Que mi trabajo es ligero
a diferencia de otros;
decir el que doma potros,
o el que emprende el tablajero.
Suponen que hasta el dinero
que un músico se percibe,
de muy fácil lo consigue
sin que le cause fatiga,
contarle a quien ya lo diga
pues que si, de eso se vive.
Involucra el acarreo
de pesados monigotes
y fabulosos mitotes
por donde se oye el jaleo
que provoca ese meneo
con el que goza cualquiera,
al escuchar la primera
ejecución del timbal,
cada quien con cada cual
a su modo y su manera.
Considerar un ensayo
riguroso y obstinado,
que cada quien por su lado
va cediendo hasta el desmayo.
Y aquel que diga no le hallo
pues volverá a repetir
hasta lograr coincidir
esa parte que le toca,
y que a todos les provoca
el antojo de reír.
Y qué decir los desvelos,
y los viajes a porfía
por cualquier terracería
con la cal hasta en los pelos.
No debe causarles celos,
eso sí bien atendidos,
tal vez hasta redimidos,
por la guapa del condado
que con un pernil asado
nos deja a todos tupidos.
Pocas horas escenario
y muchas horas velorio,
tantas más como casorio
y runrún de vecindario.
Y para el gasto del diario
sonorizar la piñata,
la velada y la fogata,
el concilio y la ruptura,
y como gente madura
hasta el “cuerno” se contrata.
Musicantes de ardua hora
aquí viene mi saludo,
que la huesos nunca pudo
someter perturbadora.
Con ustedes hay mejora
y hasta el modo se hace filia,
¡viva pues Santa Celia,
la vidente y la patrona!
pues sólo ella nos perdona,
pues sólo ella nos concilia.
Fer Amaya