño.

El gato habita el mundo donde no existen los zancudos.

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