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viernes, noviembre 22, 2024

Las cifras agridulces de la borrachera

Reportajes

César Rito Salinas
Una parte de mi cerebro identificó la guerra cómoda desde la dependencia alcohólica y otra parte estructuró un sistema de defensa y contraataque a partir de la escritura.
5, 760 borracheras quizá digan algo.
Así conviven en mí dos demonios en combate. Hay una parte de mi cerebro, adocenado y moral, que elige agredir mi cuerpo desde la dependencia alcohólica; hay otra parte, la sufriente y revolucionaria, la esforzada e inmoral, que resiste desde la escritura siniestra.
Y acá estoy, en plena guerra.
A veces salgo más allá del puente del arroyo, descubro a mujeres y hombres de lentes oscuros que portan trajes adquiridos en Milano y no hago caso de ellos, me los quito de encima como moscas y regreso a mi casa a escribir.
O a lavar platos.
O salgo a vender libros en las calles de la Verde Antequera.
Para palpar el avance de mi escritura entre la población. No sé de gente que trabaje su propio mal, conozco a los alcohólicos castos que luchan por ser aceptados por la sociedad en la que viven.
Los llamo arrepentidos.
Mis amigos alcohólicos están muertos.
Ellos dieron la vida por mí, para que yo escribiera. Puedo citar a muchos. Margarito, Evelio, Joaquín, Mix, Padre Santo.
Una legión de hombres valerosos que decidieron permanecer en el combate.
Se hicieron matar para que yo escribiera.
¿Será éste el verdadero juego de la abstinencia?, ¿el único juego? ¿Morir, y mientras muero qué se hace? ¿Levanto esta escritura?
Todo ocurre en el territorio del tiempo respirable y bebible, el silencio.
En la infancia, cuando nos cuentan las historias que nos atrapan por el silencio que se forma en la honda atención.
Para habitar la narración es necesario el silencio.
La expectación es hija del silencio, de la tensión dramática, la llamada curva dramática. Para que al final de todo lo narrado liberemos el aire contenido en los pulmones y se sosiegue el pulso del corazón con el desenlace.
Hay una puerta que se abre en el interior del individuo a partir de ese silencio, la expectación.
El hombre desea morir, desde que nace.
Pero jala aire y respira profundo para saber del desenlace de la historia.
Respira por la curiosidad, por la duda, para llegar a conocer su propio final.
En la vida adulta identificamos al amor por el silencio que forma entre dos desconocidos. La paz es reconocida por su silencio.
Los bebedores consuetudinarios de mezcal practican el silencio profundo, metidos en la sustancia que los contiene.
Ahí mora la dicha, en el silencio.
Las culturas orientales practican la religión del silencio.
Las naciones precolombinas arrancaban el corazón de los vencidos, para que reinara en su mundo el silencio de la victoria.
Somos seres paridos por mujer.
Las calles de Oaxaca cunden de ebrios,
Como París, Dublín o Nueva York.

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