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jueves, septiembre 19, 2024

Tus sienes de oliva

Reportajes

César Rito Salinas

A parte de escribir, a Mitchel le interesaban
los muelles de Manhattan, la pesca comercial,
los gitanos, la agricultura del sur del país, la literatura
y la arquitectura neoyorkina.

Joseph Michell, El secreto de Joe Gould
La noche del domingo los abandonó la suerte, por más que se esforzaron en mirar la moneda -el diablo- que arrojaron a la banqueta, perseguidos por una gran resaca.
En la tarde de ese domingo las detonaciones habían logrado que las golondrinas cambiaran el rumbo de su vuelo. Bang.
Los que andaban por el atrio de la capilla de Guadalupe dijeron que fueron tres, seguidas, bang-bang-bang.
Los que andaban por el mercadito aseguraron que fueron dos, espaciadas, que venían por el rumbo de Monte Albán. Los que estaban por Las Azucenas mencionaron que fueron incontables los disparos, tantos como ráfaga de metralla.
Lluvia de plomo.
Lo cierto es que el asunto de las detonaciones dejó en claro que la colonia Presidente Juárez era un perol junto al río, que propaga de mil maneras los sonidos y los murmullos que venían de la nube de zancudos.
Bang-bang.
Nunca supimos que habitamos en un agujero. Hasta la hora de los disparos.
La tarde en que se derrumbó el mundo con todo y los angelitos.
Bang-bang-ban-bang-bang-bang-bang.

La historia puede iniciar con una referencia a la música, canta Fito Páez, “haber sobrevivido a millones y millones resacas”.
Las canciones del pasado nos traen de vuelta la memoria, aunque algunas veces no escuchamos lo que la emoción necesita para el momento de arrojo.
Ella dijo “que las palabras sean de este tiempo”, acepté la recomendación sin protestar, aunque bien podía dar inicio con otras palabras, una descripción ya conocida, la de Juan Ramón Jiménez en su Platero y yo: Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.

  • Una o qué’ -dijo Perro Negro.
    Una sala, un tajo, el maldito cuero que cuelga del dedo gordo de mi pie izquierdo, que me dolía hasta las pestañas, las cejas, la frente y la raíz misma de los cabellos, que punzaba y ardía -quemaba- mientras mis pies buscaban alejarse de la gente que me perseguía por las calles de la colonia cuando venían a golpearme para convertirme en un montón de quejidos, carne molida que termina por desaparecer en el aire, como los cohetes que anuncian el velorio, entre rojas chispas y luces azules.
  • Nada -dijo Margarito.
    Fernando Benítez describió el momento de Alfonso Caso: “Su afán no era destruir nada de lo ya edificado, los hizo sobreponer una pirámide a otra pirámide, un templo a otro templo, de modo que se tenían seis o siete ciudades encimadas unas sobre otras, cada una de ellas obedeciendo a la evolución de un operativo religioso y estético”, lo escribió en Los indios de México.
    Colonia Margarita Maza, con un frío que abraza, muerde la nuca.
    Once de la noche.
  • ¿Por qué nos critican?, si Malcolm Lowry era más borracho que nosotros? -Ingeniero.
    Los ebrios llegan a la esquina de las piedras de a uno, de a dos, guiados por el deseo de encontrar la voz de otros ebrios, “borrachos tus compañeros”.
    Aquella noche sin mezcal y con mucho espanto Canela guio hasta el velorio en San Martín Mexicapan -agencia municipal que contiene al sitio arqueológico de Monte Albán- a los que aguardan la suerte pegados al barandal, en el puente del arroyo.
  • No hay borracho sin ángel, pon el diablo -dijo Margarito.
    Pero el diablo esa noche falló.
    Aquello que motiva a los ebrios para estar en la calle antes de la medianoche es la palabra, la conversación; cada que se junta la banda en el puente del arroyo surge el relato, pero ¿cómo será para unos pasos sin rumbo escoger las palabras que den con el tono de la narración?
    Y salió al rescate la Canela.
    El frío bajo luz mercurial del alumbrado público otorga el tono de la narración, las palabras precisas.
    En la desesperación por que acabara el mal tiempo, antes de llegar al velorio, ojearon el periódico que arrastraba el viento.
  • Cuenta el chisme -dijo Ingeniero.
    Por las calles de San Martín, en Oaxaca, el frío aprieta fuerte, muerde como mil demonios; más si te agarra junto al puente del arroyo, pegado por muchos días al mezcal.
  • Presta diez o te madreo -dijo Presta Diez.
    Los gatos son pardos y los perros callejeros enredados a los pies de los que padecen resaca llevan el timón de una nave escorada, a punto de irse a pique.
  • Ahí está Canela.
    Canela, la merecedora de todas las condecoraciones.
    San Martín lleva al territorio del hampa, donde los vecinos que andan por la calle depositan su seguridad en un arma o en una maldición; los más, no salen, permanecen protegidos por cerrojos, pero los ebrios salen amparados por Canela, la perrita que los cuida entre las calles de las colonias bandidas: Colosio, Moctezuma, Presidente Juárez, Margarita Maza; Pintores. Sitios a los que a la hora de los disparos no arriba ni donde no entra ni el ejército.
    En esos lugares Canela insiste en ejercer su voluntad de salvar el alma de los necesitados.
  • Desde aquí se mira Santo Domingo -dijo Chepil.
    Está la esquina de las piedras que colinda con el lote baldío donde eleva su fruto un aguacatal. Y el portón de la tiendita que atiende Doña Tina, la señora del mezcal.
  • Tina -dijo Poeta.
    Si pudiera decirte las cosas que caben en una balada te diría que la niebla avanza sobre el camino, con su paso de flores azules que brotan por julio, en el cerro de Monte Albán; si pudiera decirte algo, cualquier cosa, esta noche en la que tú estás en la puerta y yo en la banqueta.
    A la hora de la necesidad se dicen hasta poemas.
    Si pudiera decirte que no quiero dormir cuando la calle me llama, si pudiera te diría que no me sé resistir al llamado del mezcal, la voz de los amigos; sólo sé hacer los pasos hasta llegar a tu puerta y tocar antes de agarrar camino.
  • Tina, uno de diez -dijo Margarito.
    Los maestros de la poesía lo supieron: hay que trabajar sobre aromas; el mezcal trae la llave de la memoria, del espacio donde se guardan los recuerdos de la infancia.
    El que necesita mezcal es como el cronista, necesita conmover.
  • El Diablo -dijo Chepil.
    Hay un polvo de ruinas que flota entre la puerta y la banqueta, el espacio donde suena el aire frío como balada triste que entonan los borrachos, en el puente del arroyo.
    Tú estás tras la puerta y yo en el arroyo.
    Aquí me quedo, dijera Pepe Elorza.
  • Ojalá caiga algo.
    Esa noche no hubo suerte, el Diablo perdió su fuerza, estaban Margarito, Ingeniero, Chepil y Poeta y muchos más.
    Canela condujo al grupo hasta la puerta donde un moño negro relucía bajo el foco de 100 watts.
  • Murió Cholón.
  • ¿De qué murió?
    Por estos tiempos la narración de los crímenes nos hace la patria.
    Y el cielo que está sobre tu cabeza será de mezcal, caerá gota a gota, recibirás el fresco de la tarde junto a un crecido lago de magueyes. Te inundará el olor de la tierra mojada, petricor. En el velorio los miraron con desprecio, será porque cuando estaba con vida el muerto lo sacamos a beber.
  • Poeta, habla algo -dijo Margarito.
    El velorio es una caja china, bien lo sabe Canela.
  • Igual nos corren -dijo Poeta antes de cruzar la puerta que sostenía en lo alto un moño negro.
    La Canela, sabia, buscó una esquina en ese patio desconocido.
    En silencio fuimos tras la perrita.
    Aquí no hay mar, pero las células de la espalda tienen memoria o lo inventan para recordar la sensación del espacio que muta en el preciso momento en que aprieta el miedo, la vergüenza.
  • ¿No tendrá una tacita de café? -dijo Ingeniero con cara de necesitado.
    En San Martín, por calles y campos, empinados callejones, bajo la luz mercurial se pueden observar las ondulaciones que deja el viento: hojas esparcidas, ramas desnudas, rostros empolvados.
    Será necesario recorrer el territorio y acercarse a la puerta de las casas para aceptar que el entorno cambia al paso del aire, que en la naturaleza no existe forma definitiva, permanente.
  • ¿Un mezcalito?
    Las benditas palabras.
    Se acercaron.
    “Pintura fresca”, decía el letrero colgado de la pared.
  • Los agarró la prisa -dijo Perro negro.
  • No avisaron -dijo Margarito.
    Afuera, en la calle llueve desde el inicio del olvido; la gente corre, busca refugio bajo la manta.
    Frente al vaso de mezcal la lluvia se vuelve espectáculo de la infancia.
  • La lombriz de mezcal -dijo Poeta.
    Puede ser cierto.
    La mano bajo la lluvia persigue el corazón del que canta canciones.
    Tomar mezcal es performático, convierte el espacio en el escenario de una representación antigua.
    En el velorio las sillas vacías revelan sombras, el grupo de bebedores discutió a esa hora sobre el tema de la nave que nos hace cruzar el río de la muerte; algunos preguntaron si aquella embarcación se forma con las verdes hojas del almendro.
    Mientras, las gotas de agua iluminaron el patio; adentro, cirios de llama turbulenta acompañaban los sollozos.
  • ¿Un tamalito?
    A cierta hora de la madrugada, antes de las tres, pude ver que el velorio se desarrolla sobre sillas vacías.
  • ¿Un pancito?
    El rezo en los velorios marca la hora del mezcal mientras vibra sobre la traslúcida cuerda de la guitarra.
  • ¿A qué hora será el entierro?
    -0-
  • ¿En qué piensas? -pregunta ella.
    En la tarde el sol camina entre silencios.
    Por allá sube un perro, ladra; otro se sienta a mis pies, busca unos rayitos de sol.
  • ¿En qué piensas?

Frente a la solitaria moneda los ebrios esperan el alba.

  • Pon el diablo -dijo Margarito.
    En la calle ya se escucha el ruido de los vecinos, el motor de un automóvil, los pájaros que inician la rutina del canto.
    Con la ausencia del trago sienten comezón en la cabeza, el rostro.
  • El alba sólo atrae ilusión a los gallos -dijo Margarito.
    Unas tijeras de plata cortan la mecha quemada de los cirios.
    El poeta Magnus William-Olson (Estocolmo, 1960), dice: “La poesía es más grande que la vida”. El mototaxi me deja en un extremo del puente Valerio, Magnus dice: “No tengo acceso al mundo fuera de la poesía”.
    La gente teme caminar por el puente Valerio; a mediados del siglo pasado las tierras junto al río Atoyac fueron dedicadas a la labranza, habitadas por hombres piernas cortas. Magnus dice, “la poesía es otra infancia”.

La noche del velorio dicta el relato.
Sólo tengo de dos sopas para acercarme a la narración de la noche del velorio, donde nos llevó Canela:
a) Escribo por necesidad, como tomar medicina, ingerir por lapsos el agente externo que requiere mi cuerpo para seguir con vida.
b) Escribir porque me gusta.
Toda escritura será la imposición de un orden, regido por:
c) La libertad.
d) La obediencia.
Las primeras dos opciones son estrechas, duras (a, b), prefiero la c. La d de dado no la nombro, por siniestra (aunque a veces soy resignado).
Esto se aclara, escribir en hojas de libreta pequeña aligera la existencia.
Surgen otras divisiones:
*) Originalidad.
**) Naturalidad.
¿Cómo escribir de lo mismo? Podría resultar agradable comenzar el día con asteriscos que marcan los asuntos pendientes de hacer, la seña erizada resulta atrayente.
De la división última, los asteriscos, brota la siguiente división: corchetes.
[Anhelo de recortar el principio, enmarcarlo. Tomar un pedazo y sostenerlo en la palma de la mano como quien elige un cubo de gelatina (amarilla, roja, verde) y pasea con la calle.]
.] Escribir para levantar una defensa contra las influencias.
..] La escritura como homenaje y celebración de escrituras previas; la escritura de otro, de uno mismo.
En la hora de la resaca toca a la puerta de esta escritura una división más (las divisiones nunca terminan, me lo dijo mi madre un día allá, en el barrio):
x) Corregir sobre el texto en frío, dejar correr el tiempo; y atacar la letra.
xx) Corregir inmediatamente después del arranque, editar lo escrito en caliente como si las letras dependieran de una temperatura propia, interna, que genera la acción de recomienzo y desmemoria a partir del punto final.
Tengo otros elementos: escribir con las orejas selladas, desde el:
/) sueño, o la
//) vigilia
Frente a la ventana, mientras observo a las ardillas voladoras me pregunto de dónde viene tanta letra; me convenzo de que nunca llegaré a saberlo.

  • Pon el Diablo -dijo esa madrugada Margarito.
    La moneda de la borrachera brilla como un Haikú.
    fiestas de agosto
    el polvo del camino
    lluvia ligera
    La gota de agua, necia, rebota en el patio, rueda toda junto a los deudos.
    El manteado del velorio protege de la lluvia.
    Hay vida submarina en el umbral de la vigilia.
    En el velorio la botella de mezcal llora su condición de huérfana. El aguacero cae sin gobierno, el dios del agua salta, ebrio, corre y grita por las calles.
  • ¡Agua!
  • Murió Cholón.
  • ¿De qué murió?
    Frente al Diablo se discute fuerte.
    Pocos autores influyen tanto sobre la vida cotidiana de las ciudades; el irlandés James Joyce puede ser uno de ellos, García Márquez, también; destaca el caso de Lowry, su pasión por el mezcal de Oaxaca.
    “Donde producen el mejor mezcal”.
    La moneda, el Diablo, refulge en la banqueta antes del alba; mientras, poco a poco, los ebrios memoriosos sacan las citas.
    El súbdito inglés llegó a Oaxaca en 1937, con su novela Bajo el volcán logró generar el perfil literario internacional indispensable para hacer de esta tierra abandonada a la miseria el milagro de la industria del mezcal.
  • Y el turismo -dijo Ingeniero.
    A veces las cosas pasan contra la voluntad de los novelistas, las obras giran y se convierten en el dinamo que mueve a la población.
    Lowry abandonó Inglaterra, según sus propias palabras, para “huir de los bravucones inútiles” y de los maestros “homo sapiens”, de la literatura local; en 1936 llegó a México con Janine Vanderheim, actriz que cursó estudios en la Academia de Arte Dramático de Nueva York, donde adoptó el nombre de Jean Gabriel.
    En Oaxaca no leen Bajo el volcán, a productores y ebrios solo les gusta el mezcal.
    La desgracia fue el material que Lowry, la supo aprovechar con fines creativos, en el verano de 1937 -luego de muchos problemas- se encontró con su pareja Jean, en la Ciudad de México, tenían planes de viajar para Acapulco y empezar de nuevo, “pero él no dejaba de beber y dijo que necesitaba ir a Oaxaca, donde se hacía el mejor mezcal y no hubo forma disuadirlo”, Jean Gabriel escribió en una de sus cartas que recoge Gordon Bowker, en la biografía de Lowry.
    Mientras hablan los memoriosos ebrios, Canela escucha atenta.
  • Sigue la lectura, Poeta -dijo Margarito.
    “Bajo el volcán se había apoderado de él y necesitaba vivir ciertas experiencias”, consigna Bowker en la biografía, Perseguido por los demonios.
    La novela Bajo el volcán está considerada como la Divina Comedia de los ebrios, en ella Lowry muestra “novedades sobre el fuego del infierno”:
    “… el horror de despertar diariamente en Oaxaca, con la ropa puesta, a las tres y media de la mañana después de que Ivonne se ha ido… se ha ido… las escapadas nocturnas mientras duerme en el hotel Francia … desde el cuarto barato nace el Infierno, el otro Farolito, tratar de encontrar la botella en la oscuridad, sin logarlo, el buitre que está sobre el lavabo… y… escabullirse a la calle cubriéndose la cabeza con la sábana sacada a escondidas del hotel, así describe Gordon Bowker la estancia de Malcolm Lowry en la ciudad.
    “Tenía pocos amigos aparte de Harry y de Antonio Cerillo, el gerente del hotel. Pero santificó su soledad cuando, deambulando por Oaxaca, dio con la iglesia de la Soledad, templo barroco dedicado a la Virgen de la Soledad, patrona del estado de Oaxaca, de los marinos y de los solitarios. Era la virgen de Lowry, abogada de los que no tienen a nadie”.
    Los ebrios reunidos en una esquina antes del alba.
    Forman un grupo singular en torno al lector y a Canela, cuando escuchan la lectura.
    “Me gusta cobijar mi dolor a la sombra de viejos monasterios, guardar mi culpa en los claustros, bajo los gobelinos, y en la misericordia de las cantinas inimaginables donde al anochecer beben alfareros de cara triste y pordioseros sin piernas, cuya fría belleza de junquillo redescubrimos en la muerte”.

Canta el gallo trepado en una cerca.

  • Más tarde será caldo -dijo Ingeniero.
  • ¿Mezcalito?
  • Blanco, por favor.
  • Me documenté sobre Alfonso Caso, los días previos a la fecha del descubrimiento de la Tumba 7, Monte Albán, 9 de enero de 1932 -dijo Poeta.
    Los niños sueñan con descubrir un tesoro, Alfonso lo había encontrado.
  • Tienes que dar lecturas de los aforismos -dijo Margarito.
  • ¿En qué piensas?
  • Desde la ventana puedo ver que en la calle la luz del sol poniente que revienta sobre las piedras; el perro amarillo monta a Canela, par de hojas de septiembre que el viento estremece sobre la piedra.
  • Cuando narras el velorio, el tono guarda el sabor enloquecido de las manecillas del reloj -dijo ella.
    En la tarde de la escritura la habitación crece cargada de preguntas.
    ¿Quién corta la tela que cubre el interior del ataúd? Un trabajo destacado, precioso. ¿Qué mujer, qué industria? ¿Qué tijeras de plata cortan la tela que se pudrirá con nosotros?

Canta Fito Páez: “me gusta abrir los ojos y estar vivo”.
Pasadas las tres de la mañana el calambre muerde la pantorrilla, la sed pide calle, la caminata en busca de mezcal.

  • Aguanta la risa mientras llegan los payasos -dijo Perro Negro.
  • Caminar aleja el calambre -dijo Margarito.
    La memoria solo se ocupa las dos últimas horas de la existencia, luego pide mezcal mientras ordena el recomienzo.
  • Cuenta el chisme -dijo Ingeniero.
    Los ebrios se juntan puntuales a las once de la noche, como si llevaran reloj despertador en el bolsillo del raído gabán; de la camioneta que tiene arrumbada en la calle el mecánico Lucio, sale Margarito. En la puerta de la vieja Chevrolet lo espera Canela, la perrita que guía a los ebrios por las calles del mezcal.
    ¿Una o qué?
    A lo lejos se escuchó el ciñe oh patria tus cienes de oliva, Canela lamió mis manos cuando los niños pasaban ya rumbo a la escuela, bien arreglados para el lunes de homenaje a la bandera en la primaria Policarpo T. Sánchez. En el puente del arroyo, recargados sobre el barandal, los ebrios se frotaban las manos. El diablo muy temprano había hecho ya su trabajo, brillaban monedas en la banqueta. Acaricié el lomo de la perrita, tuve la sensación de que Canela me había salvado la vida.
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