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viernes, noviembre 22, 2024

Viñetas de San Martín por la secundaria

Reportajes

César Rito Salinas
Dice Agamben en El fuego y el relato (traducción de Ernesto Kavi) que “lo que queda del misterio es la literatura” y que “eso”, aquello que permanece oculto luego de la enunciación, “puede ser suficiente”.
Hora de las tortillas, colonia Margarita Maza, segunda sección, San Martín Mexicapam. Mediodía; en la calle se escuchó el pregón de las naranjas, “naranjas dulces, naranjas de jugo; venga o mande por sus naranjas”, en la colonia, por protección, los vecinos guardamos un puntual registro de sonidos, voces.
La camioneta destartalada se detuvo en la esquina de las verduras, el pregón rodó por la calle caliente; ella lleva un pequeño bolso de manta, él, huaraches, sombrero, lentes oscuros.
A la hora de las tortillas el viento se deja caer sobre la loma que desciende de Monte Albán, el sitio de las piedras antiguas. Luz de mediodía, a la distancia se levanta el cerro que funda la colonia Pintores, calles con los nombres que le dieron fama a la plástica oaxaqueña, cicatrices donde escurren violencia, crimen, pandillerismo; junto a esa loma se mira una loma más, la colonia Monte Albán, que asciende por el mismo camino que recorrió Antonio Caso en 1932.
La literatura identifica al personaje por un signo; las personas no resulten ser sólo ese signo que las identifica. Al escribir dejamos la clave para la segunda vuelta, la oportunidad de cambio que nos deja la interpretación.
Las lomas miran al agua que se arrastra, gargajo verde sobre la arena caliente, Río Atoyac; junto a la arena la avenida lleva el nombre del fundador de un partido de derechas, Gómez Morín; frente al puente Valerio, la terminal de mototaxis pertenece a la gremial con nombre del guía de las izquierdas, Lázaro Cárdenas del Río. La gente teme al puente Valerio, acceso a San Martín. La vieja ciudad colonial respira sobre cicatrices. La zona de San Martín, en el siglo XVIII, fue la tierra de labranza cultivada por desheredados hombres piernas cortas.
La gente de San Martín camina con la moneda de la suerte en el bolsillo.

  • Mira, tantos tamarindos tan chulos en el árbol, y nadie los corta -dijo ella.
  • Esta tierra fue agua, abajo hay agua –dijo él.
    Antes de llegar a la colonia Margarita Maza, Primera Sección, junto al depósito de cerveza del Centavo, alcanzan el puente del arroyo. El camión materialista viene hacia ellos, pegado a la banqueta. Los materialistas no descansan ni en domingo, en la sombra de la cabina el conductor escudriñó su teléfono celular.
  • ¿La calle Zapotecas?, no, no lo sé -dijo ella.
  • Dicen que Berna arrojó sangre -dijo él.
  • Será cierto, mira el tiempo que ya pasó, ¿cuántos años llevas sin tomar?
    Como quien baja en dirección al Centro, a la derecha se levanta el Fraccionamiento Colinas de Monte Albán; hacia la izquierda, la loma sube hasta caer a la colonia Jacarandas. El sol pega fuerte, desnuda las almas. La misma calle que sabe historias de crímenes y pendencias, fiestas y amores bendice a los dos que caminan rumbo a las tortillas. Se pregunta Agamben si en estos tiempos que corren “¿es creíble que aún pueda satisfacernos un relato que no tiene ya ninguna relación con el fuego?”. Tras la cerca de láminas una mujer hace su sombra con restos de madera y ramas; mantas usadas en viejas campañas políticas. A la mujer de las totillas ayuda una mujer joven. Las dos pegadas al fogón cuidan el oloroso tenate cubierto por plásticos rojos y azules; el joven abonero las acompaña.
  • Hace calor -dijo el abonero.
  • Desde que amanece las cosas hierven -dijo una de las mujeres.
    Los caminantes se detienen, el cerco levanta una lengua herrumbrosa, sombra hecha con retazos de jornadas electorales; al mediodía, la banqueta extraña a los ebrios.
  • ¿Tiene tortillas?
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