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viernes, septiembre 20, 2024

Sin cena navideña 

Reportajes

Por lo que fuera, pero no hubo cena navideña en casa. Trabajo, indiferencia, desinterés, lo que fuera, pero no la hubo. Mueve a pensar si es importante este suceso en la vida de las personas o de las familias, sino es un día como cualquiera, una noche más, una cena menos. La reunión familiar, la convivencia, claro que son importantes, más el tiempo no pasa en balde, y los engranes de este hecho se van desgastando hasta dejar la puerta de entrada sin posibilidad de abrirse. El fiestón, la francachela, el exceso son de otros tiempos, aquellos en los que el organismo no corría riesgos de un colapso o una resaca monumental. El pavo relleno, el ponche dulcísimo, los pasteles son un riesgo para los picos de glucosa que se habituaron a nuestro cuerpo después del covid. Y, simple y llanamente, no hubo cena navideña, pero quizá haya desayuno, comida o, qué se yo, botana, digamos. 

Este lapso de ayuno a favor de una cena en especial pone a pensar en quienes, por una u otra causa, no cuentan con una cena digamos frugal, tan parca que consiste en una hogaza de pan o en la cáscara de una fruta. Los desplazados, los refugiados, los migrantes, a consecuencia de la guerra, la enfermedad u otros agravios y contingencias. La mesa misma del anciano o anciana abandonados por su prole en los suburbios del deshonor y la desatención, concitan a pensar que tan importante es para mí regalarme una cena de alto pedorraje en algún sitio, en particular de los tantos que oferta la página azul. 

El motivo de la no cena me hace volver a mis ejercicios de lacto-escritura, para verificar que el hecho no influya en mis propósitos de compartirles mi saludo, sin apremio ni urgencia, un saludo que sea saludo nomás, como son los de calle, los de acera y los imprevistos que se le regalan a la gente qué pasa por el sitio donde le damos de beber agua a nuestro caimán. ¡Felicidades!, decimos, y nuestro caimán empieza a soltar coletazos de alegría, esta vez pajiza, como la copa dispersa de una retama en flor. 

Superado el hecho de la “No cena navideña”, o el ayuno vespertino, me dispongo a cerrar un capítulo más en mi vida de hartista, el que los aprecia harto, el que también los extraña, vetustos patrísticas del canon apócrifo, ese que hace enmienda de la Última Cena, y la vuelve primer desayuno, o almuerzo a destiempo, pero con todos, no sólo con mi caimán que gustoso se acaba de endilgar, estomacal y pacientemente, una atarraya de cuatetes para el apremio de los días que vendrán. 

Fernando Amaya

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