Regreso a casa con libros pieles de literatura nacional desde donde emprendo el viaje (señor migrante, señor migrante esa es ya una imagen muy repetida). El alma se repite migrante, la repetición como todo principio del lenguaje literario.
El cuero bermejo de vaca vieja, la literatura nacional. Mal cubre pero cobija, tapa, conserva el sitio del pudridero de las palabras. Descubre. Cobija del pobre. Pero funciona para la vista porque levanta el coraje de lo no dicho. Protege. Las palabras que reclama la tierra, la única poseedora. Imágenes profundas donde se monta el excluido, todo funciona aquí como una alfombra voladora.
El cuero bermejo de la vaca vieja (¡Mátenlo! ¡Yo compro el cuero!, grita una voz anónima cuando tropiezo y caigo, sangro). Funciona, ahí se monta el excluido para trepar el muro. Contra lo que la gente podría pensar, el mantenerse en lo alto del muro otorga paz al alma del perseguido. Certezas.
El descolocado hace la ecuación en su cabeza, el cerebro del hombre que no encuentra su sitio sobre la tierra trabaja a una obstinación impresionante. La migra no lo ve porque la policía no mira el vuelo de lo imaginario. Imaginar es la venganza del que trepa y huye, angustiado, del que conserva la diminuta piedra en la boca, entre los dientes y la lengua para evitar la sed del desierto, para guerrear bastante contra quien lo expulsa (aquí entra la imagen de la madre, pero de esas cosas mejor no hablamos), como si estuviera dentro del vientre de una mujer y sólo contara con la fuerza de sus talones para cobrar impulso.
El lugar del hombre sobre la tierra se abre con la diminuta piedra en la boca (como una búsqueda del interior y su palabra, el Yo), estrategia para salivar, conservar la humedad del cuerpo, olvidar toda persecución mientras pasa el sol del desierto con sus aves negras. ¿Por qué la diminuta piedra en la boca hace toda el agua que necesita el cuerpo en condiciones extremas? Todos los desiertos avanzan, ¿no lo sabías? Niña, ¿no me crees? Mete una piedra en tu boca, sal a tomar el sol en la azotea, descubre tu cuerpo mientras mueves en tu boca la diminuta piedra. Cuando firmo el libro con fecha y año la escritura se convierte en daga curva, filosa punta, faca (digo faca y me duele el esternón, la base del pene). ¿Habrá algo más demencial que la oronda punta filosa? Silenciosa fajina (fa’xina), busca ojos, riñones, intestinos. Todo punto del cuerpo donde se pudre el aire. Compañía de limpieza, somos los mejores. Febrero es el mes de los muertos de la nación. Vicente Guerrero y las campanas del convento de Cuilapan. ¿Será cierto? 14 de febrero. Nuestra ciencia forense arranca con el cadáver de los héroes.
Soy migrante, carajo, a mí no me vengan con cuentos de ciencia forense ni con historias de los héroes que nos dieron patria, ni con la vida y obra de María Bonita (ni qué ocho cuartos). Digo, la f de febrero con la que firmo el libro y se convierte por azares del diseño en florida forma fecunda, Facunda, la decidora, florilegio barroco que cambia sus formas con la luz del sol, como un gusano. ¿No me crees? Toma el cuchillo cuyo fulgor te enamora, mata a tu marido. Mira alto, sobre el cielo del muro de los desnacionalizados. F de foco fundido. Facunda, la decidora de palabras sanadoras (mi hermana mayor me enseñó a leer, a relacionar las letras con objetos cotidianos, sonidos, la escritura la recibimos de las mujeres y ya de grande negamos el hecho). El poema del Come Caca amanece, insomnio, sigue vivo. Atraviesa las calles de la ciudad antigua para emprender una batalla contra el gobierno, los burócratas de la cultura. Regresa a casa, duerme, sigue vivo. ¿Cuánto vacío cargo en la mano que nunca lo cubro con suficiente bandera? Para que un poema tenga posibilidad de establecer comunicación debe contar con su destinatario (los poetas y los migrantes escriben para nadie). Si no lo tiene no crece.
Este poema lo escribo para ti, tú que no sabes de la iglesia de los migrantes, del cuero bermejo de la res en el desierto. De la diminuta piedra. Abigeato, cuatro patas. Mañana cuando despiertes encontrarás en tu correo el poema. Ahora suena mi voz en el camino pero el bramido de la res bermeja se cuela largo, se extiende como el sonido del tambor que anuncia los milagros de la nueva religión.