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viernes, octubre 18, 2024

Medicamentos en el borde con la tarde bermeja

Reportajes

César Rito Salinas
Irás
de una tergiversación
a otra
Rafael Cadenas, Obra entera

El infierno se hace presente cuando una mano -intempestivamente- acaricia tu rostro.
No te puedes oponer a las caricias.
Nunca lograste oponerte.
En la tierra de los contenidos yo le digo lentamente, “te amo”.
Eres el borde detallado de las imágenes, el borde de las aguas, siempre puesta a un instante del derrumbe.
La ola se repite, pero ella no sabe inventar cuentos.
El pasado de nuestra vida, como muerto mal enterrado, revive entre los gestos que nos fueron gratamente familiares.
Eres el mundo épico y su registro, concretas las instrucciones del Destino.
La banca contiene las nalgas puntiagudas.
Flaca, flacota bien flacota.
¿Pero a quién se le olvidó instalar la banca en el jardín?
En esta representación resulta innecesario lastimar el culo. Hay funcionarios que olvidan sus obligaciones.
Eres mi pie derecho en la mañana al salir entre las sábanas.
Amamos los gestos que están fuera de nuestro tiempo, que forman el tiempo mejor por donde pasó nuestra vida, la infancia.
Fuente de agua, sobre tu cuerpo todas las cosas mejoran.
Ella corre de mí para no dañarme. Aquí no hay dónde sentarse. Sólo puertas y puertas que terminan en el diminuto cesto de la basura. Vida despreciable. Existencia en el puño que comprime la existencia. Papel estrujado. Hay días en que a las tarjetas les falta el aire. El viento borra los poemas.
Cerveza para la pastilla de la diabetes.
Café con café para la pastilla de la presión.
Los gestos encierran un continuará, un volveremos a vernos; el tal vez que finca la historia. Hay una cuenta de fracasos que nunca descansa.
Un río traviesa el cementerio. Eres el silencio y el agua cuando en la tarde las tumbas se alejan.
¿Cómo nos mira el otro?
El recipiente que guarda el ojo es cóncavo.
Crece un árbol en el jardín sobre el ojo. El jardín crece en el espacio interior para incendiar la mirada como cesto verde de la basura.
El cesto de la basura aguarda que lo mires. “Te amo”, los papeles vuelan fuera del cesto. Todo esto lo escribo en un cuaderno que deshojo. El umbral aguarda la mano que ataja la sombra. La tarjeta aguarda el filo de los dedos. La escritura dice, “te amo”. Los ladrillos del piso cargan agujeros, espacio de las cosas invisibles.
El episodio epiléptico que escurre entre las hojas cierra parte de tu cerebro, te protege el corazón; las hojas se desprenden del árbol y caen, vuelven a caer por los siglos de los siglos. De la libreta con pasta negra. Aladino.
El dolor flota entre pleonasmo y redundancia.
Flaca, flacota, flacotota. Diablo, toma café conmigo, ven, tengo quetiapina.
Todo ocurre como en la obra de arte, pleonasmo y redundancia. Niña, quien parpadea pierde. Recuerda. Quetiapina para los esquizofrénicos, los alcohólicos. En el mercado las mujeres llevan la pañoleta roja que ata sus cabellos para llamar con su peinado al viento que levanta la falda. La putería como única esperanza de la libertad. Oscurecido corto gotas de agua para entregártelas con el alba.
Mi mano busca mi cuerpo, mis ojos, nos alcanza. Enfrente de la existencia está la desesperanza, la muerte o el espejo del ropero que refleja el rostro con los párpados inflamados. El padre y la hija se mecen por turnos en el columpio del patio, par de niños que flotan sobre la risa del aire (café, café para apaciguar al Demonio). El sentimiento de amor llega aparejado con un sentido de justicia. Aquí no hay perdón. Amar sería la expresión política que busca que el otro reconozca nuestros méritos para que seamos aceptados por todos.
El berelele canta en el patio, alcaraván nuestro. La mecedora paciente espera a la abuela en la tarde. El cigarro se consume lento, como capítulos de una novela de amor que tiembla sobre la punta de la lengua humedecida. Olvido. Canto al origen, ojo de agua. Lágrima nuestra.

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