César Rito Salinas
Veo a un padre que trota en la madrugada, con su hija adolescente, enferma de bulimia.
¿Qué observa la pareja en su recorrido?
La basura del día que flota libre en las calles, antes que llegue la limpia municipal, borrachos agarrados de un poste -que maldicen-, la luz del farol que no suelta al borracho agarrado del poste, el farol, que es un caballero que inclina la cabeza ante los que pasan a su lado.
La pareja trota por las calles oscurecidas, cargadas de presagios.
El presagio sobre una calle oscurecida es un recurso manido de los escritores nacionales.
Lo que observa el padre que trota junto a su hija es la bandera que se agita en la azotea del palacio municipal, como una clara flor multicolor.
Trotar en la madrugada junto a la hija enferma es la forma más eficaz de promocionar el nombre, en los corrillos de la política.
En la madrugada salen los hombres que van al campo, las ancianas que hacen fila para la leche vitaminada que entrega el gobierno; la madrugada es la última aduana que atraviesan los hombres que regresan del trabajo, antes de recibir la bendición de una cama tibia.
Las congregaciones que organizan la fiesta patronal se reúnen de madrugada, como antiguos conspiradores.
Los curas y los policías caminan de noche, incansables como auténticos censores.
Los caseros, que asoman por la ventana, pendientes que el agua suba a los tinacos. Las adolescentes que se arreglan para asistir al colegio asoman a la calle, en espera de ver a su príncipe azul; la madre de esa niña también se asoma a la calle sola.
En la madrugada las mujeres solas arreglan las velas del santo.
Los veladores en el mercado hacen de madrugada sus lecturas, entre las cajas de fruta, con hojas del periódico que madura la fruta verde. El agente viajero despierta en el hotel de paso, preocupado por su catálogo de muestras.
En la madrugada el hígado resentido del ciudadano hace tic tac.
