Para mí lo más importante es eso, Comadre, que el Médico esté feliz y que esa felicidad me dé la garantía de que va a vivir muchos años. Yo no me involucro en sus cosas, puede ir a donde le plazca y con quién le plazca; estoy consciente que, de no ser así, él se me muere el próximo año, y en definitiva eso no me parece justo. Toda una vida con él; imagínese doce hijos, casi todos ellos profesionistas o empresarios. Dígame usted: ¿de qué me puedo quejar. No, nunca, ni por asomo de duda; sé que lo que hago es por su bien y por el mío propio, el de mis hijos y el de la comunidad. Quiero decir que los beneficios son mutuos, él mantiene la buena salud de los ojos de la clientela, y nosotros vivimos modestamente de eso. Porque ha de saber usted, Comadre, que él es cirujano oculista, aunque se nos haya hecho costumbre llamarlo médico; él estudió para cirujano oculista y fue un alumno destacado en la universidad, a tal grado de que se recibió con mención honorífica, y eso tendría que ser detalle más que suficiente para que se le valore con justicia.
Aquí todo implica dificultad, Comadre, vivimos en un lugar aislado y el desempeño de una profesión tiene sus inconvenientes, de ahí que el Médico solo pueda tratar enfermedades de los ojos como infecciones con antisépticos, y corrección de la miopía con lentes graduados, así nos la pasamos echando mano a veces de remedios muy efectivos para tal o cual cosa; de eso me encargo yo, Comadre, el médico para los colirios y los lentes, y yo para el mal de ojo y los ahuates; el primero lo curo con sangre de plumón de guajolote, el segundo con las piedritas de ojo que usted me trae gentilmente de la playa. En relación a lo que usted comenta sobre las habladurías de la gente, déjeme decirle que todo es a voluntad y por consentimiento.
Mire usted, como mujer de un oculista, yo he aprendido que la felicidad entra por los ojos en forma de alegría, y la felicidad es vida, Comadre querida, entonces sabiendo que es lo que le encanta el ojo a mi marido, yo misma se lo procuro, porque así evito que se meta en compromisos por otro lado. Él ya es persona mayor, yo también lo soy, a mí lo único que me motiva para seguir haciendo lo que hago, es decir, vivir la vida, es saber que él está a gusto, que su corazón late pleno de felicidad sin el riesgo de que vaya a envejecer de forma prematura me entiende, porque no es riesgo mayor el que envejezca el cuerpo, estimada Comadre, sino que el corazón se nos vaya a poner a destiempo como chile pasilla; dígame usted un corazón arrugado para qué sirve, qué valor puede sentir alguien que lleva marchito el corazón, o doblado en dos como quesadilla. Mientras el corazón se mantenga latiendo con pasión, la vida se torna agradable y duradera.
Es por eso, Comadre, no por otra cosa; el encanto del Médico son las muchachas, por eso cambiamos el servicio cada mes, y por un pago generoso y habiéndolo convenido con anticipación, las muchachas le alegran la vida al señor Médico. Eso es lo que pasa aquí, nada que pueda extrañarles a los vecinos y paisanos; con todos pasa lo mismo, sólo que nosotros nos ahorramos el escándalo y la tragedia. Si no dígame usted sí hay necesidad de que entre amigos y parientes nos estemos peleando los apellidos y los bienes, las pensiones y las pequeñas herencias; ahí vea usted a los Sánchez Pérez y a los Sánchez Vázquez montando y desmontando corrales, recorriendo linderos o metiendo a juicio el derecho de propiedad de tal o cual casa. Qué si fulano debiera llevar tal apellido, que si no lo pudiera llevar; en fin hay tantas cosas que uno supone pasan desapercibidas pero que son hechos del dominio público, y tienen su origen en no aceptar las cosas como son para perder el control de ellas. No, Comadre, yo no soy de la idea de andar disputando con nadie al que nos provee de vida y salud, porque de la disputa viene la discordia y de la discordia la enfermedad, y ahí nada más a dos pasos la muerte. Usted me habrá de disculpar, pero yo no infrinjo ninguna regla, ni la del cura, porque es bien conocido que en cosas de apariencias es él quien nos lleva la delantera. Así que ya lo puede usted dar por bien sabido y sin riesgo de que me incomode, yo le voy a seguir dando el gusto a mi marido mientras Dios me preste vida, lo demás sale sobrando.
“Para mí que eso no está bien, pero es tanta la necesidad; usted me dice que el viejo sólo me va a fisgonear, y si me manosea, digo y si hasta en una de esas se le paran los ánimos y hace por mí. No tía Doña, no muy me animo, fíjese usted; pero, bueno, es tanta la necesidad, virgen santa”.
“Mira, la señora paga bien, y ahora no pasa de que el viejo te fisgonee y te huela, ya para otros lances mayores no le alcanza la energía, pues se pasó la vida en eso, se sabe que no tenía llenandero en cuestión de arrecheras. Entonces para disimular el rol que la doña te asigna, tienes que pasar por una más del servicio, te dan tu plumero y un delantal a fin de que sacudas las vitrinas del privado del señor y en la hora del receso y de la siesta ocurre esa especie de drama donde te empieza a mirar con sus ojos saltones y a cusquearte con la nariz los senos y la entrepierna. No pasa de ahí, no te asustes, después de hacer lo que te cuento, se recarga en el sillón y se queda dormido, ahí donde él va a reposar después de haberse chutado media docena de pacientes. Bueno, es cosa de que te animes, la paga es buena, además con el extra de los zapatos y la ropa que la señora te regala para que luzcas bien ante los ojos del viejo, ya tienes para irte a dominguear con el novio, al fin que no has incurrido en falta grave y los señores son tan discretos y tan buenos que, a lo mejor, si les caes de maravilla hasta te dan ropa para él. Te lo paso al costo porque yo esta semana me retiro al cumplirse el plazo del trato que hicimos, y viéndolo bien como tú estás mejor que yo tocante a cara y cuerpo, seguro hasta te mejoran la oferta, pero es cosa tuya, no es mi intención convencerte u obligarte a que lo hagas es, como dice la doña, por voluntad y de común acuerdo”.
Por voluntad y de común acuerdo, Comadre, nada es forzoso; es la manera de como satisfacer una necesidad sin romper las reglas de la convivencia armónica. Yo no sé en qué concepto tenga usted a mi compadre, si se casó con él para asegurarse felicidad o, sin egoísmos, procurar la felicidad de él a costa de la propia. Si es lo primero, tendrá que esperar a que se acabe este mundo y venga la resurrección, porque el mundo actual no está diseñado para esa expectativa, o usted aprende a ser libre otorgando libertad, o se morirá sin saber a qué sabe la alegría. Si optó por lo segundo, tenga por seguro que ha hecho lo mejor que pudo hacer, verá que así no le remuerde la conciencia por haber cedido en determinado momento a los placeres de la carne que satisfacen mejor y con creces fuera de la rutina y de la obligación forzosa. Yo sé lo que le digo, Comadre, no le busque por otro lado, el sol nunca se alzará por el lado donde se mete y viceversa, la luna jamás arderá con luz propia porque está diseñada para lucir espléndida a costillas del astro rey; mire usted sin ir más lejos, mi comadre la rezadora, piadosa y acomedida, sólo que harto complaciente con el diácono en turno; guapo el muchacho, liviano de carácter y, sobre todo, tan agradable que ahí tiene en acometimiento constante a media feligresía femenina; nada más que con todas sus ventajas se da sus preferencias con la comadre, y como el compadrito anda en sus correrías, no sufre ni se acongoja por algo ya demasiado visible, dígame si no. Y así por el estilo, si no fuera porque preferimos cerrar los ojos a la realidad pensando en que todo marcha de acuerdo a los designios de la Santísima Trinidad, ya nos daríamos cuenta como andan los asuntos en este pueblo de idólatras. Porque todos invocan hipócritamente beatitud y santidad y no hay alguien que pueda jactarse de estar libre del pecado de la lujuria.
Dejemos todo eso, Comadre, que a mí lo único que me importa es prolongarle la vida a mi marido; como le vuelvo a repetir: el elixir de la eterna juventud es la alegría, y al ojo alegre hay que darle alegría, mi recurso es ese: despertar el ánimo dormido en el Médico, acercándole las muchachas que son su delirio desde que tengo memoria. Si viera con que ímpetus reemprende sus actividades después de que se solaza a placer con una nueva joven. Ese impulso nos permite abordar un nuevo proyecto para consolidar nuestro modesto patrimonio económico, un piso más al hostal de playa que tenemos, un estante más a la tienda de abarrotes; en fin, tomando en cuenta eso dígame usted sí no vale la pena el sacrificio.
Pero qué digo sacrificio, si hasta a mí me pone de buenas la cercanía de gente nueva en mi casa, para ser más claros, de muchachas en plena flor de la edad. Bueno, Comadre, le agradezco sinceramente su visita y su preocupación, las cosas no pasarán de ahí, hay otras más importantes que requieren nuestra atención y seriedad, llevamos más de dos meses sin agua y sin luz, porque el libertino del alcalde se gasta el dinero en vagancia y francachelas, y mire usted ahí nadie dice nada, nadie se queja, y si siguen las habladurías nosotros ya no nos hacemos cargo de ese gasto como otras veces. Con su permiso, Comadre, regreso a mis obligaciones, no le vaya a hacer falta algo a mi Marido o a su muchacha. Puede usted permanecer aquí el tiempo que guste, estoy muy agradecida con su visita.
Fernando Amaya