César Rito Salinas
Una mañana de viento fuerte madre nos despierta, a mi hermano y a mí, para que vayamos a la escuela. 7:30. Barrio Santa María, los cimientos de las casas no resienten aún el paso
de la máquina. 7:30. Hora de ir a la escuela. Enfrente está el futuro, el progreso, la educación.
Canta Andrea Motis jazz en catalán, la ecucho atento con todo mi ser urbano que me permite esta noche de escritura, este pasar de los letras a los dibujos, de la escritura a la voz de la cantante -entre parpadeos del cel, mensajes de urgencia
Reviso apuntes, rearmo archivos.
Los paseantes sueltan amarras, recorren las calles de la ciudad que los recibe. Con sus atentas miradas lo registran rostros, lugares, historias.
En el cuarto de hotel donde se alistan para la cena mientras lo olvidan todo. Algunos paseantes son especialistas en salir de su rutina diaria, de aquella que realizan en la ciudad donde residen, con sus esposas. Las esposas de los paseantes son geniales. Al igual que sus maridos, lo registran todo con su atenta mirada. Qué cariñosas, comprensivas y atentas son con los lugareños.
Al igual que sus maridos, en el cuarto de hotel se quejan del atraso de la ciudad, del mal servicio del hotel, de lo insufrible que son los lugareños. Cuando se reúnen los paseantes durante la comida o la cena, conversan entre ellos sobre los grandes temas que en ese momento desarrollan. O sobre la política del país. O sobre lo emocionante que estuvo el derby entre los blaugrana y los merengues.
O maldicen al tirano. O alaban a la revolución del siglo XXI.
Durante estos encuentros sus esposas los observan con admiración. Conversan entre ellas, las señoras. Recuerdan cómo estuvieron las charlas de sus maridos en Montevideo, Buenos Aires o La Perla de Occidente. Desde luego, en estos encuentros -“en corto”-, no pueden entrar los lugareños, son tan limitados los pobres, dicen los paseantes en coro con sus esposas.
Alguno de los paseantes debe hacerla de policía.
Un sufrido paseante que reconozca a los jugadores locales y les impida el paso, no vaya a ser que salga por ahí un colado. Los paseantes admiten a los locales, sólo de público, total: para eso son locales, quién más tiene la culpa de eso si no ellos mismos.
Los locales sólo de público, o de prensa.
Porque alguien debe registrar el hecho de que los paseantes caminaron por estas calles.
Para eso está la prensa local, porque la nacional es para otra cosa. Y, desde luego, ese registro local servirá para demostrar que se ejerció a cabalidad el presupuesto otorgado por autoridades y patrocinadores para que los paseantes llegaran a la ciudad desde tan lejanas tierras.
Que nadie vaya a dudar de la rectitud de los organizadores.
Pasado el encuentro los paseantes se marchan.
A sus buenos amigos locales les prometen escribir sobre su estancia en la ciudad. Teléfonos y direcciones de sus nuevos amigos quedan en el cuarto del hotel. A la mañana siguiente son barridos por el servicio de limpia.
Sus mujeres, tan lindas, hacen promesas de charlar con las esposas de otros paseantes en un nuevo encuentro. En este país o en otro. Poco importa, son paseantes profesionales. Besos de despedida, pero a la española, en las dos mejillas: muach, muach.
Chaíto
El paso del tren nos indica el tiempo del futuro. Allí está cerca de nosotros el tiempo
de una vida mejor. El tren del progreso lo indica. Mientras tanto, a tomar con prisa el
desayuno y los útiles escolares, a prepararse. Ya se cimbran las casas, se acerca el ferrocarril al barrio Santa María.