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viernes, noviembre 22, 2024

Donde mora cierta poesía

Reportajes

César Rito Salinas
Satisfecho de mí el zancudo reposa.
Es la hora del libro, la libreta.
Cuando insaciables caen sobre mi caliente sangre. El libro mata al zancudo. Asesino. Del cuerpo muerto, oscuro, envuelto en la mancha roja de mi sangre, emergen todas las palabras.
Poema. Como una maldad de la existencia. ¿Qué debo hacer? ¿Abrir la puerta y salir corriendo? ¿Saludar los brincos de la perra? ¿Sentir el paso del zaguán cuando meto la llave? ¿Saludar a los vecinos? ¿Doblar a la izquierda en la primera esquina? ¿Pasar el vado? ¿Saludar a los ebrios? ¿Esperar el camión? ¿Leer, mirar el camino? ¿Sentarme en la misma mesa del café?
¿Esperar a la mujer? ¿Levantarme, recibirla con un beso en la mejilla? ¿Regresar a casa? ¿Dejar la bolsa en el mueble de la sala? ¿Encender la computadora? ¿Cambiarme? ¿Preparar la comida? ¿Comer? ¿Responder los mensajes? ¿Leer mientras llega el sueño? ¿Escribir en el insomnio? ¿Levantarme, hacer el café? ¿Encender la computadora? ¿Preparar el baño? ¿Vestirme? ¿Abrir la puerta? ¿Salir corriendo?

La división de los Mezcales.
Naturales. Tarde de los símbolos, la luz delante del acordeón entona canciones de pérdida y amor (extrañeza), traiciones.
Convencionales. Hierve en la lumbre el agua para el café, ajusto en descendente la flama para que el café hervido no se derrame en la hornilla.
Entre el café y la flama está escrito el Destino. Me niego a derramar el café para acercarme a un posible conocimiento, descolocado.
Privados. Mis riñones trabajan al ritmo del acordeón que canta a la tarde. Las hormigas trepan al mingitorio, tratan de leer la escritura de su cielo. Monte Albán. El zancudo canta la vieja canción de los enamorados.
El sol poniente dialoga con Monte Albán mientras la abeja laboriosa recoge las últimas partículas de miel. Mi padre sale al patio con la camisa abierta, enciende el cigarro. ¿Sabrá ya que en otra tarde volverá entre la ofrenda de Muertos?
La luz paciente barre el patio con su escoba de tostones mientras emerge del humo la poderosa voz de mí padre.
CONTRA LO QUE SE PIENSA, no hay nada en lo escrito.
Uno dice, “un circo migratorio” y nada aparece y nada vuela en el camino contra el sol poniente. No aparecen payasos ni malabaristas hundidas en leotardos percudidos que hablan el lenguaje de las lentejuelas con brazos y piernas, la cintura.
Uno dice “circo migratorio” y sólo aparecen fantasmas en el camino contra el sol de la tarde. Será que lo escrito invita las cosas muertas, al pasado irreparable.
Tiempo de sangre y zancudos.
Lo que pasa con los retratos. El sombrero rueda como el viento, algo tiene de esquina, de la calle que conozco. Bastón del alma en el campo ancho, confidente, ¿sabrá de todos los sueños mi sombrero? Intransferible, un sombrero no se presta.
El sombrero tiene mi rostro público, y el secreto.
Aguarda como caballo, a la sombra.
Adiós y bienvenida, reconocimiento. El sombrero cabe en mis manos, como un perro.
Me aguarda mientras duermo.
El sombrero me convierte en siervo. Un hombre frente a otro detenido con el sombrero en las manos. Toda el hambre del hombre está en la boca del sombrero.
Y es silencio.
Grito y caída. Fiesta.
¿Por qué el alma monta a caballo y espolea a la bestia bajo la presión del sombrero? Porque el que escribe es siervo.
Cuando el viento me arrebata el sombrero sólo corro y callo.
El sombrero sabe mi nombre, qué fácil es perder el nombre.
Basta un viento ligero.
Hay veces que llevo el sombrero entre las manos, como un escapulario.
Lo conocido guarda una forma.
Lo desconocido igual, semejante. ¿Entre el abismo de las formas qué forma guarda la paz? La paloma come el alimento del perro. Los animales del cielo, el aire, el agua hacen todo lo posible por satisfacer su hambre. Lo-que-está-ahí.
¿Quién juzga?
La tortuga carga en su lentitud al lenguaje.
La quietud levanta su garra infinita.
(¿Se puede dejar de sentir?)
El horror atrae porque en el horror mora cierta poesía.

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