César Rito Salinas
Dibujar tiene el tema definido por la dirección, eso lo dice el viejo Burroughs.
Escribo su nombre sólo para comprobar que la adicción al alcohol no destruyó mi corteza cerebral. Traigo agujeros en el alma. Nunca logro escribir correctamente el nombre de los escritores. Con el tiempo sólo recuerdo las lecturas de iniciación, los libros que cambiaron mi vida.
Claramente anticipo cuando te ausentas.
Renuncio a la introducción habitual en toda escritura, esta letra no la necesita, brota junto al semáforo (el signo de las luces de la espera, cuenta completa de toda modernidad).
La letra no requiere preámbulo.
Rompe imágenes.
Cuando ella se marcha yo ya conozco la nueva dirección. Las tarjetas llegan antes que los suspiros.
Lo hizo mi cerebro hace muchos años, una mañana en el patio de la casa de mis padres cuando anticipé el traspié de una pequeña vendedora de atole. Yo estaba lejos de donde ocurrió el percance.
Pero logré ver con anticipación y claridad el momento y el sitio de la caída.
Rojo y negro.
La poesía es adivinatoria o sólo es un estropajo que te pasas por el culo. Rojo y negro. Los colores de la contradicción. Como la protesta y sus banderas. Será necesario tener otra velocidad de proyección.
Todo puede ser dulce y meloso, yo no califico.
En el aire de la madrugada respiro, nena tú eres lo único que tengo. Ella lleva el jopo que arde de amarillo, verde, anaranjado.
Eres la música de la tarde, guardas influencia entre las tumbas.
Al escribir mis ojos bizquean, esto es algo que no lo puedo evitar.
Retuerce tu cerebro hasta lograr que te haga bizquear de tanto bucear en el mar de las letras. La escritura es una ecuación neuronal que no se logra sin un profundo esfuerzo.
Retuerce tu cerebro.
Resulta emocionante caminar sobre los cráneos.
La tarde corre sobre los trenes. Llegará el silencio, la imagen precisa. Que venga el Diablo, nadie mira bajo mis cabellos donde asoman los ratones.
Monte Albán tiene escrito tu nombre.
Escribo con un lápiz que siempre se me cae de las manos. Mis manos tiemblan. Camino de Monte Albán. Mi cabeza es el trasto donde come el perro.
Sería un gran problema que el lápiz perdiera la punta. Pero al contar con una madera lo suficientemente deshidratada por el sol del jardín el lápiz perdió todo peso; escribo con un lápiz que alguien olvidó en el jardín, que un día de suerte encontré mientras hervían los frijoles en el anafre.
Con tu naturaleza marina yo navego confiado al viento. Eres el piano y la sonata. Todo circula en tu pecho como signo encendido.
Cuando el lápiz cae al piso sólo rebota, sin afectar su punta. La solución para proyectar nuevas imágenes, la velocidad, que la escritura no se detenga, será restarle peso al instrumento.
Las teclas, las hojas, la pantalla.
El lápiz. La lengua encendida. Los cuerpos intentan vestirse para esquivar la censura. Inicia el juego de los espacios contenedores. En su cuerpo hay algo eléctrico cuando se mueve. A ella le hablo del perro que tuve en la infancia.
Ella me habla de su padre ausente.