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viernes, noviembre 22, 2024

El burdel más céntrico del mundo

Reportajes

Qué el lupanar de Pompeya, qué el antro municipal de Copenhague, qué la mega zona de tolerancia en Colonia. No, el    burdel de mi pueblo, el más céntrico, el que desdibuja la ruta de las mujeres probas y la confunde con la de las meretrices mendaces y vulgares, sin que esto le importe a bandos y gobiernos conclusos y por concluir. Está por demás decir que estos gobiernos empáticos con los bonos y abonos del dinero fácil están más empeñados en saldar sus deudas personales con presupuesto del pueblo, que en resolver pendientes de honor con sus ciudadanos.

En fin, una descripción instantánea del famoso parador de los urgidos de sexo sería el de una calle que se resuelve al final en dos, la primera franqueada por negocios comunes: venta de enseres domésticos, una vidriera y, hacia el fondo, puestos de comidas y la oficina de cobro del servicio eléctrico. Mas, el citatorio carnal aludido, nunca pierde su perfil de céntrico y se agota, casi con humor, antes del extinto telégrafos, y de una tienda que oferta artículos de limpieza a granel. 

Una incursión equivocada puede evidenciar al más precavido, si es que las judías del alcohol hacen presa de su sensata mente y lo orillan a buscar una meretriz de buen lejos en el lupanar más céntrico de la galaxia, suponiendo que hubiera vida en algún planeta casi invisible de tan foráneo.

He visto pasar por esta calle en Navidad a Santa Claus, y en Día de Reyes a los Magos, catalogados como santos por la nomenclatura de ascetas y diáconos; llevan montados sobre los hombros sus triciclos y muñecas que, seguramente, harán del gusto y del provecho de sus proclamas de asueto.

Tal vez les parezca exagerado, pero también ha pasado por esta calle céntrica el cortejo del Santo Patrono del lugar, colocado con su vestimenta alba y tocado por una corona que lo identifica como el primer líder de nuestra afición confesional; luce impecable en el interior de una vitrina iluminada por el ardiente sol de nuestros veranos calurosos. Detrás del ilustre eclesiástico del manojo de llaves, viene una turba acomedida cantando alabanzas, mientras que los fieles de avanzada lanzan petardos y cohetes en el espacio casi cerrado de esa calle de las caricias de compraventa.

Sucesos más, sucesos menos, acaecen en el lugar referido; por ejemplo cuenta, la literatura considerada oral, que cierta vez vieron pasar por ahí al fulano que limpia las almas de pesadumbre y gazmoñería, y las deja impecables, como trasero de princesa, así lo dice él con sus correspondientes palabras, sílabas y letras; aparte, conmina a la concurrencia a no dejarse intimidar por los decires y hablares de la gente ruin y mentecata; “un burdel es un templo de amor y de gracia”, pregona finalmente, frente a quienes usan como zona de tránsito el sitio mencionado, decirlo no implica juicios en pro ni en contra; o sea todos, la ilustre diva, el intendente, el oficial de rango medio, el vendedor de dulces, raspados y aguas frescas, bachilleres, secundarios y estudiantes de medicina pasan por ahí; fumigadores,  pecuarios, vendedoras de tupperware, cobranzas de tiendas de línea blanca y de empeño; narradores, locutores y poetas, no se diga, no solo osan pasar por ahí, sino que se establecen la mayor parte del año como coro de cancioneros y trovadores venidos a menos, antes y después de la pandemia.

Ante esa situación no creemos que haya otro burdel más denso y más céntrico en el mundo. En todo caso, a las pruebas me remito, firmadas con tesis, memoria y diploma expuesto en mampara, para que sea observado por todo aquel que quiera cerciorarse de lo dicho.

Fernando Amaya

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