César Rito Salinas
Ya viene la luna con su música de mosquitos.
La hamaca de hilos rojos remueve el aire caliente, detenido. Ya vendrá la madrugada con sus pestañas largas; su escote de perros inseparable. En la ventana tu sombra regresa de orinar largo en el patio.
Mientras espero tu llegada, acostumbro hablar con el perro como se habla con el gato. En la vida sólo hay tiempo para remedios caseros; no hay modo para las complicaciones.
Todo resulta absurdo, como salir a caminar por la mañana al parque con el perro atado a una correa, que se arrastra por el prado.
La pregunta existe desde la infancia, ¿por qué tenemos la necesidad de controlar el mayor número de esfínteres a nuestro alrededor.
La poesía es la puerta cerrada en nuestras narices.
Comer pulpo es bueno para la salud.
Hay un hombre en la luna. Un astronauta sentado en el sillón que mira fijamente el paisaje desde la ventana. Hay una carta sin remitente que flota en el espacio. Hay paraguas travestidos con falda levantada a la cintura, arrastrados por el viento caliente del puerto. Hay nubes que entonan canciones tristes, una guitarra en llamas que navega en la noche de agosto como un cohete.
Hay hombres que saludan a las estrellas y espectros que saludan a los hombres. Hay un corazón que late desafinado junto a al río del punto final. Hay una flecha que indica el sentido contrario de los amores. Un cartel que dice “Prohibido Estacionarse”. Hay una lupa que incendia la cabeza de los puntos suspensivos. Hay un trébol de cuatro hojas que enamorado persigue esbeltas estrellas de mar. Hay autos con pasajeros que escapan de un incendio. Hay tazas con bostezo que dicen la buenaventura en el fregadero