César Rito Salinas
El día que me vine a enterar del lugar de mi nacimiento fue cuando el profesor solicitó el acta del Registro Civil, para tramitar la boleta de sexto grado en primaria.
Yo era muy pequeño, un palo con ojos, y llevé la petición a mi madre, con algo de desconcierto. ¿Cómo era aquello de que se requiere un papel para saber de mi nacimiento?
- Voy a la escuela a decirles que eres mi hijo –dijo ella.
Yo era un niño, un palo con brazos. Frente a mi madre de miurada dura, que tenía las manos mojadas sobre el mandil. - Que no quieren que vayas, quieren el papel –dije como recurso para emprender la búsqueda de mi origen.
En Tehuantepec, barrio Santa María, se sabía el nombre de los niños por el nombre de la madre, no existía otro territorio que aquel espacio delimitado por barrio Lieza, Santa cruz Tagolaba, San Juanico, colonia Juárez.
El mundo era aquel de los nombres conocidos. - Pues te llevo al puerto, allá naciste –dijo mi madre esa tarde en que regaba las flores de la maceta.
Nunca había salido del barrio, el municipio era todo mi mundo.
Subimos al autobús que amaneció frente al mar. Aquella fue la primera vez que salía de la tierra donde nacieron mis padres.
El puerto me resultó conocido, las calles, la oficina donde nos entregaron el documento, el mercado contenía voces que recordaba. Hay en la memoria un sitio de las cosas que uno no conoce, pero no recuerda. Las voces de la gente del puerto traían el sonido apurado del mar. Yo era un niño, un palo con la boca abierta, pegado a la falda de mi madre.
Conocía bien del viento, pero desconocía de las geografías que formaban la nación.
